jueves, 17 de noviembre de 2011

La necrópolis

Mi amigo Raúl estará echando en falta mi visita al cementerio ateniense. También estuve, para ver cómo cuidan los atenienses actuales a sus muertos. Y los cuidan bien en el momento en que los entierran, con trabajados panteones, mucha filigrana y mucho mármol. Luego el mantenimiento, no sé si será por la crisis, deja algo que desear.
Llama la atención que a la entrada a uno de los cementerios de Atenas hubiera una especie de restaurante donde supongo se invitará a los supervivientes.
He estado buscando la tumba de Spyros Louis, el primero en ganar un maratón. Un funcionario me ha dicho que lo siguiera, entendiendo que me iba a llevar a su tumba. Pero no ha sido así, me llevaba a quien pudiera explicarme que no estaba enterrado allí. Ya no he investigado más, al final iba a ser una foto junto a una tumba.

El maratón, la muerte y el ácido láctico

Si el maratón desafía a la muerte, yo me atreví a desafiar
a la guardia griega. Me planté, dije que no pasaría y no pasó.
El "No pasarán" de la pancarta lo llevé a cabo. No sirvió
de nada.
El reto del maratón tiene ciertas similitudes con la muerte. Con esto no quiero desanimar a nadie. Cuando debido al gran esfuerzo físico que se realiza, el cuerpo no tiene oxígeno suficiente para alimentar a sus células, se produce ácido láctico para llevar el óxigeno de las reservas hasta las células. El cuerpo se pone nervioso y suele producir más ácido del necesario, lo que origina al día siguiente un dolor muscular semejante a las agujetas, hasta que es eliminado pasados uno o dos días.
Cuando llega la muerte se produce algo parecido y es que las células, al dejar de respirar el recién finado, no reciben oxígeno, entonces entra en acción el ácido láctico para poder darles el óxigeno necesario de las reservas. Durante unos instantes las células sobreviven al cuerpo que les da cobijo, pero sin más acciones, sin más que hablar ellas también mueren. Este proceso provoca el rigor mortis, algo parecido al rigor o rigidez postmaratoniana. Pero como en la muerte, también en el maratón, después del túnel del sufrimiento se ve una luz.

Autocoprógrafo

Esta mujer de altas miras se quedó
pasmá cuandoescuchó mi propuesta  autocoprógrafa
A pesar de la crisis, en Grecia, todavía hay trabajos que están sin explotar, y que pueden dar un buen dinero.
El papel utilizado para limpiarse el culo, no debe tirarse a la taza del wáter para que acompañe a su entrañable compañero por el mundo de cloacas. No. En Grecia debe tirarse en una papelera que está junto a la taza. Debe ser un problema de tuberías estrechas o de papel indisoluble. Mientras lo solucionan las autoridades griegas, se puede ir a la caza de “autógrafos” aunque mejor sería autocoprógrafos. En los hoteles, restaurantes, sólo hay que seguir a un famoso, controlar cuándo entra en el baño, luego coger sus restos de papel impregnados de adeene, autentificarlo, ponerle un marquito y a sacar una pasta. 

Despedida. Versión tres.


Durante todo el día se palpaba en el ambiente una especie de ambiente prebélico consentido. Policía por todas partes. Comerciantes que ponían parapetos en sus negocios. Soflamas de todo tipo por todo tipo de megáfonos. Militantes de todos los matices del rojo y alguno negro que repartían panfletos, pegatinas, bonos, periódicos,…
Los policías con chalecos antibalas, escudos, caretas antigás, extintores y demás pertrechos. Manifestantes que no les iban a la zaga, palos (me ha llamado la atención que unos manifestantes llevaban palos de pico marca “La Bellota”), cascos, máscaras antigás, barras de hierro, pasamontañas,…
Casi todas las calles cortadas al tráfico.
El motivo de mis lloros.
En su casa, imagino (pero en la calle seguro que no), estaban tranquilamente los que han provocado la crisis. Los provocadores de la crisis con el dinero de los manifestantes habían contratado policías para permitirles estar en su caso o en otro lugar tranquilamente. A los policías, con el dinero de los manifestantes, les pagan para que hagan de malos, para que se enfrenten a los manifestantes, para que les peguen y se dejen pegar.
Y todos entran en el juego. Las iras de los manifestantes van contra los policías. Las iras de los policías van contra los manifestantes. Mientras los culpables de la crisis están en su casa, o en otro lugar.
Luego, los culpables de la crisis, les dicen a unos y a otros, las cosas no están bien. Esto no funciona, así que os rebajamos el sueldo, a policías y a manifestantes. Pero cada uno tiene que cumplir su papel, enfrentarse porque el enemigo está en casa, supongo. 

