miércoles, 16 de julio de 2014

El asalto.



Estaba hablando con un vasco sobre incidentes en el camino. Y me preguntó que si sabía que había pasado, le dije que no. Me contó que habían asaltado a un peregrino canadiense, que iba con otro compañero que estaba algo más retrasado y que fue quien lo encontró malherido en el suelo. Le tuvieron que poner más de 40 puntos de sutura y además estaba en observación por posibles daños en un riñón. Por esta extraña forma que tienen los vascos de conjugar los verbos pensé que se estaba refiriendo a algo ocurrido hacía meses . Cuando le pregunté que cuando había pasado me contestó; esta mañana pues. Efectivamente había pasado esa mañana a pocos kilómetros de Zamora, en Tábara y el compañero que lo había encontrado malherido estaba en el mismo albergue y yo hablé con él en el desayuno. Le robaron 60 euros y en la misma tarde detuvieron al asaltante de peregrinos.

Desde Fuenterrobles a Zamora 111 kilómetros más.


En el albergue de Fuenterrobles estábamos unos cuantos ciclistas, pero sólo yo me levanté a la vez que los que hacen el camino andando. Todo el mundo da por hecho en todas partes que los ciclistas no madrugan y muchos de ellos se empeñan en confirmarlo. El desayuno sirve para continuar con conversaciones inacabadas. Muchas de ellas nunca tendrán final. Como algunos salieron de noche y yo me espero a que haya luz, en los primeros kilómetros  me voy despidiendo de los compañeros por una noche a medida que los voy alcanzando.

Almuerzo en Salamanca con magdalenas y fruta
El camino en muchos tramos va por la cuneta de la carretera, una zona poco agradable para la bicicleta. Otras partes del camino van por zonas de secarral. También debe influir que tengo ganas de llevar ritmo por lo que decido abusar de carretera, lo que acaba convirtiéndose en una aburrida jornada ciclista.  Después del calor insoportable de unos días atrás  paso a un frío adobado con viento que me obligan a abrigarme.

Descanso y recorrido ciclista por Salamanca. Reposición de energías  con fruta y más carretera. Llego a Cubo. Me sorprende reconocer las calles sin acordarme del nombre. Pronto descubro que había estado por allí con mis amigos ciclistas de La Vuelta no hace demasiados años. Habían permanecido en mi memoria la urbanización, pero no los nombres.

En Zamora me piden en el albergue la credencial de peregrino. No la tengo porque pensaba que no tenía que demostrar ante nadie que era peregrino, así que me tienen que dar una y desde Zamora soy peregrino oficial.
Zamora. En esta plaza estuve platicando con Paulino de la Policía
Municipal, hacía un porrón de años. Se brindó para lo que necesitara.
No pregunté por él. Tampoco se iba a acordar de mí. 

La puerta del albergue la cierran a las 10 de la noche. Desde que me lo comunican me entra una angustia vital. Posiblemente desde la mili que no tenía horario. La sensación de futura claustrofobia me fue persiguiendo toda la tarde. Salí a la calle dispuesto a apurar mi libertad hasta las diez menos cinco. Luego entre conversaciones, con la tranquilidad de que podría salir cuando quisiera (aunque ya  no podría volver a entrar), con una cena medio compartida, me fui olvidando de mi desespero.

Hacía muchos años que no estaba en Zamora y tenía un recuerdo muy muy provinciano de la ciudad, aún recuerdo una conversación que tuve con el jefe de la Policía Municipal que se me había brindado para ser cicerone por la ciudad. El cambio, según mi memoria, ha sido espectacular. Es un cambio que voy viendo en muchas poblaciones por donde paso y había estado anteriormente. Vivir en Alcañiz no me permite ver los cambios con esa sensación de la distancia del tiempo, pero llego a la conclusión de que los políticos alcañizanos han mirado más por medrar ellos en vez de que lo hiciera el bienestar ciudadano. En fin.

La historia de Alejandro.


