En Iguazú he estado en un hostel, compartiendo habitación con cinco más. Entre mis compañeros
había una extraña pareja formada por un joven y una mujer madura que dormían en
las literas de al lado. Intercambiamos algunas palabras, gente muy amable, pero
que rompía mis esquemas de pareja.
Una de las noches, a la hora de la cena, me senté con ellos
y se ha aclarado mi desconcierto. No eran pareja pareja, sino madre e hijo que
estaban de mochileros pasando unos días de vacaciones.
Miriam y Lucas son habladores, tanto como yo. Eso explica que desde las ocho y media de la noche no parásemos de hablar hasta cerca de las dos de la mañana, cuando nos fuimos a dormir, pero sólo fue un pequeño descanso, porque a las siete y media, sin ninguna obligación ya estábamos en pie para seguir hablando y paseando por la ciudad.
Nuestros caminos, momentáneamente, se separaron, pero
todavía tenemos muchas conversaciones pendientes que las nuevas tecnologías nos
permitirán retomar y sin la pasión de estar al lado, con la frialdad y el calor
de las palabras escritas, seguiremos teniendo una relación recién comenzada.
La política, las relaciones familiares, las ideologías
pasadas y futuras. Son muchos frentes abiertos que necesitan mucho tiempo.
Suelo hacer fotos de todo el mundo para recordar, para
volver a poner un perfil que con el paso del tiempo se va desdibujando en mi
recuerdo. En este caso, fueron tantas las palabras que no tuvimos el tiempo
necesario para que sonara el clic de la cámara de fotos.
Ya no recordaba que en un instante del desayuno sí hubo tiempo para las fotos con su cámara. Aquí está la inmortalización de un momento.
Ya no recordaba que en un instante del desayuno sí hubo tiempo para las fotos con su cámara. Aquí está la inmortalización de un momento.
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