martes, 9 de octubre de 2012

Tardes inolvidables



Las circunstancias, a veces, se van entrelazando como si esos mundos que se comunican hubieran creado nuevas redes.

Jung tocando a Chopin. La vela encendida estaba junto a mi.
Entré a un restaurante a comer, antes de comprar la leche y la cerveza necesarias para subsistir y allí estaban esperándome dos abueletes que enseguida entablaron conversación conmigo. Tienen 74 años y estuvimos hablando de su amistad desde su infancia, un poco de España, de mi viaje,… Me dijeron que si había probado una bebida, les dije que no y fueron a comprar una botella que compartimos entre los tres y luego añadieron a otro comensal más que estaba en el mismo restaurante. Los cuatro entramos en animada charla y me preguntaron si tenía algún plan para esa tarde. Sí, les contesté, pero… Pero nada, vente con nosotros. Me invitaron a la comida y me llevaron a lo que debe ser una bodega coreana, que es como todas las bodegas, pero con karaoke. Allí bebimos unos zumos, alguno de cebada fermentada, y cantaron unas canciones. Yo me negué a cantar una canción desconocida y con subtítulos en coreano. Les dije que necesitaba al menos doce cervezas para entender la letra. Así que acabamos cantando el cucurrucucú paloma, que era lo único que sabíamos en común.
Kim  cantando karaoke en la bodega de su amigo.
Disolvimos la reunión, y el otro invitado Jung, que es psicólogo y profesor me acompañó a comprar. Quiso pagar mi compra a lo que me negué secuestrando a la cajera. Finalmente accedió a que pagara pero me invitaba a un café. Me llevó en coche hasta su casa. Una casa magnífica, de revista de decoración. Preparó un té, encendió una vela y me preguntó ¿qué te toco? Dudé un instante y enseguida me dio opciones, Chopin, Bach, Mozart,  Pues Chopin mismo, le dije. Se puso al piano del cuarto de estar donde estábamos y en un ambiente magnífico, en una situación inenarrable, con la vela de fondo, sus tres perros acariciándome y tomando un té, escuché una magnífica interpretación para mí sólo. Luego salimos al jardín y hablamos tendidamente, yo sobre todo de mi hija. Luego me devolvió a casa. Cuando he llegado me he encontrado con un mensaje en el correo para quedar para cenar, pero he llegado demasiado tarde y ya no ha podido ser.
Y es que Seúl tiene momentos. 

1 comentario:

  1. Este blog tuyo se está convirtiendo en un problema, cada día me dan más ganas de desempolvar la mochila...

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