Los viajes están llenos de construcciones, que permanecen y se pueden visitar en cualquier momento, y de historias que sólo las puedes vivir si las coges en el momento adecuado, porque van caminando con las gentes que las protagonizan de un lado a otro hasta morir.

Alejandro tenía su historia. Alejandro es la persona que no había podido acabar de leer la oración y que a mí me despertó de la indiferencia. Preguntado por un  qué le pasó, cuando estábamos sólo otras tres personas, Alejandro nos contó su historia.

Alejandro trabajaba en una orquesta musical. Las cosas le iban bien. Tuvo una nieta con problemas de salud que le han obligado, desde su nacimiento, a estar en una especie de burbuja de la que no puede salir, hasta el punto que ahora tiene cuatro años y no sabe andar porque su situación impide que pueda dar ningún paso, ni gatear. Las comidas, que son especiales, algunos extras sanitarios que debe abonar la familia, tienen a toda la familia trabajando para la niña enferma. Alejandro se quedó sin trabajo y para seguir ayudando a su nieta ha vendido todos sus bienes, sólo le queda su vivienda y después de hacer el camino de Santiago lo venderá y entregará el dinero para su nieta. El camino de Santiago sanabrés que está caminando lo está haciendo sin dinero, viviendo de lo que le dan, hablando por teléfono con su familia cuando alguien le deja su móvil.


Nos lo contó entre lágrimas y así lo transcribo por haberme conmovido. Luego, en otros puntos del camino me fui encontrando con otros peregrinos que conocían su historia.

El albergue de Fuenterroble.


Una recomendación para quienes hagan la Vía de la Plata es que recalen en el albergue de Fuenterroble, al igual que recomiendo el de Fuente de Cantos. Está muy bien, es acogedor, bien organizado, limpio y con todos los servicios necesarios, además de contar con la entrega de varios voluntarios.

Tiene un problema, y es que parece una misión e intentan hacerte cristiano católico a marchas forzadas.
La cena la ponía el albergue, además de compartir lo que los peregrinos aportábamos, nada nosotros porque estaba la tienda cerrada. Previamente, un aspirante a misionero, quiso hacernos rezar un padrenuestro cogidos de la mano como si nos dispusiéramos a bailar una sardana. Yo me negué. Eso sí, tuve que oír una oración que no escuché, pero que me conmovió cuando al que la leía se le hizo un nudo en la garganta y no pudo continuar. Todos salimos de nuestra meditación e indiferencia sin entender lo que ocurría. Luego, el aspirante a misionero, nos contó su experiencia de cómo dios le había llamado, llena de recursos comunes como “… después de tres días”, “…abandoné mi trabajo para seguir el camino,…” “ el camino de Santiago fue mi verdadero camino,…”

Salvando la catequesis de catecúmenos rebeldes, y una vez superada la crisis de las oraciones interrumpidas nos pusimos a cenar en una charla multilingüe con traductores simultáneos a italiano, alemán, inglés, francés y español, que eran las lenguas que hablábamos los peregrinos (cada uno la suya).

El vino abundante, hizo que un alemán que tenía sentado enfrente adquiriera notable habilidad para decir la palabra “salud”, pues cada vez que llenábamos nuestros vasos, y fueron unas cuantas nombrábamos a la salud, tanto que podíamos haber resuelto el problema de listas de espera.


Una alemana de nombre Julia y apellidos algo así como Rodríguez Pérez, que debía a su exmarido, nos sorprendió a todos con su habilidad para aprender a tocar palmas. A los pocos minutos allí había montado un tablao de jazz flamenco con ritmos alemanes que me dejó embobado. Pero aún había de sorprendernos Julia cuando se puso a bailar samba o cuando se arrancó a cantar temas de Estopa.

Realmente fue una grata velada. Luego se acercó el padre Blas, conocido en todo el camino por ser el artífice del funcionamiento del albergue, con quien repasé sus conocimientos de geografía bajoaragonesa.

Los placeres inigualables de la bicicleta. Ciclismo del bueno.


