domingo, 30 de septiembre de 2012

Ha comenzado una nueva era




Imagen habitual en todas partes.
Esto es el metro
Seguro que hay un organismo internacional dedicado a establecer el cambio de edad histórica. Después de ver la afición de los coreanos por los artefactos electrónicos, siendo consciente de que es el principio de una tendencia, ya podemos decir que hemos llegado a una era distinta. Después de la contemporánea, la siguiente es la de internet, o como quieran llamarla, seguro que buscan un nombre más rimbombante como  la era de las comunicaciones.

La gente está dependiendo de su móvil, donde lleva todo tipo de aplicaciones para cualquier acción por nimia que sea. Preguntas por la próxima estación del metro y en vez de mirar un cartel y orientarse, buscan el plano en el móvil, ponen el punto dónde están y las opciones y t dicen cuál es la próxima estación del metro.
En las zonas próximas a los hospitales es
habitual encontrarte con pacientes que van
por la calle con su ropa ingresado, su gotero y
por su puesto su móvil de cuarta generación
Preguntas por una dirección y tienen dos respuestas, o coges un taxi o según dice el gps de mi móvil está por allí, pero no saben muy bien por dónde y les puedes preguntar por el ayuntamiento. Es increíble.
Hoy, día 30 de septiembre, es el día de acción de gracias coreano. Se ha cortado la línea de internet y al menos no hay servicio en una parte de la ciudad (donde yo estoy). Desesperación, incluido yo. No sabes qué hacer, te sientes medieval. Te asalta la duda de si Cataluña ya será independiente y uno sin saberlo.
No puedes consultar el correo electrónico. No puedes responder y mañana será muy tarde. Había quedado con unos españoles para tomar un café y no he podido contactar porque no he podido consultar el correo. Lo que pensaba visitar hoy lo tenía en internet, pero no lo he podido hacer. Ahora siento la sensación del viajero medieval. Sólo, lejos, perdido, incomunicado, sin referencias familiares, sin saber qué han hecho los del feisbuk a mis espaldas, sin poder quedar para mañana con el coreano que conocí en el camino de Santiago. Sin poder contestar a los que me han invitado a ir a su casa en Nueva Zelanda, e igual piensan en infedelades?

Resulta que ha sido un día estupendo. Todo ha salido a pedir de boca. 

Algunas estaciones de servicio carecen de postes de
para repostar. Las mangueras cuelgan del techo.













viernes, 28 de septiembre de 2012

Perdido



Torre de piedras, donde, hasta que se caiga esta
rá la mía. Le llaman la torre de la esperanza. Poco
después me desesperé cuando me perdí.
Lo que me ha sorprendido de Seúl es que las calles, por lo menos los cientos de calles por las que he transitado en mi primer día en esta ciudad. Las direcciones corresponden a un extraño número de coordenadas que parece ser que nadie entiende. Las referencias suelen ser las estaciones de metro y luego búscate la vida. He necesitado la ayuda de vecinos, de un colaborador y de un teléfono con GPS para llegar al apartamento donde estoy que estaba a diez metros de donde estaba preguntando y no era porque no era porque no me entendieran, les mostraba una tarjeta con los datos escritos en coreano.
Con estos antecedentes perderme ha sido la tónica del día. He tenido motivos para desesperarme y en algún momento he llegado a hacerlo.

