lunes, 13 de julio de 2015

De Piñera a Gontán. (19 junio 2015)


Como no había salido apenas con la bici antes de realizar el camino, comienzo a sentir cierta fatiga muscular que no me impiden disfrutar de algunas imágenes espectaculares como la ría del Navia o la impresionante llegada a Ribadeo pasando un largo puente, que a pesar de estar totalmente protegido para los peatones y ciclistas el vértigo me hace disfrutarlo menos. Me he sentido abrumado hasta el punto de ser incapaz de pararme en el medio para hacerme una foto.


He paseado por un Ribadeo que todavía estaba medio dormido y luego me he ido hasta Mondoñedo. Mucha cuesta de bajada, malo. He descansado, callejeado y hablado con la argentina que está al frente de la oficina de turismo jugando con las palabras tango y gotán (en lunfardo) ya que iba camino de Gontán, mi próximo destino.

La subida desde Mondoñedo hasta poco antes de Gontán es para sufrir, por el calor y las rampas que en algún tramo supera el 15% de desnivel.

Me he encontrado a una gallega y le he preguntado por el resto de la carretera. Como buena gallega ni faltaba mucho, ni poco, ni era empinada la carretera, ni no. Cuando le he insistido con la esperanza de que quedara poco y no hubiera mucha pendiente, como si estuviera en su mano me lo ha negociado y me lo ha dejado corto el tramo y mediana la pendiente. Si negocio un poco más me lo deja en unos cientos de metros llanos. La realidad era que no tenía poderes y la cuesta era larga y el final lejano.


En Gontán a la hora de comer, una camarera vestida de negro, con el aspecto de haber dejado las vacas hacía un rato hablaba un spanglis muy meritorio diciendo “no tengo fis”. El menú también muy digno, de primero patatas con carne y de segundo carne con patatas. Era lo que había.  

Avilés - Piñera (18 junio 2015)



Lugares que van apareciendo por el camino. Luarca.
El recorrido es bonito, pero hay que estar preparado para dar pedales. Mucho sube y baja, prácticamente ningún llano, así que cuando bajo una cuesta más que disfrutarla pienso en que luego tendré que sudarla. Eso me pasa en Cudillero, población que me decepciona. También había estado. Es muy pequeña y con poco que ver. Estoy un rato callejeando lo que se puede, que con bicicleta es bien poco y como la cuesta abajo fue de escándalo, la subida que me esperaba para salir del pozo en el que me había metido fue dura.

La soledad del peregrino en un albergue totalmente vacío. Ni
hospitalero había.
La siguiente visita fue a Luarca, población que me resulta muy agradable. Comida de restaurante de menú barato pero bueno y camino de Piñera una población que al estar fuera de las etapas que suelen hacer los peregrinos que hacen el camino a pie, suele tener pocas visitas. Estoy solo en el albergue, hasta que sobre las siete y media llega un compañero que se viene haciendo 50 kilómetros diarios caminando.


Soy de Almadén, me dice, no lo conocerás. Sí, claro que lo conozco. Bueno es que tu estudiarías cuando aún se explotaban las minas de mercurio. Y le digo que sí, que es por eso. Ahora como ya no hay minas no lo conoce nadie.  

Albergue de Avilés


Estando preparando mi comida observo a un coreano que a pleno sol, y hace muchísimo calor, se está preparando la suya. Tiene varias verduras y una docena de huevos. En un bol veo que echa cuatro huevos junto a la verdura troceada y me digo que son muchos huevos, pero me alarmo cuando veo que echa dos más. Se va a comer media docena de huevos. Pero no. Estaba equivocado.
Siguió echando. ¡Cómo es posible que se vaya a comer ocho huevos de una sentada! Volvía a errar. Batió la docena entera y se los comió de una sentada, excepto un poco que me dio a probar cuando le manifesté que me había sorprendido ver la comida que preparaba. Un peregrino que lo conocía le dijo; andar, andas bien, pero comer, joder qué mal comes.

Avilés, que siempre entendía como una ciudad industrial y fea me sorprende como una ciudad hermosa y con un gran parque céntrico y muy concurrido. Nunca hubiera parado si hubiese estado de paso, pero qué gran error hubiera cometido.