En Calzada de Béjar me paro a comer, una población donde hay más plazas hosteleras que habitantes, donde el bar anuncia menú y cierra a la hora de comer. En el albergue me sirven pasta y huevos fritos. Todavía mantengo alguna duda de si seguir o quedarme, porque no ando bien. Tres peregrinas han decidido quedarse y me invitan a que me quede con ellas con el argumento de que son tres mujeres y no tienen a ningún hombre. La decisión está tomada, voy a seguir porque acumulan simpatía, muchos pellejos y demasiados años. Estando descansando llegan tres ciclistas, dos catalanes y un brasileño, bien pertrechados con sus bicicletas ultramodernas, con sus gepeeses, con sus treinta años, con sus mochilas con agua con tubillo hasta la boca, con su ropa perfectamente adecuada al recorrido, con sus frenos de disco y amortiguadores que cuando vieron mi bicicleta antigua, sin amortiguadores, con sus zapatas desgastadas, con su sillín roído, con guasa, pero amigablemente, me dijeron que llevaban grasa para mis amortiguadores. Si van a continuar, les espero. Me cuentan lo  bien que suben, lo mucho que corren, los muchos kilómetros que hacen.
Salimos juntos en dirección a Fuenterroble de Salvatierra. Pronto uno de ellos marca el ritmo y el liderazgo. Le sigo a duras penas, los otros dos enseguida se quedan. Cuando hay algún repecho acelera, me deja atrás y tengo que recuperar. No lo voy a poder seguir. Acelera en distancias cortas y luego baja el ritmo para esperarme. Comienza la subida que nos llevará hasta Valdelacasa. La iniciamos los dos juntos. Acelera sin consideración al pobre anciano que le sigue. A duras penas consigo no perder el contacto, llega una zona donde la subida es más suave y veo que afloja, necesitaba descansar, iba de farol. Yo no renuncio a ninguna pedalada y sigo al mismo ritmo. Se queda clavado y me crezco. En lo alto le saco más de cinco minutos. Le espero. Luego en otra subida, vuelve a intentarlo, pero dejo bien claro que la fortaleza está en mis piernas y en la vieja bicicleta sin amortiguadores, ni frenos de disco, ni ná. Como diría mi amigo el Colo

mbiano, se pudo ver ciclismo del bueno.


En Fuenterroble nos agrupamos los cuatro e intentamos preparar la cena para compartir, pero es domingo y la única tienda está cerrada. Nos deparaba una agradable sorpresa.

De Grimaldo a Fuenterroble de Salvatierra. 115 kms.


Me levanto tan temprano que tengo que hacer tiempo en la calle para no tener que pedalear de noche, aún así escasean las luces. Pedaleo con una alegría sin sentido. ¿Por qué? Pues entre sueños y entre veras he pensado que hoy podría tener un accidente en mi marcha solitaria y podría ser el último día de mi vida. En vez asustarme decidí vivirlo con la intensidad de que podía ser el último día de mi vida y a las seis y media de la mañana, en medio de un desierto humano pedaleo con ganas mientras canto Fito y Fitipaldis “es poco lo que tengo/ el oro de mi tiempo/ la flor de mis neuronas/ y por supuesto la luna”.

Saliendo con las primeras luces
Tortuta tan perdida como yo
En Galisteo, que es el primer pueblo que me encuentro, doy con un tabernero con el que me confundo ¡cuánto madrugas! Aún no se había acostado. Me indicó por dónde debía continuar el camino sin acordarse muy bien si debía girar donde había dos eucaliptos y una casa o dos casas y un eucalipto. Se le había caído en el gaznate algo de la ginebra servida durante la noche.