Museo de Arte de Seúl.
 Como hoy tocaba entrenar, cuando he llegado a mi nueva casa, después de un par de días sin dormir me he puesto la ropa de deporte y me he ido a correr por la rivera del río Hangang. Enseguida he hecho mis primeros amigos. Una gente muy amigable estos coreanos. Se ha puesto uno a correr junto a mi, con sus dos palabras de inglés y las cuatro mías nos hemos hecho amigos. Me ha pedido que le diera mi número de teléfono.  Ha prometido que me llamaría y para que lo identificara me iba a decir “korian” Así que presumo que nuestra conversación se va a limitar a que él me diga korian y ya está, porque ni él me va a entender ni yo tengo más que decirle.
La vuelta del entrenamiento, con mi pantalón corto y mi sudada por las calles de Seúl ha sido horrible. Llevaba la tarjeta de casa, escrita en coreano, pero nadie, ni la policía sabía dónde estaba, ni como llegar, todos me indicaban una dirección aproximada de por dónde se encontraba. Menos mal que había retenido el nombre de la estación de metro cercana y gracias a eso, después de unas tres horas perdido y unos doce kilómetros caminando, después del entrenamiento, he llegado a casa.
Tenedor que me sacaron para comer
al ver vi extrema torpeza con los palillos.
Tuvieron que buscar por el restaurante
hasta encontrar este de un niño. Me pidió
disculpas pero era lo único que había.
Pero sólo era el principio. Por la tarde me he ido a un museo, detrás del que había una aparente pequeña montaña. Me he adentrado por ella para pasear. Kilómetros de sendas en una naturaleza agreste y poco modificada por el humano, sólo sendas y algunos carteles. He llegado cuando ya estaban terminando las horas de sol a una cima donde había un montículo realizado con aportaciones de piedras de los caminantes, como el monte del camino de Santiago pero más pequeño. He aportado mi piedra junto a un cartel que pone montaña de la esperanza en coreano. Eso me han dicho. Y me he dispuesto a bajar antes de que se hiciera de noche. Por mucho que bajaba no había forma de llegar a la base. Cada vez más deprisa viendo que se me echaba la noche encima. Por fin, entre la floresta he divisado un edificio y me he dirigido a él. Cuando he llegado, estaba todo vallado y no podía salir del monte. Sorprendente. Más oscuridad y a deshacer lo andando para llegar a otro sendero. Por fin he llegado ya de noche a un lugar con edificios. Pero sin personas. No tenía ni idea de dónde estaba. Había llegado a otro punto de la base de la montaña. Por fin he encontrado a un ser humano. No sabía cómo sacarme de allí. Me ha acompañado hasta un edificio y desde allí un amable coreano me ha sacado a través de otros caminos hasta que he llegado al tumulto de coches, ruido y contaminación que me ha devuelto a algunas referencias que ya conocía para llegar a casa.
Tengo que encontrar un plano que me permita orientarme en esta ciudad de unos catorce millones de habitantes donde todo el mundo parece saber dónde va, menos yo. 

miércoles, 26 de septiembre de 2012

La vuelta al mundo

Hoy comienzo una nueva aventura. Es necesario recurrir a los maratones para explicarla. Hace cerca de cuatro años decidí correr un maratón. Un único maratón. Corrí el de Siberia. Pero luego corrí el de Nueva York, luego el de Atenas y este mismo año el de Marrakech. Total que he corrido uno en cada continente excepto Australia. Me voy a Melburne, en las antípodas, a completar mi periplo vital y mundial de maratones.
Estar en las antípodas significa que puedes ir por una parte y volver por otra con el mismo  esfuerzo. Por lo tanto eso es una vuelta al mundo. Así que hoy comienzo mi vuelta al mundo. No es ni a pie, ni en bicicleta. Voy a ir tirando de líneas aéreas.
Mañana por la noche estaré en Seul, en Corea del Sur, donde voy a intentar conocer esa cultura que desde hace tiempo me atrae. Luego seguiré saltando como un canguro de un continente a otro. Pero de eso ya iré escribiendo.
Mi equipaje cada vez es más pequeño. Además esta vez parto de la idea de que iré soltando lastre. Unos pantalones me durarán hasta Nueva Zelanda, unas zapatillas hasta Chile,... O sea que igual vuelvo con lo puesto y poco más.
Es poco lo necesario y menos lo imprescindible.
Parto de la certeza de que tengo a amigos a los que todavía no conozco y que dejarán una huella en mi. También tengo otros a los que sí conozco e iré viendo en el viaje. De uno me despedí antesdeayer y hemos quedado en vernos en la Córdoba argentina dentro de un mes.
Espero que después de este periplo, en el que tendré que estar con la cabeza abajo en Australia, no se me hinche la cabeza. Pero todo puede ser.