sábado, 12 de noviembre de 2011

La almorrana de Atenas

He llegado a Atenas. Cuando he salido del metro me he encontrado con un kiosko que me resultaba familiar. ¡Claro! Es que estuve en este mismo lugar hace cerca de 20 años. El entorno de la plaza y el centro había cambiado, pero no el kiosko.
Fue, el de hace 20 años, un viaje memorable. Vine de profesor con un grupo de alumnos del colegio donde estaba impartiendo clases entonces. Los alumnos, por lo menos algunos, también lo recuerdan como una aventura excepcional. Se me ha dado el caso de años más tarde encontrarme con gente a la que no conocía y hablarme con todo detalle del viaje que le habían contado amigos. Se fueron propagando los recuerdos en otras cabezas.
Estadio Panatinaikos donde espero estar 
mañana sobre las doce y media para gritar
Nike (y no por las zapatillas que llevo)
Sólo escribiré sobre tres sucesos ocurridos, pero fueron decenas, sí decenas. Son esos momentos en los que confluyen la locura de determinados dioses, helenos, y te manejan por lugares impensables. Nada más llegar al hotel, que hoy he visto abandonado, sobre las cuatro de la tarde, a la vista de todos alumnos se pusieron a rodar una película porno, que contemplaron con deleite, mientras yo hacía la siesta.  Al día siguiente acabamos todos alumnos, conmigo al frente, en comisaría con la amenaza de encerrarnos si no pagábamos una multa desorbitada por haber viajado en autobús sin billete. Era el cumpleaños de una alumna. Cuando llamó a casa por teléfono, le preguntaron ¿qué tal el día de tu cumpleaños? En comisaría, contestó.  Otro día subiendo al monte Lekabitós (creo que se escribe así) perdí a todos los alumnos menos al que había suspendido inglés. Entre los dos componíamos frases imposibles para intentar encontrar en todo Atenas al resto de alumnos. Yo estaba apesadumbrado con la pérdida, hasta que al día siguiente el alumno que estuvo todo el tiempo conmigo llamó a su madre por teléfono y le dijo una frase célebre que nunca olvidaré y que he repetido mil veces; “mamá, se han perdido todos, menos yo”, a lo que su madre contestó “bien pito hijo mío”. Ya no tenía motivos para la preocupación, debía ser de los demás.
En estos momentos llegar a Atenas, es hacerlo con todos los prejuicios y con comentario tópicos después de lo escuchado diariamente en todos los informativos. Para empezar me han recibido con el cambio del primer ministro, que encima se llama como yo. Difícil de analizar lo que está pasando. Se ven pobres y dices esto es la señal. Pero no son más pobres de los que se ven en Niuyork o en Barcelona. Se ven las calles vacías y no sé si es por el frío o por la crisis. En la plaza Syntagma, que es donde está el parlamento y es la imagen que aparece en todas las crónicas, los guardias siguen haciendo su cambio de guardia ante la mirada de los turistas. Ni un manifestante, ni una pancarta, ni una señal de descontento. Sólo por alguna calle secundaria se ven grupos de policías que parecen estar al acecho de posibles alborotadores.
Al final llego a la conclusión de que la crisis es como las almorranas, cada uno las sufre en su intimidad, sólo lo cuenta a los más allegados, se habla frecuentemente y sólo sale al exterior cuando sangran. Pero es una pequeña parte.
Estoy en la almorrana de Atenas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario