Los disfraces judíos
La capacidad humana para
asimilar situaciones extrañas es sorprendente. A las pocas horas de
estar en Jerusalén me parecía normal encontrarme a niños y adultos
con sus tirabuzones en las patillas, con sus kipás por todas partes,
con sus sombreros que guardaban en un portasombreros, con sus medias
blancas y sus trajes satinados, las pelucas de las mujeres para no
mostrar su propio cabello o los pañuelos que lo cubrían, por no
hablar de la gente que iba vestida de normal o los franciscanos con
un hábito que en vez de llegar hasta los pies, se les quedaba en la
cintura a modo de chaquetilla o los curas negros con sotanas
violetas. En algún momento piensas ¿no seré yo el raro? No. Todo
es normal.
Las circunstancias son
capaces de sorprenderte y estuve contemplando un partido de futbito
en un campo que estaba dentro de un barrio judío, que parecía otro
mundo, junto a la arteria más comercial de Jerusalén. Todos los
jugadores llevaban el kipá. No me fijé en la calidad de sus
jugadas, sino en la destreza que tenían para rematar de cabeza
mientras con la punta de los dedos se sujetaban el kipá. En los
quince minutos que debí estar viéndolos, en ningún momento perdió
su gorrito. Una habilidad sorprendente.
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