viernes, 13 de diciembre de 2019

Otra de banderas. Rumanía, Moldavia. Septiembre 2019

Otra de banderas. Rumanía Moldavia. Septiembre 2019.

Y yo a la mía.

Tanto Rumanía como Moldavia están llenas de banderas del país. En ambos casos siempre acompañadas de la bandera de Europa. En el caso de Rumanía es entendible porque forma parte de la Unión Europea, aunque todavía no utiliza el euro como moneda, pero en el caso de Moldavia no tiene ningún sentido que su bandera nacional esté acompañada de la bandera europea porque no pertenece a la Unión y encima el gobierno está formado, cuando esto escribo, por una coalición de partidos prorrusos y proeuropeos.

Al pasar a Transnistria, una república no reconocida por nadie en el mundo, que oficialmente es territorio moldavo, las banderas cambian y junto a su bandera, que es granate verde y granate, quizás la peor combinación de colores posible, suele ondear la bandera rusa, porque ellos son prorrusos a falta del poder soviético. En algunas partes, no vi muchas, su bandera se acompañaba de la roja con la hoz y el martillo.


Un trabajo penoso. Moldavia. Septiembre 2019.

Mano del cobrador con el rollo de tiques en un
dedo. Chisinau
Los transportes públicos en Moldavia son baratísimos. El trolebús cuesta diez céntimos de euro. Ir a una población a 60 kilómetros puede costar un euro. En los transportes interurbanos se le paga al conductor o se saca el billete en una taquilla, pero en los trolebuses de Chisinau hay un cobrador.

Sufría viendo a los cobradores porque para mí es uno de los trabajos más penosos que he visto. Van con un rollo de billetes metido en un dedo y generalmente un fajo de billetes en la otra mano. Cuando se sube al autobús el viajero no va a pagarle al cobrador, sino que el cobrador va hasta el viajero para cobrarle. Si hay poca gente, que no suele ser lo habitual, se mueve de un lado al otro del trolebús. Cuando sube mucha gente, por las dos puertas, debe moverse a empujones desde una punta del trolebús hasta la otra cobrando y cortando con la mano el tique que entrega acordándose generalmente de los viajeros a los que ya había cobrado. Eso es lo de menos. Lo penoso es ir todo el día andando dentro del trolebús abriéndose paso entre decenas de personas buscando al que acaba de subir.

Los perros. Moldavia. Septiembre 2019No

Los perros. Moldavia. Septiembre 2019

No es un perro, ni callejero. Es un gato
doméstico que se metió en mi habitación. Yo 
creí que era de la casa, pero no. Era de un 
vecino y al verme llegar con pinta de guri
se hizo mi amigo.
Cuando pienso en Atenas primero recuerdo a los cientos de perros callejeros que van en bandadas y luego del Partenón. Cuando me acuerdo de Santiago de Chile también me viene a la memoria el recuerdo de sus perros callejeros, esta vez sarnosos. Chisinau también va a formar parte de mi recuerdo de perros callejeros. No son excesivos pero se les puede ver por todas partes. Son pacíficos, bien cuidados, porque vi a vecinas que les llevaban comida, y van en cuadrillas de amigos, formando parte de los paseantes que van de un lado a otro y se tumban de vez en cuando.

Me dijeron que hace unos años hicieron una campaña de esterilización, se veía a algunos con una placa en una oreja que imagino que querría decir que estaban esterilizados, pero que se había acabado el presupuesto, que no había dinero y se había abandonado la campaña.

De vinos en Trebujeni. Moldavia. Septiembre 2019


De vinos en Trebujeni. Moldavia. Septiembre 2019.

Trebujeni es una población en una zona supuestamente turística de Moldavia. El único atractivo que tiene es que al entrar en sus calles retrocedes unos ochenta años, aunque con coches actuales, ropas actuales y móviles. Las calles están sin asfaltar. Salta a la vista que todo el mundo vive de la agricultura. Son gentes de economía humilde.

