A 413 metros por debajo del nivel del mar (Mediterráneo),
en el bar más bajo del mundo
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Para ir al Mar Muerto fui
a comprar un billete en un autobús de línea regular. Me preguntan
que cuál era mi destino. Contesté que el primer lugar donde pudiera
bañarme en el Mar Muerto. El vendedor le supo mal y me dijo que el
destino lo debía decidir yo, no él. Le insistí. Me dijo que él no
decidía por mí. Volví a insistir y entonces de malas formas me dio
un billete que pagué. El billete escrito en hebreo pondría dónde
iba, pero yo lo ignoraba. Cuando subí al autobús el conductor me
preguntó que si iba a En Gedi (que era lo que figuraba en el
billete) y curiosamente era el nombre que yo sabía que era un lugar
donde no se podía uno bañar. El vendedor me había dado justo lo
contrario de lo que yo le había pedido. Al conductor le dije que no,
que yo quería bajarme en el primer lugar donde me pudiera bañar. Me
dijo que pasara. El autobús iba lleno. Yo iba maquinando qué hacer
sabiendo que después de Ben Gedi había un lugar de baño y que me
iba a pasar más allá de lo que ponía en mi billete. Algo pasaría.
El autobús hace una parada, bajan varias personas y yo sigo
agazapado. El conductor me busca con la mirada hasta que me encuentra
y me dice: “¿no querías bañarte?, pues aquí podrás hacerlo,
baja”. Allí me bajé y allí me bañé, en las playas de Kalya.
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