Pero es cuestión de acostumbrarse. Sus calles sucias pasan a
un segundo plano y la comunicación con los chilenos gana tantos puntos que
oculta casi todas sus deficiencias. Tienen fama de ser ariscos y distantes.
Quizás esa fama se deba a lo dicharacheros que son sus vecinos argentinos.
Es posible que no dé, o le cueste un poco, dar el primer
paso para comunicarse, pero en cuanto está dado, aunque sea por mi parte, la
comunicación comienza a ser fluida, interesándose por todo y siendo muy
respetuoso. Por ejemplo, conocedores de la grave situación económica de España,
no abordan el tema hasta que se les da pie y sobre todo lo hacen con sumo
cuidado, no vaya a ser que te sientas molesto por la opinión negativa que
puedan tener de tu país.
Prácticamente tienen pleno empleo y es muy común encontrar
carteles por todo tipo de establecimientos poniendo “necesitamos garzón o
garzona para trabajar en la bodega”, aunque muchos de los ocupados tienen empleos precarios o pequeñísimos negocios (un carro del supermercado que les sirve para servir comida) con los que subsisten.
Tienen inmigrantes procedentes de Perú, a los que no perdonan
dos cosas, una un conflicto armado que tuvieron en el siglo XIX y la otra que
hablen tan claro, despacio y modulando las palabras. Porque el chileno se
precia de hablar muy rápido y comerse cuantas más letras mejor. La calma
peruana los saca de quicio.
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