Me encontré con un hombre y con gestos le pregunté que dónde podía comer. Me contestó que lo tenía jodido. No había ni bar. Sólo vi una especie de modestísima tienda. Me dio la impresión que cada uno comía de lo que tenía y apenas necesitaba comprar.

Mi amigo vinatero, anfitrión y coetáneo de Trebujeni.
Más adelante me encontré con otro hombre al que saludé. Me contestó como a regañadientes, pero a los pocos segundos reaccionó, me llamó y me invitó a tomar unos vinos. Era vino hecho por él que estaba a medio fermentar y que para ofrecerme una taza en la que bebían él y todos los vecinos que pasaban tuvo que apartar un millar de avispas, mosquitos y restos de una capa encima del vino. Me dije que de algo había que morir y si era a causa del vino no iba a ser mala muerte. Me debió ver beber con ganas pues siguió sacando vasos de vino del bidón que íbamos compartiendo entre nosotros y con un vecino que pasaba al que me presentó.

Como se había leído la Biblia sabía aquello de no sólo de vino vive el hombre, así que me sacó un trozo de pan con longaniza, insistiéndome que el pan lo hacían en casa. Luego vendrían más tragos de vino de otros bidones y más pan con otros embutidos. La conversación fue escasa, muy escasa, pues salvo las palabras que coinciden en los dos idiomas, como casa y vino, poco más teníamos que hablar. Le dije que era de España y no paraba de hacer gestos indicando que España estaba muy lejos y más tragos de vino y más pan hecho en casa. La otra comunicación importante que tuvimos fue averiguar que los dos tenemos la misma edad. Luego llegó la despedida y mi agradecimiento eterno recordando que quien da todo lo que tiene no está obligado a más.

El pope pedigüeño. Moldavia. Septiembre 2019

Moldavia. El pope pedigüeño. Septiembre 2019

El pope contando el importe de las limosnas
Cuando estuve en Jerusalén me llamó la atención que judíos ultra ortodoxos con buen aspecto y ropa limpia y en buen estado, estuviera pidiendo limosna. En Chisinau sólo me he encontrado a un pope pidiendo, eso sí casi todos los días en lugares distintos. Me llamó la atención al verlo desde lejos, pero más al acercarme y ver con qué avaricia contaba una y otra vez los billetes que le habían dado.

Me acordé de mi infancia cuando curas y frailes iban por las casas pidiendo dinero. Más concretamente de una historia que me contaba mi madre; cerca de la casa donde vivíamos estaba la fábrica de aceites Gaibar. Al frente estaba el tio Antonio (las dos palabras deben leerse juntas y sin acentuarse), se acercó un fraile con una lata vacía que pretendía que el tio Antonio se la llenara de aceite. El fraile le dijo: “buenos días nos dé Dios”, tendiéndole la lata para que se la llenara y el tio Antonio, sin coger la lata le contestó: “buenos y malos, de todo nos da Dios”. 

Chisinau. Moldavia. Septiembre 2019


Chisinau. Moldavia. Septiembre 2019

La primera impresión que tuve de Chisinau fue de caos. En lo urbanístico es una ciudad difícil. Mi hogar estaba a una media hora andando del centro. El ambiente de tiendas, movimiento y bullicio me hicieron pensar que estaba por el centro. Para orientarme y situarme me quise ir a un parque, pero no había forma de llegar. Pedí ayuda. Unos moldavos se ofrecieron a acompañarme y curiosamente para ir a un parque céntrico dentro de una ciudad de más de medio millón de habitantes, de calles amplísimas, fuimos por algo parecido a callejuelas, patios interiores y sendas. No tenía ninguna referencia. Para mí era todo igual de caótico.

La construcción es soviética. Grandes bloques con patios interiores, que ahora están abandonados, sin espacio para aparcar los coches, por lo que aparecen por todas partes en los patios interiores y avenidas muy anchas con árboles a los lados, en los patios, en pequeños parques.

