lunes, 20 de junio de 2016

Chipre y su bandera

Casi todos los países suelen identificarse con su bandera, excepto una parte importante de los españoles, cosa curiosa vista desde más allá de las fronteras hispanas. Más curioso es el caso de Chipre, donde la bandea que ondea por todas partes no es la chipriota, sino la griega. 

Los edificios religiosos suelen estar muy vinculados a la política y en las iglesias ortodoxas como la de la fotografía es muy común que onde una o varias banderas griegas.
La bandera chipriota es blanca con el perfil de la isla dorado. Tan escasas son que no recuerdo tener foto de ella.En Pafos sólo he visto una bandera chipriota, en un hotel, y decenas de griegas. Tiene su explicación. La parte norte de Chipre está invadida por los turcos desde 1974 y el resto de la isla manifiestan su identidad grecochipriota con la bandera del país hermano, frente a la identidad de los invasores turcos del norte. Además una parte importante de la población es partidaria de fusionarse con Grecia, algo que su Constitución prohíbe.

martes, 17 de mayo de 2016

Chipre de puertas abiertas

La delincuencia y seguridad de los habitantes de una población, me he dado cuenta, que se puede medir por el nivel de protección que ponen a las entradas de sus casas. En Pafos me ha sorprendido que muchas de las casas carecen de puerta de entrada común al edificio. Se entra en un patio abierto y desde allí se accede directamente a la puerta de los pisos subiendo por las escaleras. Y las puertas de los pisos sin ninguna protección especial, ni de cerradura, ni de blindaje, puertas huecas de madera. Eso le tranquiliza a uno, que cualquiera pueda entrar en tu casa con dar una patada y no lo haga dice mucho. 

domingo, 15 de mayo de 2016

Me voy a Chipre

Me voy a Chipre. ¿Por qué a Chipre? No hay por qué. Es la curiosidad por saber qué se cuece en alguna parte del mundo. Y aquí cocerse literalmente poco, pero a unos cien kilómetros está Siria y los sirios no se dirigen a Chipre en la huida de su país.
El viaje se hace largo, excesivamente. Es lo más penoso. Casi un día desde que salí de casa hasta que llegué a mi nueva casa temporal de Pafos, que es la ciudad aen donde voy a pasar los próximos días.

Primeros pasos en tierra chipriota. Esperando el bus en el 
aeropuertoque es más barato que el taxi.
El vuelo de Londres a Chipre me fue amenizado por un niño de unos meses, de esos que caen muy simpáticos a las madres que no tienen niños y que no les dejan de hacer carantoñas. El muy glotón se había comido un aguacate entero. Estaba con sus padres a mi lado. A mi otro lado dos amigas no paraban de hacerle risas a las que respondía la criatura. El padre lo levantaba, lo ponía en pie y se lo pasaba a las presuntas madres sin hijos. Mientras, el niño volando y sobrevolando sobre mi cabeza, y en mi pensamiento no había otra cábala que el temor a que el niño con tanto trajín no tuviera otra ocurrencia que echar todo el aguacate a medio digerir sobre mi cabeza. Y el niño para aquí y para allá y yo mirando para un lado, para el otro y para arriba por si veía algún gesto que me invitara a huir. Y entre tanto pensando en qué iba a ser de mí y mi estancia en Chipre con la ropa manchada de aguacate potado. Y más niño y más niño y otras madres sin hijos que le sonreían desde otros asientos pero que no se lo llevaban. Hubo milagro. El niño retuvo el aguacate en su vientre, por lo menos hasta que lo perdí de vista y cuando volvió a las manos de su padre sentado respiré aliviado, sin que el resto del pasaje entendiera que todos sonreían al niño excepto yo. 
(febrero 2016)

lunes, 28 de marzo de 2016

Disfrutar de la victoria

Ahora podría estar llorando abiertamente la muerte de mi hija, o haciéndolo a escondidas mientras la empujaba en una silla de ruedas y le sonreía dándole palabras de ánimo. Pero gracias a la Providencia sólo tengo sonrisas porque Violeta, mi hija, está fresca y sana.

A Violeta la han operado de escoliosis. Una intervención brutal en la que le han abierto la espalda desde el cuello hasta el culo para atornillarle las vértebras a dos columnas de titanio. Antes de la operación el cirujano nos dijo que tenía cuatro posibilidades, aunque no en el mismo porcentaje, morir, quedar tetrapléjica, quedar parapléjica o sobrevivir. Violeta, con la inestimable ayuda de los cirujanos, se agarró a la última y así me ha ahorrado muchas lágrimas. Todas las lágrimas.

Salgo a correr habitualmente. Desde hace meses lo hago de madrugada, a las seis o las siete de la mañana, todavía noche cerrada. Antes de la operación he ido corriendo y llorando desconsoladamente hasta temer quedarme sin lágrimas. Cuando salí a correr por los mismos caminos después de la operación tenía ganas de llorar de alegría y a la vez para reírme de los lloros pasados, pero no pude. Sólo la sonrisa acudía a mi cara. Sólo la sonrisa que ya no puedo borrar porque ahora podría estar llorando abiertamente la muerte de mi hija y sólo sonrío. Sonrío.


A Violeta la operaron en Zaragoza. Un día antes de la intervención, un miércoles, estando ya ingresada en el hospital, me fui a apuntar a una carrera para el siguiente domingo. Fue la carrera más esperada de mi vida. La más deseada. No me inscribí para creerme que habría continuidad pasara lo que pasara. Lo hice porque debía correrla, debía hacerlo porque todo debía salir bien. Si no corría estaría llorando sin lágrimas, desconsolado sin remedio. Me lesioné antes de la carrera, pero debía correrla, cogí un resfriado mundial, pero debía correr. La operación había salido bien y salí a correr riéndome del dolor que tenía en la pierna derecha, riéndome de los mocos que me salían como manantiales de mis narices. Faltando un kilómetro para la meta la pierna me dijo que hasta aquí habíamos llegado, pero yo le dije que se venía conmigo hasta el final, y a regañadientes, medio arrastras llegó conmigo. Iba a llorar de alegría, quería llorar de alegría, pero no me quedaban lágrimas, sólo sonrisas. Arrastrando la pierna rebelde sonreí cuando entré en meta y recordé a Violeta un par de horas antes, en la cama del hospital, cuando le dí un beso antes de irme a la carrera, que con su dolor, con su malestar, con el cuerpo lleno de medicamentos que la tenían sedada, sacó de entre las sábanas sus dos dedos de la mano derecha para lanzarme el grito más hermoso, más grande y callado que he escuchado nunca. El grito de sus dedos en forma de V deseándome la victoria. Todo estaba ganado antes de salir. La victoria ya la estábamos disfrutando. Habíamos ganado porque podría estar llorando ignorando que estaba apuntado a una carrera.

La operación fue el 26 de noviembre de 2015.