Despedida. Versión dos.

Cabeza de la manifestación con personas que habían sido
torturadas y represaliadas durante la dictadura.
Desde primeras horas de la mañana, Atenas estaba tomada por la policía. Según los medios de comunicación había alrededor de 7.000, y creo que los he visto a todos. Por todos lados.
Los estudiantes griegos, y trabajadores, llevaban varios meses movilizándose en 1973 en contra de la dictadura griega. El 17 de noviembre la policía entra en la Escuela Politécnica, que es donde están reunidos los estudiantes en asamblea y mata a muchos de ellos y a otros los deja heridos. A pesar de esa victoria, significó la pronta caída de la dictadura, pocos meses después Grecia es demócrata nuevamente. 
Todos los años se conmemoran estos acontecimientos con manifestaciones en Atenas. Este año las manifestaciones tenían un carácter especial pues también las alentaba la situación de crisis e indignación contra la clase política griega.
Por la mañana, diversos partidos y colectivos hacían ofrendas florales en la Escuela Politécnica. Allí había comunistas empeñados en venderme revistas y vales para subvencionar a su partido.
Una de las pancartas reproducía el famoso "No pasarán",
que también me dijeron cuando estuve en Rusia.
Por la tarde, sobre las tres los diversos partidos y asociaciones se iban concentrando en la zona de la plaza Omonia, que es donde estoy viviendo para salir en manifestación. He buscado dónde colocarme para participar, pero no me convencían las siglas de ningún partido, hasta que he encontrado un grupo de ancianos que he pensado que eran pensionistas que pedían un trato mejor. Como anciano joven que soy me he dicho, estos son de los míos y he cogido la pancarta.
Sin saberlo, porque aún no había comenzado el recorrido, resulta que era la pancarta de cabeza. Toda la prensa mundial haciendo fotos, así que discretamente me he retirado y he preguntado que quienes eran. Una de las ancianas me ha dicho que ellos eran personas que habían sido torturados y represaliados por la dictadura. Entonces sin duda era el sitio donde debía estar, aunque en un segundo plano. Viéndolo he soltado las primeras lágrimas emocionadas de la tarde.
Nos hemos dirigido hasta cerca de la plaza Sintagma, que es donde está el Parlamento griego. Allí un cordón policial nos ha impedido seguir. Discusión y forcejeo con la policía. No sé que hablaban, pero entendía perfectamente la situación. Los manifestantes eran los que eran. Ya habían demostrado su poder de convocatoria. No hacía falta más. Pero el sentido de la dignidad les obligaba a rebelarse, a pedir más, a continuar y no aceptar las normas de quien les controlaba. Gritos, muchos gritos, lloros, muchos lloros, entre otros los míos, de gente que pedía dignidad y buen trato por haber luchado contra la dictadura.
Vendedor de máscaras antigás
VFinalmente se nos ha dejado continuar con la manifestación. Debía pasar por el lado de la plaza Sintagma, pero un grupo de anarquistas se ha separado de la manifestación y se ha puesto frente al Parlamento. Primeras tensiones. A la vez, otro grupo de anarquistas se ha enfrentado a la policía. Primeros disparos. Después de unos minutos de desconcierto, la manifestación ha continuado.
Al pasar frente a la embajada de Estados Unidos, alrededor de mil policías la custodiaban. No es una exageración. He contado veinticinco autobuses de policías. Poco después la manifestación finalizaba.
Ya de vuelta, deshaciendo el recorrido, mientras todavía seguían llegando miles de manifestantes, un grupo violento de no más de 200 personas estaba rompiendo todo lo que encontraba a su paso, entradas a las casas, suelos, escaparates, papeleras, contenedores,… Destruyendo. Me he alejado un poco para no verme implicado en la refriega con tan mala suerte que me he visto entre dos grupos de policías que disparaban a los violentos. Cerca de donde estaba ha caído un bote de gases lacrimógenos y cómo he llorado. Al principio creía axfisiarme, luego huyendo con un numeroso grupo de gente a la que había pasado lo mismo, todos llorando, tosiendo, buscando aire a bocanadas, hasta que hemos logrado salir por otra calle.
A pesar de que muchos de los convocantes eran comunistas, el capitalismo les ha vuelto a ganar la partida. De entre el humo de los gases han salido inmigrantes con aspecto de paquistanís que ofrecían máscaras a precio económico. Eran los mismos vendedores que por la mañana ofrecían, a precio económico, claveles a los que realizaban la ofrenda. Y es que el capitalismo tiene recursos de los que el comunismo carece.
Cuando me ha ofrecido la máscara, yo ya había llorado todo lo que tenía que llorar, así que no ha podido hacer negocio conmigo, pero sí con mucha otra gente. 

