Jerusalén viejo.
Un amigo que hice en Tel
Aviv me dijo que Jerusalén se podía ver en unas pocas horas. Cierto
que se puede ver en pocas horas y cierto que todas las horas son
pocas. Cada rincón está tan lleno de historia, de referencias
religiosas y de arquitectura que uno podría pasarse un día entero
en cada edificio intentando conocer su estilo arquitectónico, sus
cambios religiosos a lo largo de la historia, su relación con los
colindantes, sus guardianes en el pasado y los actuales, su por qué
y el origen de sus piedras que seguramente procederán de otros
demolidos. Y así sería necesario estar un mínimo de cinco horas en
cada esquina. Como es imposible se puede estar cinco horas en toda la
ciudad. Demasiado denso. Demasiados detalles que se pierden. Delante
de una lugar emblemático puede comprar la kipá (el gorro judío),
un crucifijo, cerámica armenia, una bandera palestina o hacerse un
tatuaje con la cara de Cristo.
Donde más a gusto estuve
fue en el barrio armenio. Se podía disfrutar de él sin la pátina
de los vendedores, sólo unos pocos y algún restaurante. Sus calles,
con poquísimos turistas son de agradable paseo y escuchar a los
niños recitar la lección en armenio resulta evocador.
Después de un par de
horas por Jerusalén los edificios se mezclan en el recuerdo y es
difícil separar cada uno de ellos, incluso viendo las fotografías y
sabiendo el orden en que los vi resulta difícil poner cada cosa en
su lugar.
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