Uno que estaba harto de perderse y llevaba un rotulador a mano.
El camino, precioso, transcurre por caminos, sendas y alcornocales entre medio de vacas negras que me parecen miuras dispuestos a embestirme. En la guía que llevaba ponía que era un trazado en el que debería abrir muchas cancelas. Yo no paraba de abrir y cerrar cancelas, así que me dije “voy por el buen camino”. Pero el camino equivocado también tenía cancelas. Llegué a un punto donde tenía dos y en ninguna de ellas había un signo de que fuera el camino bueno. Me he pasado de cancelas me dije. Tuve la suerte de que un ganadero salió en mi ayuda y me indicó el camino que tenía que deshacer y dónde tomar el correcto. No era el único perdido, también una hermosa y polvorienta tortuga estaba por allí fuera de todo olor a agua.




Retomo una senda, estrecha pero preciosa, disfrutando de la bici. Aunque a media mañana comienzan a flaquear las fuerzas. No había tantas como derrochaba. Voy encontrando caminantes con los que voy hablando y hasta con el alcalde de Aldeanueva del Camino intercambio algunas palabras sobre la calidad del agua de su pueblo y él me aconseja el recorrido para subir el puerto de Béjar que me espera. Por lo cansado que estoy, por el calor y por los kilómetros que llevo encima, se me hace más largo y empinado de lo que debe ser. 

De Aljucén a Grimaldo pasando por el puerto de Los Castaños. 111 kms.


Francisco y yo nos levantamos a la misma hora, aunque no ha habido acuerdo, y nos separamos, él sigue por carretera y yo por caminos. Es el sábado 14 de junio y el camino nos vuelve a hacer coincidir un par de veces, pero él se queda en Cáceres y yo en Cáceres sólo almuerzo fruta y zumo (versiones de lo mismo), callejeo un poco, aunque más de la cuenta porque me pierdo y me pierden. Aquí el camino es un secarral, así que decido ir por carretera, porque calor por calor y falta de sombra por falta de sombra, por lo menos que me permita llevar un buen ritmo. Además
Los romanosa, cada mil pasos ponían un pedrusco como este,
que hoy admiramos. Tendremos que guardar nuestros mojones
que serán admirados por nuestros tataranietos.

las obras del AVE dificultan aún más el trayecto. Por la carretera me voy encontrando peregrinos que están aplatanados en busca de alguna sombra. Un taiwanés y una holandesa están algo perdidos en busca de un albergue en medio de la nada junto al embalse de Alcántara. Con los mapas de ambos deducimos que por allí no hay ninguno, así que deciden dar marcha atrás. Poco más adelante lo encuentro, así que me vuelvo a encontrarles e informarles. Alegría compartida.
Muchos miliarios y piedras de la calzada, que estaban en
posición horizontal, ahora están en vertical haciendo de muros
de fincas.
De tanto calor como hace llego a beberme el botellín de medio litro que llevo en la bicicleta.

Después del puerto de Los Castaños que está coronado por las castañas de un puticlú llego a Grimaldo donde parece que me están esperando. Antes de parar la bici ya me indican dónde está el albergue, dónde puedo dejar la bici y dónde comer. Todo estaba en el mismo sitio. Soy obediente y cumplo y me abren el albergue que es todo para mí. No vino ningún peregrino más. 

Aljucén, el fútbol y los compañeros de viaje.


En el pueblo no hay ni tienda, pero sí dos bares. Así que no puedo comprar. Generalmente lo que hago es comprar fruta y algo más para cenar y desayunar y la comida la hago en algún bar o restaurante, que suelen ofrecer un buen menú por unos ocho euros.

El albergue es realmente cutre. En un población pequeña no da para más. Es lo que hay. Francisco es otro bicigrino que está en el albergue y que hace el camino arrastrando una innecesaria tienda de campaña y no sé cuántas cosas más que lastran su marcha. En torno a un plato de pasta vamos contando nuestras penas y vivencias. Mientras, en el albergue, permanecen una pareja de hermanos norteamericanos que están haciendo el camino andando y que llevan durmiendo desde las cinco de la tarde, y así seguirán hasta las seis y media de la mañana del día siguiente, además, antes de las cinco habían echado una siesta de una hora. 

miércoles, 2 de julio de 2014

Mucho caló el 13 de junio dirección Mérida. 123 kms.