Despedida. Versión uno.

He tenido tiempo para comerme un donus gigante. Detrás
mucha policía que controlaba todos los cruces. 
Los atenienses, enterados de que mañana dejo su país, han salido a miles a la calle a despedirme y juntos hemos llorado desconsoladamente. Son las consecuencias, casi siempre felices, de ser un aprendiz de viajero.
Cuando he salido a la calle esta mañana, me ha sorprendido ver a miles, sí miles, de policías apostados por todas partes. Luego decenas de comunistas que se empeñaban en que contribuyera a financiar su partido. No, no y no, les he dicho, nunca he sido comunista y aborrezco por igual todas las dictaduras. Me insistían.
Sobre las tres de la tarde ha comenzado a concentrarse gente a millares, decenas de millares en la zona por donde habito.  Hemos caminado juntos hasta la embajada de Estados Unidos, quizás para recordar que hace un año estaba en ese país.
La policía, que estaba para sumarse a la fiesta, ha disparado salvas que todos hemos celebrado llorando de la emoción, a lágrima viva. 

miércoles, 16 de noviembre de 2011

El Pireo



Alguna de las cosas que merecen ser vistas en El Pireo.
Para quien visita Atenas, generalmente El  Pireo no es más que el puerto desde donde se embarca para hacer alguna excursión por las islas. Pero El Pireo, que es una ciudad independiente de Atenas merece una visita. Como soy andarín, desde la estación de metro de El Pireo me he ido bordeando el mar hasta Microlimano. Se pueden ver algunas construcciones interesantes, restos de la muralla que unía El Pireo y Atenas, restos del puerto antiguo y sobre todo un mar inmenso en un entorno que parece más rural que urbano, con algunas casas de pescadores, casas bajas, calles estrechas y urbanismo en algunos casos imposible.
La crisis está presente en todas conversaciones y casi en todos los actos. Ahora no veo más que crisis y sus consecuencias. Las tiendas vacías. Las pescaderías, carnicerías, a las once de la mañana de un miércoles completamente vacías. Pero es que hasta las calles tienen muy poca gente salvo alguna.
En ocasiones la imagen es patética. Gris o de color sepia. Comercios que tienen la luz apagada para no tener gastos por no tener clientes. Da un aspecto tétrico. Ves el comercio, la puerta abierta y todo oscuro, te asomas y adivinas el contorno aburrido y asqueado del dueño o del empleado que ya están hartos de no hacer nada y aún les espera todo el día y todos los días hasta que echen la persiana definitivamente como tantos vecinos.
He entrado en un bar. Sólo estaba la familia que lo lleva. He estado casi una hora y no ha entrado nadie. La camarera con abrigo para combatir el frío pues no tenía encendida la calefacción. Las luces sólo estaban encendidas la mitad. Y no era un bar cutre, todo lo contrario. Pero es la norma si abandonas el centro de Atenas.
En un parque del Pireo dos personas estaban recogiendo
las olivas de las ramas podadas.
Uno de los que estaba en el bar se ha empeñado en hablar conmigo de fútbol. Le he dicho que no me gustaba. Me insistía y yo seguía diciendo que no me gustaba. El otro que si el Barcelona es el mejor, que si España y yo por no quedar como un simplón y un ignorante le he dicho que era del Panatinaikos, que es un equipo de Atenas. La que se ha montado. Yo estaba en El Pireo y su equipo es el Olimpiakos, rival a muerte del Panatinaikos. A punto de crear un conflicto internacional. Finalmente nos hemos hecho amigos y con tozudez mayor que la de un maño se ha empeñado en que me comiera una pasta de espinacas, que es una comida muy tradicional aquí, pero que a esas horas no me entraba. Le he dicho que se lo agradecía, pero que no quería. Tanto ha insistido que me le he dicho que aceptaba un trozo, pero no entera (tiene 20 centímetros de diámetro), le ha sabido mal, ha recogido la pasta y se ha ido sin decirme adiós. Y todo en griego.
No sé qué he podido hacer al salir del bar que después de caminar bastante rato, creyendo que iba en la dirección correcta, como si fuera el día de la marmota, se me vuelven a repetir edificios, gentes, motocicletas averiadas, iglesias,… y yo sin salir de mi asombro. Confiaba en que fueran casas gentes y mares parecidos. No se me estaba repitiendo todo el recorrido. Así que me he parado a preguntar y entre un griego que me hablaba en griego con bastante soltura y una chica que manejaba el inglés utilizando justo el vocabulario que a mí me falta y que ella no tenía el que yo le daba, he seguido en la dirección que señalaban insistentemente sus brazos. Cuando ya los dejo, algo aturdido, me dicen en español, “anda perdido mi amorl”. Ya no sabía qué pensar. Era una sudamericana que me había visto escuchando explicaciones. Resulta que me has visto en apuros y no me has dicho nada y ahora que ha pasado todo me vienes a echar una mano. Sí, me ha contestado con naturalidad. Ella iba en mi misma dirección y hemos ido platicando de sus hijas, del hartazgo de la crisis, de que quería volver a su país pero estaba atrapada con una hija trabajando y la otra estudiando.  “Como no le pagan los salarios a la gente, muchos van a fichar al trabajo y luego se vuelven a casa, esto va a estallar”.
Disponiéndome a comer en un lugar magnífico, sobre las 
aguas del mar y con un entorno vacío, noventa y nueve
sillas vacías.
Me da las últimas instrucciones para seguir en mi camino y cuando llego a Microlimano, un barrio entre pesquero y turístico, me dispongo a comer. Patético, decenas de restaurantes inmensos con una o dos mesas ocupadas, alguno tres y la mayoría vacíos. Donde he comido, he estado yo sólo, tres camareros, una cajera y la gente de cocina, con calefacción, luz y comida incluida por tan sólo 20 euros. Y además es que los camareros y la cajera sólo cobran comisión, el 10%. Hoy se han repartido 2 euros entre cuatro. Los fines de semana son algo más movidos, me ha dicho el camarero, gracias al turismo que llega en barcos, pero los griegos que antes llenaban las mesas han desaparecido.
Con las imágenes de la película que me están proyectando los griegos, queda poco margen para el regocijo.

