sábado, 31 de agosto de 2019

Último día en Tel Aviv. Mayo 2019.


Último día en Tel Aviv

Diariamente me hago muchos kilómetros paseando, observando, a veces sentándome para ver cómo pasean los demás y cómo se comportan. Así conozco, me conozco, deduzco, unas veces me engaño y otras me desengaño de una realidad distinta a la que imaginaba.

No había escuchado, ni leído nada sobre el norte de Tel Aviv. Sólo había visto en el google maps que había un río en una zona verde. El descubrimiento fue espectacular. Otra ciudad totalmente distinta se abría a mis ojos y a mis sentidos. Aunque Tel Aviv vive de cara al mar y es una ciudad mediterránea, en el parque Yarkon descubrí una ciudad recién pintada por Soroya, viva, luminosa, en movimiento. Durante horas fui paseando primero por una zona llena de esculturas, de referencias culturales, de mercadillos, de gente bulliciosa y luego por toda la rivera hasta la hora de comer, donde en un restaurante vegetariano me clavaron, como en todas partes, porque Israel es carísimo.

Por la tarde seguí deambulando, tanto que me salí de Tel Aviv sin saberlo y tanto, que me desorienté. Pregunté para volver a la avenida Ben Yehuda, que era donde vivía y me respondieron ¿Ben Yehuda de Tel Aviv?, entonces supe que aquello no era Tel Aviv. Cuando lo confirmé se negaron a decirme donde estaba porque estaba tan lejos que no podía ir caminando. Debía coger un autobús. Mi alternativa fue preguntar por dónde quedaba la playa para orientarme. Y siguiendo el rastro del mar llegué hasta mi casa en esos días.
En esa casa, un hostel, he conocido a gente muy interesante. Una pareja de chilenos que me hicieron un apaño en el teléfono móvil para que no me volviera a perder, una finlandesa que alquilaba su casa para viajar con el importe del alquiler, Aldo, un mexicano que quiere hacerse israelí sin hacerse judío, Piot, un polaco que habla perfectamente español y que va de un sitio a otro sin saber dónde va a dormir al día siguiente, un brasileño con el que me tomé más cervezas que una economía con un poco de sentido no hubiera gastado, un italiano que tenía claro que su único objetivo era ligar bailando ritmos latinos. Todos hablaban español y el idioma vehícular, que era el inglés, pasaba a ser el español en cuanto me veían.

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