Jaffa.
Tel Aviv, a pesar de ser
una ciudad de reciente creación tiene un urbanismo caótico. Da la
impresión de que cada uno ha ido construyendo allí donde ha visto
un hueco y luego esquivando casas se han ido trazando calles o
avenidas donde cabían. Nada más llegar a Tel Aviv me fui a
conocerlo y paseando por la playa hacia el sur, después de unos
cuantos kilómetros llegué a Jaffa, que está conectada
urbanísticamente con Tel Aviv, aunque es una entidad distinta
habitada fundamentalmente por palestinos. Jaffa es un remanso de
tranquilidad a pesar de los muchos turistas que la transitan. Supuso
el primer contacto con un Israel que es muchísimo más complejo de
lo que pensaba. Las iglesias armenias, las sinagogas y las mezquitas
compiten pacíficamente en un espacio reducido. Allí los musulmanes
me invitaron a celebrar con ellos la comida al final de un día de
Ramadán. Por sus calles me encontré con una comunidad de etíopes
cristianos que habían sido acogidos como refugiados por los
israelíes y que conformaban un colorido, por sus ropas y sus caras,
extraño a mis prejuicios sobre Israel.
El Israel que llevaba en
mi cabeza, y el instalado en muchas otras cabezas de quienes no lo
han visitado, no tenía nada que ver con el que veía.
Lo que podía pasar como
una tontería en otra ciudad, una especie de escenario con sillas que
reproducían sonidos musicales de instrumentos distintos cuando te
sentabas sobre una de ellas, me resultó esclarecedor de lo que me
esperaba. Personas que no nos conocíamos, de distintos orígenes,
nos íbamos sentando y entre todos conformábamos una orquesta
internacional que dirigía cualquier niño que se ponía al frente.
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