domingo, 18 de agosto de 2019

Hablando español. Tel Aviv. Mayo 2019.


Hablando español. Tel Aviv. Mayo 2019.

Hace unos años me encontré en Moscú a una pareja de abueletes de Zaragoza que me daba la impresión de que iban un poco perdidos. Viajaban solos. No estaban perdidos, se defendían preguntando todo, volviendo hacia atrás si les decían que por allí no y volviendo a intentarlo de otra forma. Pensé que sin querer se habían metido en un viaje a Rusia. Hablé con ellos y mi sorpresa fue escucharles que ya era el séptimo viaje que hacían a Rusia y que iban ellos solos, por su cuenta, algún año habían ido con otra pareja. Les pregunté si hablaban ruso. No hablaban ni ruso, ni inglés. ¿Cómo hacéis para entenderos? Me dijeron que en todas partes había alguien que sabía español. Me quedé sorprendido porque no creía que fuera así.

No sé si será una experiencia que conlleva la edad, pero me está pasando algo semejante. En casi todo momento que estoy en apuros sale alguien hablando español, que sabe de qué va la cosa y me echa una mano.

Playa de Tel Aviv con el moquero mojado al cuello para refrescarme.
En Tel Aviv debía coger un autobús el sábado, fiesta total para los judíos. Todos con los que me relacionaba me habían dicho que no había autobús el sábado. En internet quetodolosabe ponía que no había autobús el sábado. Fui a la estación y me dijeron que sí, que salía uno a las once. Como era una situación confusa para mí porque en ninguna parte ponía que hubiera autobús, hacía preguntas y expresiones absurdas en mi limitadísimo inglés. La informadora me lo dijo bien claro en español. Ante una situación de apuro allí estaba el hada de los abueletes.

El sábado cuando fui a tomar el autobús la estación estaba cerrada. Daba vueltas por uno y otro lado (una estación enorme) y todo cerrado. Pregunté en alguno de los comercios que estaban abiertos en los bajos de la estación y todos me decían lo mismo, que la estación no se abría hasta por la tarde porque era sabat. Yo decía que tenía un autobús a las once. Me decían que era imposible. Seguía caminando por ver si por alguna rendija podía meterme a la estación. Entonces acudió en mi ayuda una chica sudamericana que me dijo que no me preocupara, que la estación la abrirían a las diez y media y debía estar en determinada puerta. Así fue.

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