Irmangélica con su carga de empanadillas. |
Miraba un plano para orientarme y
se me acercó una mujer menuda montada en bicicleta ¿Qué querés? Me indicó dónde
estaba el barrio Palermo, que era lo que buscaba, y me contó su viudedad desde
hacía seis años y su novio alemán que tuvo cuando se celebraron los mundiales
de fútbol y su pensión de cinco mil pesos que completaba vendiendo empanadillas
por la calle con su bicicleta. Y cómo las amasaba y qué les ponía y lo caro que
estaba el tomate. “Y todo lo hago porque mi abuelo, que fue quien me educó, me enseñó
a trabajar siempre y no se estar ociosa porque con la pensión me sobra”. Y
además tenía un apartamento en alquiler, ahora desocupado, porque los
inquilinos anteriores se lo destrozaron. “Cobro seis pesos y medio por cada
empanadilla, pero a vos os regalo una” Y soñaba con ir a España porque había
visto reportajes y quería verlo y no descartó vender el apartamento que
utilizaba para alquilar y así realizar sus sueños. Porque no tenía hijos, pues
su marido era estéril y tenía suficiente para comer, a pesar de que el
corralito les arrebató una buena parte de sus ahorros.
Y todo dicho dulcemente, sin iras
contra inquilinos ni gobernantes, ni destinos.
Irmangélica, pronunciado todo
junto, me deseó suerte y como no hacía uso de internet, allí acabó nuestra
relación. yo camino de Palermo, ella a seguir vendiendo sus empanadillas. “Hace
unos tres años las vendía en dos horas, ahora me puede llevar toda la mañana y
no venderlas, aquí las cosas no están
tan bien como dicen”.
Poco después entré en una librería-restaurante
muy hermosa. Cuando el librero me estaba buscando el libro que le pedí, se
subió a una escalera y comenzó a decirme: ”¿Ves esta librería? Puede parecer
hermosa al entrar, pero el nabo del arquitecto que la hizo no tiene ni idea de
cómo construir. Esta escalera la tendría que haber puesto allá para que entrara
más luz, estas estanterías deberían permitir moverse para poder acceder a ellas
mejor. Y aún fue más idiota que puso esto en medio cuando lo lógico es que
estuviera en la entrada, y el muy nabo e inútil…” y así me fue desgranando
todas las firmas de incompetencia que había dejado el arquitecto. “Pero no sólo
es este arquitecto, son todos arquitectos iguales ¿Sabés que es un arquitecto?
Una persona que no ha tenido huevos a ser ingeniero y no tiene la delicadeza de
un decorador”.
Ya más calmado me preguntó por la
situación de España, que es brava, me dijo. Le contesté que había mucho
desempleado y me dijo que no tener empleo era una forma de perder la identidad,
porque conocíamos a las personas como Juan el carpintero, María la costurera,
Francisco el herrero y si uno no tenía trabajo se quedaba sólo con una parte de
identidad. “Y vos en qué trabajás? Me armé de valor y de humor, agaché la
cabeza con resignación, tragué saliva para dar verosimilitud a mi personaje y
le contesté carraspeando; arquitecto. Unos segundos de silencio. Me miraba a la
cara y me respondió ¿sabés que le digo? Que no me achico, que mantengo todo lo
que he dicho. Olé tus huevos me dije. Luego le expliqué que era broma, que no
era arquitecto, pero le daba igual que lo fuera o no.
Luego seguimos hablando amistosamente del libro que le había
comprado pronosticándome que iba a disfrutar con su lectura.
Me encanta!! vivan los argentinos!! que chapa dan! y lo que me gusta!! me da miedo ir, por si me quiero quedar!!!
ResponderEliminarsabes que es el país con más psicólogos por habitante!! si es que necesitan pagar para uqe les escuchen!!!