Como Chile es un país estrecho acorralado por los Andes
hacia el mar, a pocos kilómetros de Santiago puedes estar en la playa o en la
montaña.
Hacer una caminata por los Andes era una buena opción para
un par de días. Me hablaron muy bien de una zona denominada el Cajón del Maipo. Y
que partiendo de San José de Maipo podría hacer varias excursiones. En el
autobús viajé con un chileno que me dijo que iba a menudo a realizar
excursiones por la zona. Me recomendó una que podría hacer en un par de horas y
por la tarde me podría ir hasta otro lugar cercano a ver unas cataratas.
Con sus recomendaciones inicié la ascensión a La Lagunilla,
tranquilamente pensando que un par de horas de ascensión y algo menos de bajada
tampoco requerían demasiado esfuerzo. Cuando llevaba dos kilómetros un gran
letrero me indica que a La Lagunilla faltaban 16 kilómetros. Dudé, pues
significaba 18 kilómetros de subida y otros tantos de bajada. Pero como iba
recomendado continué. A los pocos kilómetros la vegetación se hizo escasa, el
sol abundante y el paso necesité que fuera acelerado si quería estar de vuelta
antes de la noche. En el kilómetro cuatro un perro me aguantó el ritmo dos
kilómetros. En el kilómetro seis encontré unos ingleses que estaban igual tan
engañados como yo que me siguieron durante otros dos kilómetros. Luego ya
continué solo, esperando que el final fuese magnífico. Los 16 kilómetros resultaron ser cerca de 19
(estaban marcados) y el final eran una docena de chopos. Nada más. Realmente
frustrante. El sol era justiciero y como es normal en mi no llevaba agua. Y me
quedaban más de 19 kilómetros de vuelta porque hasta la base me habían llevado
en coche y luego debería volver hasta el pueblo que estaba más lejos. Menos mal que
otros seres más inteligentes que yo habían subido en coche, les pedí si
me podían bajar, a lo que aceptaron gustosos, me ofrecieron un refresco que
acepté y aunque me dijeron que bebiera lo que quisiera, sabiendo que si
agarraba la botella de dos litros no iba a dejar ni el plástico, les dije que
no. Bajando nos encontramos con los
ingleses que aún les faltaban cuatro kilómetros y les dije que arriba no había
nada que ver, que se volvieran. Luego me los encontré tuvieron suerte y una
furgoneta los bajó poco tiempo después.
En busca de un refrigerio para el sediento peregrino.
Luego me bajaron hasta donde había salido.
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Cuando pedí agua en una oficina de información que había en
el pueblo y les dije que había subido a Las Lagunillas, enseguida se lo fueron
diciendo el uno al otro como algo memorable para escribir en los anales de la
información turística.
Había pedido agua del grifo y no me entendieron. ¿Agua de
dónde? Del grifo. No te entiendo me respondieron con cierto nerviosismo. Fueron
necesarias unas cuantas explicaciones. El grifo en Chile es la llave. Pues agua
de la llave.
Por la tarde me encaminé hasta San Alfonso para ver las
cataratas, al menos vería algo que tiene el éxito asegurado. Me cobraban por
entrar a verlas y luego tenía que contratar obligatoriamente un guía. Me
pareció un abuso y además estaba cansado, así que me volví a Santiago y lo que
iban a ser dos días en los Andes se convirtieron en una caminata nada
placentera de uno solo.
jajaajja novato, yo y mi patner vamos siempre a cajon del maipo, y caminamos durante horas y horas, hemos subido lagunillas un par de veces, siempre hasta la cima, lo mejor es el sector de salto del agua pasado del melocoton y el estero coyanco, mientras mas camines rio arriba mejor sera el lujar, truchas enormes hasta iguanas puedes ver
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