Una comida con muchos huevos
En el albergue escucho a lo lejos una conversación en la que un peregrino dice que es panadero, luego al rato le escucho decir a otras personas que es de Alcorcón. En un momento, cuando va a entablar conversación conmigo, es muy conversador, hago como que le conozco y le digo, tú eres el panadero de Alcorcón. El tío casi me abraza de la emoción creyendo que lo había conocido. Sigo con la broma diciéndole que él había sido el que había bajado los precios del pan hace unos años, algo que pasó en casi todas las grandes ciudades, y me dijo que no, que me confundía con otro panadero, pero reafirmaba mi conocimiento sobre él. En un momento le digo, que salude al alcalde. No me jodas, también conoces a David. Así me entero del nombre del alcalde y el panadero sin entender cómo un tipo de la provincia de Teruel tenía un conocimiento tan amplio de Alcorcón.

La tarde aún me reservaba una sorpresa. Entablé relación con el hospitalero, una persona muy sensata, que había viajado mucho, sorprendentemente conocía Alcañiz. Tenemos una conversación sobre lo divino y humano, entretenida, jugosa y con la aportación de sensatez de cada uno, hasta que en un momento determinado introduce en la conversación a los extraterrestres que eran los hermanos protectores de cada uno de nosotros y eran los que le venían a inspirar la conversación que tenían. Eran también los que frustraron la guerra que iba a haber en periodo de la guerra fría haciendo que no funcionaran determinados mandos que iban a suponer la destrucción de la Tierra.


Sebrayo - Avilés por Valdediós (17 junio 2015)


Como los pactos con uno mismo se hacen para incumplirlos cuando se quiera y me había dicho que no iba a ir por caminos, así que he salido por unos caminos difíciles para mi edad, en los que he tenido que bajar de la bicicleta para ir cuesta abajo. Como las posibilidades de disfrute eran nulas, en cuanto he podido me he salido y he pensado que cuánta razón tenía al decidir ir por carretera.

Oviedo
La ruta no pasa por Vadediós, pero merece la pena desviarse para ver la iglesia prerrománica que nos ofrece. Es cierto que está cercada y si nadie te lo abre debes verla a unos treinta metros, pero su imagen y su entorno bien merecen el desvío, aunque luego haya que subir una cuesta infernal, imposible. Imagino que alguien la subirá montando en bici, pero con calor y con el peso de las alforjas se hace para mi imposible. Así que nuevamente pie a tierra y esta vez por ir cuesta arriba.

Como se dice, más o menos, que quien ha estado en Santiago y no ha visitado El Salvador, ha visitado al siervo, pero no a su señor, me he acercado hasta Oviedo para visitar El Salvador. Nuevamente la entrada por la que hay que cotizar. Las iglesias las hicieron obligatoriamente nuestros antepasados. El mantenimiento se hace vía impuestos, además el clero cobra también vía impuestos y encima nos hacen pagar por entrar. Pues no.


Compra de manzanas y callejeo por Oviedo para partir hasta Avilés, donde llego a la hora justa para comprar y hacerme la comida. Cuando unos franceses me ven llegar cargado de manzanas, cuando me hablan de mi lo hacen refiriéndose al tipo que ama las manzanas.

sábado, 11 de julio de 2015

Sebrayo


El albergue de Sebrayo tiene más habitantes que el pueblo. Para comprar se debe estar atento al paso de una furgoneta de ultramarinos que vende lo imprescindible. Ir a un restaurante supone caminar algunos kilómetros. Y no hay mucho más que hacer.


Sebrayo no tiene mar, pero es una buena ilustración a falta de
foto del albergue, que es lo único que se puede fotografiar.
Por la noche,cuando las tertulias parecían acabadas por esa costumbre peregrina de estar durmiendo antes de las diez, que en estos lugares es todavía pleno día, surge una buena conversación con unas aprendices de maestras vascas que entre ellas hablan continuamente en eusquera pero a las que se les oye en medio expresiones como “joder tía”, “hostias, no me digas”, “que bueno” y cosas así. En castellano iniciamos una tertulia que se alargó hasta pasada la media noche y que agradezco porque en todos los albergues me quedo sólo esperando como un lobo la salida de la luna.

viernes, 10 de julio de 2015

José Luis o la otra historia de reencuentros.