martes, 15 de noviembre de 2011

Manifa griega

Me dijeron que había convocada una manifestación a la una en la plaza Sintagma. Así que me he ido allí para que nadie me lo tuviera que contar. Gran despliegue policial, pero yo era el único manifestante, así que en perfecto griego les he dicho que se fueran a casa que yo me disolvía. O no me han entendido o no me han hecho caso, así que el que me he ido he sido yo.
Pensaba que esta barrera policial era por mí.
Camino de un lugar donde comer escucho voces exaltadas y canciones victoriosas. La manifestación se concentraba en otro lugar y llegaría más tarde a la plaza Sintagma. Me pongo al frente. No sé ni quienes son, ni qué piden, pero tal como están las cosas alguna razón tendrán. La reportera de la agencia Reuter me hace la foto. Son sindicalistas. Estando hablando con ellos pasa otra manifestación. Apagan la megafonía y callan. Los nuevos manifestantes llevan sus eslóganes. Esos son comunistas, me dicen.
Me voy por mi cuenta hacia la plaza Sintagma. Me acompaña un vendedor con un carrito que viendo que había gente presume que va a mejorar su negocio y se prepara para estar el primero en el lugar donde acaben las manifestaciones.
Estos son los comunistas aunque no sabían la
tendencia
Estos son sindicalistas
Cuando llego a la plaza, ya estaban los comunistas gritando frases como “el pueblo unido jamás será vencido”. Busco a alguna persona que me dé alguna información del motivo de la manifestación, se miran, buscan a uno, me presentan a otro, me dicen alguna cosa en inglés, hasta que una mujer va a la que llevaba el megáfono que decía las consignas que debían corear los demás y le dice que se deje de consignas y pregunte por el altavoz si hay alguien que hable español. La mujer deja de gritar consignas, me mira, me miran muchos  y yo con un gesto le digo que siga con lo suyo, no voy a ser yo quien haga un paréntesis en la revolución. La mujer que me busca intérprete no ceja en su empeño. Por fin da con un grupo que se defiende en inglés. Me explican que son funcionarios y están protestando por los recortes salariales y el incremento de la jornada laboral. Como llevan unas banderas sin hoces ni martillos, les pregunto si son comunistas, me dicen que sí. ¿De qué tendencia? Se miran, no saben responder. ¿Estalinistas? ¿maoistas, trotskistas? Se miran y llegan a la conclusión de que estalinistas no son, lo otro lo dudan y después de una decisión asamblearia me dicen que sólo son comunistas. Yo que estoy por insistir les digo ¿leninistas? Y como si les hubiera sacado de un apuro sonríen y me dicen que sí, que son leninistas. Como hay poca información más, vuelvo a tomar mi camino en busca de un lugar donde comer. Encuentro un restaurante vegetariano donde me apretó una buena fabada griega. 