Salgo temprano aprovechando las primeras luces y el poco de fresco que ofrece la mañana. Mucho caló, pero mucho, mucho. Para salir del pueblo voy preguntando a los más madrugadores. Poco después me encuentro a Diana que iba a salir a las cinco y es evidente que no ha madrugado tanto. ¿Qué ha pasado?, le pregunto y contestándome con ¡Buaf! entiendo que se estaba muy bien en la cama. Con el ruego de que me guarde una entrada para la ópera de Berlín borramos nuestras imágenes que nunca volveremos a ver. Más adelante alcanzo a dos bicigrinas que sí habían madrugado. El camino es agradable y entretenido, el ritmo el adecuado para disfrutar cuando uno se siente fuerte. Disfruto más de pedalear que de andar viendo piedras. Los pueblos uno tras otro los voy dejando atrás sin apreciar su belleza o sus bellezas.
Efímero paso por Mérida en un día tórrido.

En Villafranca de los Barros me aprovisiono de fruta. Me meto con la bici en el mercado y una frutera rumana me provee de mi ración necesaria de plátanos y manzanas. Después del almuerzo frugívoro y un poco de descanso me voy a Mérida. Pocos compañeros de camino y poco aprecio que hago a una ciudad que se muestra hermosa y cuidada. Parte de la culpa es del calor y otra parte de la condena del bicigrino, mi condena, que voy más preocupado de andar haciendo kilómetros y me voy diciendo que ya veré con calma en otra ocasión la ciudad, que con la bici del manillar tampoco se pueden apreciar muchas cosas.


El calor, no obstante, es determinante, pues cuando llego a la presa romana de Proserpina, me merecía un baño y era lo lógico, pero tenía ganas de llegar a un lugar a cubierto y descansar a la sombra. No obstante puedo llegar a la conclusión de que no estaban tan locos estos romanos. Así que después de una rápida admiración de la presa, por un camino mal señalizado llego hasta Aljucén, con la vaga idea de hacer algún kilómetro a última hora de la tarde. Pero enseguida me hacen desistir. Me enseñan el pronóstico de las temperaturas y me hacen saber que el mucho caló no era una sensación mía, sino que correspondía a una realidad que el gobierno había calificado de alerta roja. 

Fuente de Cantos y la sorprendente historia de Mario.


El albergue de Fuente de Cantos es privado. Su historia es peculiar y merece una reseña. Un padre y un hijo, con su dinero ponen en marcha el albergue. Paralelamente, el gobierno andaluz pone en marcha otro público con el dinero de los impuestos de los primeros. Mientras el padre y el hijo se desviven por buscar gente que ocupe su albergue, el público pasa de todo generando unas pérdidas de miles de euros. Finalmente el público tiene que cerrar.

Entrada del albergue, mientras me hacen una fotografía en el
momento en el que digo a mi hija por teléfono que están tele-
foneando nuestra confersación
El albergue, “El zaguán de la Plata”, es espectacular. Merece la pena pagar sólo por estar en su frondoso patio, visitar su museo o echar un baño en su piscina. Servicios a disposición de los peregrinos por tan sólo 12 euros incluida habitación y desayuno. Tal es el nivel, que cuando lo estaba buscando me llamó la atención la casa y el patio que se adivinaba desde la calle y pasé de largo incapaz de imaginar que ese lugar me iba a acoger.

Pero la historia que me deparaba Fuente de Cantos estaba por llegar. Paseando por sus calles llego hasta un bar que sorprende a todo el que pase y no sea del lugar. En su interior una bandera franquista, otra de falange y otra republicana, además de fotografías del Che, Stalín y Franco. Lógicamente necesitaba una explicación y allí estaba Mario dispuesta a dármela.
Imagen del bar más extraño en el mundo de la política. 
La falange, la bandera republicana y la del aguilucho junto 
al Che, Stalin y Franco.