Unos kilómetros antes de entrar en Colunga diviso a lo lejos un ciclista con una bicicleta voluminosa que subía despacio una cuesta. Me crezco y voy a por él. Poco antes de alcanzarle se mete por una calle de un pequeño pueblo y coincidimos cuando sale de la calle. Íbamos a un ritmo parejo así que comenzamos a intercambiar nuestras primeras palabras. Su bicicleta es voluminosa porque lleva incorporado un motor eléctrico que le ayuda en las subidas.

En Oviedo con José Luis delante de El Salvador
Cuando el camino va entrando y saliendo d
e la carretera seseando, suelo ir por la carretera sin más desvíos, pero José Luis, que es el ciclista con el que voy me anima a meterme por caminos, voy con él, me lanzo y al poco me doy cuenta de que no me sigue, así que sigo hasta Colunga con intención de comer. En un restaurante en una calle paralela a la carretera me sirve comida asturiana una camarera colombiana guisada por un francés. Cuando estoy dispuesto a hincar el diente llega José Luis y compartimos mesa, mantel y conversación. Me comenta que quiere ir por Gijón (yo voy a ir por Oviedo). Después de comer yo me quedo a sestear en un parque y él sigue camino.

Al día siguiente, dentro de Oviedo, subiendo por una cuesta veo a un ciclista parado hablando con un guardia. Era José Luis que había decidido finalmente ir por Oviedo a visitar a una amiga. Damos juntos una vuelta por la ciudad y nos despedimos, yo me voy a Avilés. A media tarde, estando en mi litera del albergue me saludan. José Luis ha ido a parar, de las 70 camas que hay en el albergue, a la que está junto a la mía. Por la tarde damos una vuelta por Avilés y nos volvemos a despedir.


Cual es mi sorpresa, cuando el día de mi vuelta a casa, al ir a coger el tren en Santiago a las ocho y media de la mañana, en el andén, sentado, vuelve a estar José Luis. Pasamos un rato juntos y en el tren nos hacemos visitas, la mía fue infructuosa pues cuando fui a su vagón no lo encontré y por contra me encontré con un personajillo al que hacía años que no veía y hubiera querido que pasaran siglos sin volver a ver. Así que sólo insistí dos veces en la visita a mi vecino José Luis por no volver a coincidir con el personajillo en cuestión. Al llegar a Zaragoza nos despedimos en el andén, como corresponde, continuando con una buena relación de coincidencias.  

jueves, 9 de julio de 2015

Camino del Norte. San Vicente de la Barquera - Sebrayo

17 junio 2015


Gran parte del camino va por carreteras de todo tipo. Pero hay algún tramo que va por zonas que ya no están hechas para mi edad. Como me siento a gusto rodando por el asfalto tomo la decisión de hacer todo o casi todo por carretera. Como hay autopista la nacional no suele tener tráfico. Son promesas que me hago sin mucho convencimiento, porque también me había dicho que no pasaría bajo ningún concepto de los 75 kilómetros diarios y en esta etapa me he hecho más de cien. Es cierto que voy callejeando en las ciudades que me gustan, que me paro cuanto quiero y no tengo ninguna obsesión por llegar a ningún sitio.


Turismo con la bicicleta por Llanes y luego más tarde por Colunga, donde como. Cuando ya me voy me doy cuenta de que había estado antes en casa de unos familiares de mi amigo Emilio con molino y todo. Todos los caminos conducen al olvido. De vez en cuando alguna recuperación de memoria.

miércoles, 8 de julio de 2015

Los chicos de Getxo en San Vicente de la Barquera.


Sergio, Mikel y Markel a su llegada a Santiago. Unos campeones.
Ya hacía un buen rato que había llegado al albergue de San Vicente de la Barquera cuando llegan tres chicos vascos en torno a los veinte años. Llegaron exhaustos, como derrotados pero con la satisfacción de haber superado el reto de la etapa. Imaginé que había sido una etapa muy larga, pero resulta que habían pedaleado menos kilómetros que yo, que no se habían parado ni a comer, ni a ver nada para no perder tiempo y que llegaron varias horas después. Además eran jugadores de fútbol regional en el País Vasco, procedían de Getxo. Tal era su escasez de fuerzas que no tuvieron valor de bajar desde el albergue al pueblo, una empinada cuesta, para comprar comida. Su única cena fueron unas manzanas que les ofrecí y unos restos de una bolsa de patatas fritas que les dieron unas chicas. Nos despedimos porque dijeron que se levantarían tarde. Pero como el hospitalero encendió las luces pronto y su estómago estaba maltrecho aún nos vimos por la mañana en el desayuno.