lunes, 14 de noviembre de 2011

Inmersión en la crisis griega

Aunque desde que llegué a Atenas he ido intentando dilucidar qué se esconde detrás de las caras de los paseantes, de las calles vacías o de las persianas encandadas, ha sido hoy cuando he hablado con los griegos. La crisis es un tema de conversación que sale en cualquier momento, se hable de lo que se hable. Está presente en todo, en el que pasea, en el que vende camisetas, en el que calla y en el que tiene ganas de conversación. Ocurre lo mismo que en España. Ha desplazado al tiempo en hablar por hablar.
Detrás de este vendedor está el parlamento griego. 
¿Como soporte?, ¿como culpable?
Los argumentos que emplean los griegos son muy parecidos a los españoles. Indignación contra la clase política. Críticas a gente que siendo un don nadie, medró en política y ahora es dueño de casas y tierras. Políticos que envilecieron el vil metal.
En algunos momentos de las conversaciones hay algo más de carga de profundidad. En recibieron dinero de la Unión Europea para reconvertir la agricultura. Dejaron de cultivar tabaco y algodón. Con el dinero recibido se debería haber reconvertido al agricultor. Pero ese dinero se perdió quemándolo en puros venidos de La Habana y taponando heridas sangrantes de la sociedad con algodón español. El dinero no llegó a su objetivo, está en las propiedades de los políticos.
También he detectado un rumor. Se dice por lo bajo, nadie se atreve a decirlo en voz alta, pero se piensa que la vuelta de los militares puede ser la solución. A continuación, como intentando cubrir inmediatamente de dignidad las palabras mancilladas, mi interlocutor me dice, pero no podemos hacerlo siendo Grecia la cuna de la democracia. Cuando hay oportunidad vuelve al tema; pero los militares acabaron en la cárcel pero no se les conocían propiedades, ellos no se llevaron el dinero, vivían en casas humildes.
La pobreza que se ve en las calles, muchos mendigos, gente tiradas, matrimonios con sus hijos envueltos en una manta y pidiendo, niños cantores, otros niños que no saben cantar pero que lanzan gritos para pedir una limosna,...es una pobreza difícil de juzgar porque la vista te va llevando a pequeños saltos de pobre en pobre ignorando al resto de personas. Solemos tener una mirada selectiva. Es como cuando se está embarazada que sólo ves a embarazadas. Me ocurrió a mi mismo en mi único embarazo.
Lo que sí se aprecia es un paro que va a desbordar la sociedad en muy poco tiempo. Se va aguantando con el negocio lo que se puede, pero ya no se puede más. Una griega que trabaja en un comercio me decía que estaban trabajando cinco a pleno rendimiento, ahora sólo está ella y con tiempo para conversar con los pocos clientes que entran. Dentro de diez días la despiden, va a mantener la puerta el dueño del negocio hasta que pueda. No me lo decía con maldad hacia el empresario. Lo comprendía. Otro comerciante de mi edad me decía que pensaba que pronto lo podrían despedir, no entraba nadie en la tienda. Se sentía reconfortado pensando que podía volver a Chipre, donde aún viven sus padres. ¿A qué? le pregunté. No sé. No sabía, pero era su esperanza y su suerte, poder volver a los cincuenta y cinco años a la casa paterna.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Si Filípedes falla, los griegos podrán confiar en mí