“Nosotros somos de ultraderecha. El alcalde, que es del PP, es de extrema izquierda comparado con nosotros”. A continuación comenzó a recitarme las medidas que querían tomar si llegaban al poder; nacionalización de la banca, abolición de la monarquía e instauración de una república, reparto de la riqueza entre los trabajadores, y otras medidas que me llevó a decirle que coincidían en muchos puntos con Podemos. Meditó un momento y me dio la razón sin más. Importante reflexión, se habla mucho de una república, pero cada uno tiene en su cabeza una idea distinta. Una vez más, por intereses políticos se empieza la casa por el tejado. Primero habrá que saber qué modelo de república se quiere, pues podría ser que perdiéramos libertades.

El singular Mario
La conversación con Mario aún me deparaba una sorpresa mayor cuando me dijo que había estado, como soldado del ejército español en diversas misiones de guerra y humanitarias. Me contó datos de su estancia en Angola, de su ayuda a esterilizar mujeres en Argelia a cambio de paquetes de comida, de su estancia en Chechenia y movidas así. Cuando le mostré mi sorpresa, me dijo que había ganado mucho dinero, pero que tenía preparada una bolsa para recoger su cadáver con el número 1121, lo que indicaba la situación de riesgo en la que había estado. Le pedí permiso para publicar su foto en mis crónicas y me lo dio, pues ya había aparecido en muchos medios de comunicación y lo conocía todo el mundo.

Impresionado por el extraño bar y el curioso personaje seguí paseando por el pueblo hasta que hablando con otros lugareños les comenté el asombro del bar y de Mario. ¿Eso te ha contado Mario? Se rieron. Si Mario hizo la mili en la Cruz Roja del pueblo y nunca ha salido de aquí, me dijeron.

Aún me contaron, para completar la anécdota, que en la última Nochevieja, un grupo de legionarios entró en el bar y “secuestró” la bandera republicana que tienen y la fueron paseando por todo el pueblo. En año nuevo la devolvieron.


Después conozco a Diana, una hispanosuizalemana que está haciendo el camino a pie y que anda muy ilusionada porque va a trabajar como carpintera en la ópera de Berlín.

martes, 1 de julio de 2014

Comenzando a dar pedales. De Sevilla a Fuente de Cantos 124 kilómetros.


Mi amiga sevillana me fue abriendo el camino desde su casa hasta llegar a Burguillos donde me incorporé al camino. Sólo un abrazo de despedida, sin más palabras.

De Burguillos me fui a Castilblanco de los Arroyos y a El Real de la Jara donde compré fruta a un vendedor ambulante que iba a su ritmo pregonando su mercancía sin reparar en que les seguía cuesta arriba, no por un reto, sino porque quería su fruta. “Mi marido me decía que  quéhacía un ciclista detrás de la furgoneta”, me dijo la frutera, sin entender que lo que quería era fruta. Sin pesar lo comprado me cobraron un euro por plátanos y manzanas que fui comiendo en una plaza.
Subí el primer puerto. Debía estar tan eufórico que no me enteré hasta varios días después de lo duro que debía ser cuando escuché a algunos ciclistas comentar como acto heroico que lo habían subido sin bajarse de la bicicleta. Por allí me encuentro a los primeros peregrinos, alguno que hace el camino de vuelta. Caballos, cerdos, ovejas y otros animales, menos yo, cobijan su cabeza en cualquier sombra. Yo a lo mío que es dar pedales. En Monesterio, ya en la provincia de Badajoz a comer. Pido una cerveza con gaseosa y me preguntan ¿blanca? Yo contesto que con gaseosa y me la traen. Pido otra y la misma pregunta ¿blanca? y les contesto preguntando que de cuántos colores tienen la cerveza con gaseosa y me dicen que también puede ser de limón.


Si algo hay más importante que la bici en días de bici con calor, son las siestas. Pregunto en Monesterio por un parque, con intención que no comunico, de hacer la siesta y me envían a un parque infantil, con columpios. Echo una cabezada bajo una roca y sigo en un día caluroso hasta Fuente de Cantos por una vereda.