miércoles, 21 de noviembre de 2012

Conversaciones profundas

Para entablar una conversación profunda en Argentina sólo tienes que mirar a la cara durante diez segundos a cualquier persona. Nada de hablar del tiempo. Eso ya se ve y es común para todos. Al grano, a los problemas personales o sociales, que igual les da pasar de unos a otros, sin que haya mucha intimidad.
Irmangélica con su carga de empanadillas.
Miraba un plano para orientarme y se me acercó una mujer menuda montada en bicicleta ¿Qué querés? Me indicó dónde estaba el barrio Palermo, que era lo que buscaba, y me contó su viudedad desde hacía seis años y su novio alemán que tuvo cuando se celebraron los mundiales de fútbol y su pensión de cinco mil pesos que completaba vendiendo empanadillas por la calle con su bicicleta. Y cómo las amasaba y qué les ponía y lo caro que estaba el tomate. “Y todo lo hago porque mi abuelo, que fue quien me educó, me enseñó a trabajar siempre y no se estar ociosa porque con la pensión me sobra”. Y además tenía un apartamento en alquiler, ahora desocupado, porque los inquilinos anteriores se lo destrozaron. “Cobro seis pesos y medio por cada empanadilla, pero a vos os regalo una” Y soñaba con ir a España porque había visto reportajes y quería verlo y no descartó vender el apartamento que utilizaba para alquilar y así realizar sus sueños. Porque no tenía hijos, pues su marido era estéril y tenía suficiente para comer, a pesar de que el corralito les arrebató una buena parte de sus ahorros.
Y todo dicho dulcemente, sin iras contra inquilinos ni gobernantes, ni destinos.
Irmangélica, pronunciado todo junto, me deseó suerte y como no hacía uso de internet, allí acabó nuestra relación. yo camino de Palermo, ella a seguir vendiendo sus empanadillas. “Hace unos tres años las vendía en dos horas, ahora me puede llevar toda la mañana y no venderlas, aquí  las cosas no están tan bien como dicen”.
Poco después entré en una librería-restaurante muy hermosa. Cuando el librero me estaba buscando el libro que le pedí, se subió a una escalera y comenzó a decirme: ”¿Ves esta librería? Puede parecer hermosa al entrar, pero el nabo del arquitecto que la hizo no tiene ni idea de cómo construir. Esta escalera la tendría que haber puesto allá para que entrara más luz, estas estanterías deberían permitir moverse para poder acceder a ellas mejor. Y aún fue más idiota que puso esto en medio cuando lo lógico es que estuviera en la entrada, y el muy nabo e inútil…” y así me fue desgranando todas las firmas de incompetencia que había dejado el arquitecto. “Pero no sólo es este arquitecto, son todos arquitectos iguales ¿Sabés que es un arquitecto? Una persona que no ha tenido huevos a ser ingeniero y no tiene la delicadeza de un decorador”.
Ya más calmado me preguntó por la situación de España, que es brava, me dijo. Le contesté que había mucho desempleado y me dijo que no tener empleo era una forma de perder la identidad, porque conocíamos a las personas como Juan el carpintero, María la costurera, Francisco el herrero y si uno no tenía trabajo se quedaba sólo con una parte de identidad. “Y vos en qué trabajás? Me armé de valor y de humor, agaché la cabeza con resignación, tragué saliva para dar verosimilitud a mi personaje y le contesté carraspeando; arquitecto. Unos segundos de silencio. Me miraba a la cara y me respondió ¿sabés que le digo? Que no me achico, que mantengo todo lo que he dicho. Olé tus huevos me dije. Luego le expliqué que era broma, que no era arquitecto, pero le daba igual que lo fuera o no.  

Luego seguimos hablando amistosamente del libro que le había comprado pronosticándome que iba a disfrutar con su lectura.

1 comentario:

  1. Me encanta!! vivan los argentinos!! que chapa dan! y lo que me gusta!! me da miedo ir, por si me quiero quedar!!!

    sabes que es el país con más psicólogos por habitante!! si es que necesitan pagar para uqe les escuchen!!!

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