Pasear sin duda tiene grandes ventajas, además de las
físicamente saludables. En Valparaíso he tomado el camino equivocado. En vez de
ir hacia la zona céntrica, me he adentrado en la playa hasta llegar a una zona
abandonada, fea, de raíles frente al mar. En la valla que separa la valla de la
playa y de las vías había un hueco, como una puerta mal hecha con un cartel en
un vagón que decía “Suba al tren más lento del mundo”. Parecía un cartel
escrito por Michael Ende o por Ruiz Zafón. He entrado. Y he sido transportado
en el tren más lento del mundo a otra realidad. La realidad de unos vagones
desvencijados, viejos, rotos, con un aspecto de abandono hasta el punto que se
habían acumulado en su interior objetos inservibles, basura, pero además era un
bar. Un bar con un extraño encanto, porque a pesar de parecer un basurero
también tenía un piano y un pianista, que podía ser sustituido por cualquiera
que quisiera hacer sus pinitos y quien lo hacía, un francés, lo estaba haciendo
muy bien.
El brazo que se ve es el de Pancho. El fotógrafo
francés no me entendió cuando le dije que nos
sacara a los dos.
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En un vagón, sentados sobre unos asientos inmundos estaban
cuatro franceses y un chileno, Pancho. Estudiantes todos. Y yo que no pierdo
ocasión de hablar, tenía que hacerlo con ellos. Ha sido principalmente con
Pancho, estudiante de política internacional, aunque el estado lo considera
como un indigente. Como no trabaja no tiene cobertura de la sanidad pública y
como tiene más de 23 años, no puede estar bajo la protección sanitaria de los
padres, así que para la salud Pancho es un indigente.
Comenzamos una conversación de varias horas, con su largo,
larguísimo paseo incluido, con un repaso a los sistemas de enseñanza, sanidad,
jubilación, situación laboral y cientos de temas más. Con repaso a nuestras
vidas y andanzas, con consejos suyos sobre mi próxima estancia en Argentina y
con un interesante paseo por la parte alta de la ciudad, por encima de las
cuestas que visitan los turistas. Viendo otro Valparaíso muy distinto al de las
postales o al que está declarado como patrimonio de la humanidad.
Muy interesante, agradable y enriquecedora su compañía. Me
invitó a cenar a su casa, además con la disculpa de que sólo tenía pasta, como
si fuera cosa de estudiantes con pocos recursos. No fui a cenar, porque me
parecía que estaba interfiriendo demasiado en su vida (a esa hora ya habíamos
perdido a los franchutes) y más tarde había quedado con ellos para ir a una
discoteca. Pero aún me dejó tareas para el día siguiente diciéndome qué debería
visitar y en que orden, dónde debía comer y el qué. También es una de esas
amistades, a pesar de la diferencia de edad, que creo que perdurarán.
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