Entrada en el estadio Panatinaikos que
sólo se abre para las grandes ocasiones.
Para este maratón los griegos han preparado un pack de cuidado: viento con rachas de 40 km/hora, lluvia, frío y numerosas cuestas arriba, algunas interminables. Así que con este lote que no permitía negociaciones, a las cuatro de la mañana españolas, las cinco de aquí, después de una noche semi en vela, con David Yano, un mexicano que me encontré en la calle, nos encaminamos a desafiar el reto. David no paró de elevarme la autoestima, pues no paraba de elogiar mis marcas. Uno de los rituales que es necesario aprender cuando se corre un maratón es que hay que pasar por el retrete antes de la salida. Mear en la carrera no es nada bueno. Meé abundantemente. Diez minutos después oriné con generosidad. Ya estábamos en la línea de salida, sin poder abandonar los blocks designados y me vuelve a apretar la vejiga. ¿Será posible? Hasta la meta, que ya sudaré el exceso. Pero la vejiga venga a recoger el agua de todas las nubes y a presionarme contra mi desespero ¿Qué hago? Veo que a la izquierda otros corredores están en mi mismo aprieto y evacúan en un césped elevado delante de todos. Pues allá que voy mientras anuncian por megafonía que la carrera va a comenzar. ¿Me voy a quedar a medias? No, ya puestos, hasta la última gota, que luego en la carrera no puedo parar. Justo acabo para volver al lugar de salida y salir ligero con la vejiga calmada. Todo va bien hasta que en el kilómetro diez vuelvo a tener necesidad de miccionar (se me acaban los sinónimos). Me dije, jódete, hasta la meta sin evacuar más. La vejiga empujando en cada zancada recordándome que el cuerpo tiene su propio ritmo. En el kilómetro 25 más o menos me salgo de la carrera y mirando el cronómetro para ver cuánto perdía una vez más vacío me vejiga y ya me pregunto ¿será la última en esta carrera? Me incorporo a la carrera. He perdido un minuto y medio pero lo peor es que no vuelvo a coger el ritmo que llevaba. El parón me ha roto. Además fue al inicio de una cuesta (arriba, claro). Me muevo con más trabajo, a duras penas logro remontar alguna posición. Resignación, me digo. Pero aún no había acabado todo. Rondando el kilómetro 35 ¿qué ocurre? Efectivamente. Me digo la única solución es ir más rápido para llegar, no a meta, sino a los wáteres, pero las piernas van justas, no están para muchas alegrías de última hora. Aguanto. Aguanto las ganas de mear y aguanto el ritmo. Tres horas y veintiocho minutos después de salir llego a la meta con una rama de olivo que me había dado una mujer en la tumba de los muertos en la batalla de Maratón, con un tiempo que mejora en más de seis minutos mi marca anterior. Grito Niké y paseo por el estadio Panatinaikós el nombre de mi padre, Esperidión, que llevo en la camiseta. El primer corredor que ganó el maratón se llamaba Espiridión. Hoy ha entrado en el estadio el primer Espiridión español. Lo que no es difícil pues es quizás el único español que tiene ese nombre.
Haciendo un resumen rápido; “estoy reventao” con las fuerzas justas para escribir este texto.