El día que llegaba a Santiago pensé en ellos imaginando que aún no habrían llegado a Asturias, pero cuál fue mi sorpresa cuando estando paseando por la tarde junto a la catedral los veo que acababan de llegar. Estaban exultantes, habían superado todas las dificultades y habían llegado el mismo día que yo. Malas, muy malas, mis previsiones. Para hacernos una foto los cuatro juntos buscamos a la chica más guapa que había por allí, pero algo no funcionó porque la foto no quedó impresa en la memoria de la cámara. Nos despedimos nuevamente. Pero sin saberlo era una despedida provisional, por la noche volvemos a estar en el mismo albergue y aún tuvimos un rato de cháchara y hasta de recordar el albergue de San Vicente
antes de acostarnos.


Sin duda nos volveremos a encontrar. Tantas casualidades suelen ser el comienzo de algo más largo. Quizás alguno sea hijo de un amigo. Ya veremos. Esto me suena a un encuentro dentro de unos diez años en un lugar ajeno a las bicis. Lo escribiré.  

martes, 7 de julio de 2015

Los bolos de San Vicente de la Barquera


Hasta hoy creía que esto de los juegos de bolos era un entretenimiento sin más trascendencia. Algo así como la petanca que juegan los jubilados. De paseo por San Vicente de la Barquera vi a unos hombres jugando y me quedé mirando un rato. Al lado estaba el típico ciudadano
Partida de bolos.
dispuesto a enseñarme las normas. Resultó muchísimo más complejo de lo que pensaba. No lo acabé de entender.

Lo que más me sorprendió fue saber que hay ligas de bolos en varias partes de España, que hay campeonatos nacionales, que hay polideportivos de gran capacidad para la práctica de bolos y que hay un grupo de personas que son profesionales de este deporte.


Me dijeron que a las ocho de la tarde comenzaba un partido oficial y acudí a verlo. No había mucho público, era en la calle, era entre semana, hacía bastante frío y el nivel de los jugadores, según me dijeron era de aficionadillos en una localidad donde no hay mucha afición. Sorprendido.  

lunes, 6 de julio de 2015

Güemes - San Vicente de la Barquera (16 junio 2015)

Santillana del Mar
Despedida de la coreana, los catalanes y gente varia que he ido conociendo en el albergue y marcha madrugadora para llegar a Santander,

Hasta Santander se llega por medio de ferry. Debo esperar para coger el primero de la mañana. Dos días, dos rutas en bicicleta por mar. Son las cosas de ir por el norte.

Callejeo un poco por Santander, tampoco mucho. Me hago las fotos correspondientes para dar fe de mi paso por estos lugares y sin más dificultad me voy acercando hasta Santillana del Mar. No sé si iba demasiado rápido o muy despistado, pero lo cierto es que he pasado Santillana sin darme cuenta. He tenido que volver sobre mis rodadas para visitar la población. Hace muchos años que había estado y nuevamente la memoria me había cambiado algunas cosas de sitio y la iglesia la había guardado más grande y en una plaza más amplia.
Detalle de una ventana en Santillana

Población turística en todos los rincones, bien cuidada pero de aspecto artificial con tantas anchoas, chocolates, quesos y quesadas por todas puertas y la misma oferta repetida, veinte euros diez botecillos de anchoas.

Sigo camino y llego a Comillas. También había estado hace muchos años y también acumulaba falsos recuerdos que he actualizado. El Capricho antes era un restaurante, ahora es un lugar de pago obligatorio para entrar y yo no pago y por lo tanto no lo vuelvo a ver. Imagino que allí seguirá Gaudí sentado en un banco inmarcesible.

He decidido que toca comer de bocadillo y litrona. En un parque, rodeado de niños y madres, he desplegado mi arte culinario para abrir una barra en canal y preñarla de sardinas, tomate y queso. Una amiga mía me decía que de vez en cuando hay que comer de bocadillo para saborear lo bien que entra, y qué razón tiene.

He comprobado una vez más la pequeñez del mundo. He visto a lo lejos a una pareja de Alcañiz, pero no iba a ponerme a dar voces. Ya los veré.
Comida con litrona


Siesta en el mismo parque, visita de callejeo para bajar el bocadillo y bicicleta hasta San Vicente de la Barquera.