Jordania. Mayo 2019.
Ramadán en Jordania.
En Wadi Musa, que es la
ciudad que está a las puertas de Petra, imagino que casi todos sus
habitantes son musulmanes. Lo palizas que son estos días del Ramadán
es inimaginable. Cada poco están lanzando cánticos, oraciones,
plegarias o yo qué sé desde la mezquita con unos altavoces tan
potentes que se escuchan en toda la población, que aunque no debe
tener muchos habitantes es muy extensa. Mi habitación, que está
bien aislada, no puede parar el grito del muecín. Y no es una
llamada a la oración, sino que se puede pasar más de veinte minutos
con un hablar cantarín que se mete en los sentidos (cuando esto
escribo ya lleva cerca de una hora y aún sigue, una hora después
para no aburrir se ha dirigido a los musulmanes y a mí la voz de un
niño, llevamos con el salmo o lo que sea más de hora y cuarto y la
cosa parece no tener fin). De vez en cuando carraspea y también se
oye en todo el pueblo sus carraspeos. No sólo durante el día,
también durante la noche. La primera noche me despertaron sus
oraciones primero sobre la una de la mañana y luego sobre las tres.
En los dos casos veinte minutos de plegarias.
Deben tener algún
remordimiento porque me invitaron a tomar dátiles, dulces, un vaso
de agua y otro de una especie de yogur tan líquido como la leche y
muy salado. De vuelta al hotelillo donde estoy alojado, el dueño
estaba en la recepción haciendo sus oraciones mirando a la Meca
sobre una alfombra. Cuando acabó dejó la alfombra y cogió el
móvil.
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