La impresión es que han metido bloques de edificios de hormigón en medio de un bosque. Esa configuración que es muy positiva, se convierte en negativo cuando no existe mantenimiento, cuando las raíces levantan las aceras y así quedan, cuando las hojas otoñales se convierten en miles de millones de manchas podridas o a punto de pudrirse por las calles, produciendo una sensación de suciedad y abandono generalizado.

Es necesario decir que los chisinauenses (es un gentilicio que me acabo de inventar porque creo que no existe en español) son muy limpios. No he visto a uno solo tirar un papel al suelo. Y sí he visto recoger basura a viandantes y llevarla hasta la papelera más próxima. Pese a ello, la sensación de suciedad es grande y es por ese aspecto boscoso sin mantener.

Al día siguiente encontré mi referencia. El centro, que es una avenida, y poco más, donde están todos los edificios oficiales, teatros, parques cuidados, muchísimas tiendas de telefonía móvil y su arco del triunfo con una gran bandera moldava y puestecitos de mujeres que venden nueces, peras, manzanas, uva, al igual que hace cincuenta años en mi pueblo.

Todos los días te quiero y no me acuerdo. Moldavia. Septiembre 2019


Todos los días te quiero y no me acuerdo. Moldavia. Septiembre 2019.

Hay veces que surgen frases hermosas por casualidad, pero que ya quedan en la mochila de los recuerdos para toda la vida.
Nada más llegar a Chisinau, era por la mañana y una mujer me ofreció un periódico de propaganda política. Le dije que era español. Al día siguiente, en el mismo lugar, que era donde tomaba el trolebús, me lo volvió a ofrecer y le dije que era español. Se disculpó. Nuevamente, esclava de su rutina, me lo volvió a ofrecer al día siguiente en el mismo lugar. Le volví a decir que era español y entonces en un español muy torpe me dijo: “Todos los días te quiero y no me acuerdo”. En realidad no me quería todos los días, sino que todos los días me veía, pero con una sonrisa de amor no correspondido empaqueté su frase original en mi equipaje.

Moldavia turística. Septiembre 2019


Moldavia turística. Septiembre 2019

Como no reciben turistas, no están preparados para el turismo y como no están preparados difícilmente reciben turistas.

Yo me lo he pasado bien, muy bien. He disfrutado de todos los días que he estado en Moldavia. He visto muy pocos, poquísimos turistas y con unos polacos con los que tuve la ocasión de hablar estaban hartos de Moldavia y deseaban que se acabaran los días que tenían contratados allí para irse a otra parte.

Por lo tanto, para ir a Moldavia, recomiendo ir con mi espíritu, dispuesto a conocer más gente que lugares, a hablar aunque no haya ni una palabra en común, salvo vino y poco más, a aprender inmediatamente las dos palabras imprescindibles para sobrevivir en cualquier país; bere (cerveza) y toaleta (váter para evacuar las cervezas) y estar abierto a todo tipo de experiencias sabiendo que no va a servirte de nada cabrearte si algo te sale mal o alguien te trata mal.

Símbolo de Chisinau, la capital moldava
En algunos lugares ponen como zona turística Orhei Vechi. Allí que me fui con una mashrutka, que es un minibús en el que caben 19 pasajeros, pero que pueden entrar perfectamente 50. En el lugar donde acababa la ruta de la mashrutka había un templo y al lado un panel informativo de las rutas que se podían hacer. La cosa prometía. Pero eso fue todo. Ninguna indicación más, ningún cartel, ninguna señal. Menos mal que vi un pueblo al fondo (Trebujeni, del que más adelante hablaré) y me encaminé hacia él. En el pueblo no había ni un solo lugar donde comer. El otro pueblo cercano era Butuceni, donde para comer tuve que hablar con un hombre que fue a llamar a una mujer que me abrió una especie de cantina tienda donde pude comer algo. Y las cuevas que anunciaban como algo magnífico no eran más que unas oberturas artificiales en la roca sin absolutamente ningún interés. No sólo es mi opinión, sino la de otra gente que encontré.

Volvería a Moldavia, aunque no sé si debo recomendarlo. Depende del espíritu.