sábado, 12 de noviembre de 2011

La almorrana de Atenas

He llegado a Atenas. Cuando he salido del metro me he encontrado con un kiosko que me resultaba familiar. ¡Claro! Es que estuve en este mismo lugar hace cerca de 20 años. El entorno de la plaza y el centro había cambiado, pero no el kiosko.
Fue, el de hace 20 años, un viaje memorable. Vine de profesor con un grupo de alumnos del colegio donde estaba impartiendo clases entonces. Los alumnos, por lo menos algunos, también lo recuerdan como una aventura excepcional. Se me ha dado el caso de años más tarde encontrarme con gente a la que no conocía y hablarme con todo detalle del viaje que le habían contado amigos. Se fueron propagando los recuerdos en otras cabezas.
Estadio Panatinaikos donde espero estar 
mañana sobre las doce y media para gritar
Nike (y no por las zapatillas que llevo)
Sólo escribiré sobre tres sucesos ocurridos, pero fueron decenas, sí decenas. Son esos momentos en los que confluyen la locura de determinados dioses, helenos, y te manejan por lugares impensables. Nada más llegar al hotel, que hoy he visto abandonado, sobre las cuatro de la tarde, a la vista de todos alumnos se pusieron a rodar una película porno, que contemplaron con deleite, mientras yo hacía la siesta.  Al día siguiente acabamos todos alumnos, conmigo al frente, en comisaría con la amenaza de encerrarnos si no pagábamos una multa desorbitada por haber viajado en autobús sin billete. Era el cumpleaños de una alumna. Cuando llamó a casa por teléfono, le preguntaron ¿qué tal el día de tu cumpleaños? En comisaría, contestó.  Otro día subiendo al monte Lekabitós (creo que se escribe así) perdí a todos los alumnos menos al que había suspendido inglés. Entre los dos componíamos frases imposibles para intentar encontrar en todo Atenas al resto de alumnos. Yo estaba apesadumbrado con la pérdida, hasta que al día siguiente el alumno que estuvo todo el tiempo conmigo llamó a su madre por teléfono y le dijo una frase célebre que nunca olvidaré y que he repetido mil veces; “mamá, se han perdido todos, menos yo”, a lo que su madre contestó “bien pito hijo mío”. Ya no tenía motivos para la preocupación, debía ser de los demás.
En estos momentos llegar a Atenas, es hacerlo con todos los prejuicios y con comentario tópicos después de lo escuchado diariamente en todos los informativos. Para empezar me han recibido con el cambio del primer ministro, que encima se llama como yo. Difícil de analizar lo que está pasando. Se ven pobres y dices esto es la señal. Pero no son más pobres de los que se ven en Niuyork o en Barcelona. Se ven las calles vacías y no sé si es por el frío o por la crisis. En la plaza Syntagma, que es donde está el parlamento y es la imagen que aparece en todas las crónicas, los guardias siguen haciendo su cambio de guardia ante la mirada de los turistas. Ni un manifestante, ni una pancarta, ni una señal de descontento. Sólo por alguna calle secundaria se ven grupos de policías que parecen estar al acecho de posibles alborotadores.
Al final llego a la conclusión de que la crisis es como las almorranas, cada uno las sufre en su intimidad, sólo lo cuenta a los más allegados, se habla frecuentemente y sólo sale al exterior cuando sangran. Pero es una pequeña parte.
Estoy en la almorrana de Atenas. 

martes, 1 de noviembre de 2011

Un viajero que no viaja

No ha podido ser. No he ido a París. No he ido a Corea. No he ido.
Me he movido como una peonza alrededor de mi eje. El trabajo sin salario, las obligaciones, las dependencias, el sacrificio debido a algún amigo y alguna otra cosa más, me han ido amarrando sin permitir que mis viajes franquearan las fronteras de mis sueños. Pero puedo romper amarras en cualquier momento y el próximo día 10 va a ser uno.

Me voy a Atenas. Voy a correr el maratón de Atenas. Este año no aspiro a ganar. Los griegos son los favoritos. Llevan todo el año comiendo con mesura, corriendo delante de la policía y detrás de los políticos. Pero me he preparado como un griego. El policía que me perseguía no ha logrado alcanzar mi rebeldía. Los políticos a los que persigo no han aguantado mi empuje y se han retirado todos. Son tan cobardes que van a renovarse el próximo 20 de noviembre. Seguiré persiguiéndolos con la saeta de mi palabra y la constancia de mis piernas.

Tengo 55 años, lo que me hace estar entre los primeros de los más ancianos corredores. Además, de los varios medios maratones que he corrido he ido mejorando mi marca personal. Si sigo a este ritmo, y no tengo intención de abandonar, a los 67 años seré olímpico. No doy el testigo a nuevas generaciones, quien lo quiera que venga a por él.

Medio maratón de Andorra, la del Bajo Aragón.
Hace un año estaba en Niuyork. Sigo enamorado de la ciudad. Sigo penando un par de veces por quincena no estar viviendo allí.

Otro año más el 11 del 11, que este será del 2011, estaré fuera de la casa donde habito, que por todas partes tengo casas. Si me acuerdo me pondré una amapola en la solapa y buscaré a la gente que está por conocer en Atenas.

Estoy disfrutando, tengo intención de seguir haciéndolo. Me gustaría que disfrutaras con la lectura. Sin embargo tengo una herida sangrante. Este blog cuenta con un lector menos, Vicente Pueyo que falleció con la última primavera. Podré tener algún lector nuevo, pero no hay sustituto. Esto no es un partido, esto no es el ejército de los 10.000. El que falta es irreemplazable.