martes, 23 de octubre de 2012

Oportunidades de viaje


La mayoría de los turistas llegan a Nueva Zelanda a Auckland, en el norte, alquilan un coche o una autocaravana y se van hasta el sur donde la devuelven. ¿Cuál es el problema que tienen las empresas de alquiler? Que se les acumulan en el sur y no tienen forma de hacerlas llegar al norte. Bueno tienen una, ofrecer unos alquileres ridículos para hacer el recorrido inverso. Así que aprovechando esa descompensación hoy he alquilado un coche de lujo por la cantidad de 50 céntimos de euro. Cierto. Las chicas que me han hecho la foto me han preguntado que si era mío. Les he contestado con cierta cara de satisfacción que sí. Han puesto cara de admiración (cosas del consumismo igual les parecía Richard Gere). Luego he añadido, pero sólo por hoy. Sus caras han vuelto a las que eran antes de la foto. Toda mi fealdad ha vuelto a mí.
El recorrido ha sido todo un deporte de aventura. Me han dado las llaves y me han dicho dónde estaba el coche, sin ninguna explicación. Me he subido, he comprobado que tenía la documentación, me he puesto el cinturón de seguridad y ¡ostias! no tenía volante. He mirado y me he partido de risa al comprobar que el volante estaba en el otro lado. Aquí tienen la costumbre de conducir por la izquierda. Me cambio de lado y compruebo que sólo tiene dos pedales, con lo que he llegado a la conclusión de que o no frenan, o no embragan o no aceleran. Probaré, me he dicho. He ido a poner la llave de contacto y no tenía ni llave ni agujero para meterla. Impotencia. Así que me he ido a buscar alguien que me dijera algo para sacarlo de allí. Un chico muy amable me ha dado una clase de lo más imprescindible y me ha dicho que es que era de cambio automático y se ponía en marcha apretando de un botón. Demasiada tecnología.
Cuando he salido, por pura lógica me he ido en dirección contraria a la ciudad donde estaba. Unos cincuenta kilómetros después me he dado cuenta de que me estaba acercando cada vez más al Polo Sur y es que tenía que haber vuelto a la ciudad y allí salir por una rotonda.
Como los mandos están cambiados, cuando he ido a poner el intermitente le he dado al limpiaparabrisas. No sabía cómo pararlo. He pensado que iba a llegar sin escobillas y sin parabrisas. Treinta quilómetros así, después de tocar todos los mandos para todas partes he conseguido reducir la velocidad a cambio de que también me funcionara el de detrás.  Al final me he parado y me he dicho no continúes hasta que lo soluciones. Y lo he solucionado. Cincuenta quilómetros después ya era capaz de poner la radio sin que se encendiera un intermitente. Cuando he parado a comer no he podido perder de vista el coche porque por mucho que apretaba el botón del cierre se quedaba abierto. Cien quilómetros después ya podía frenar sin salir despedido por delante. (En una de las frenadas he perdido las gafas, el mapa y la cámara de fotos).  Ha sido cuando me he dado cuenta de que en las antípodas había un hotel Andorra y me he parado para fotografiarlo.
Para echar gasolina han tenido que salir de la gasolinera a buscar el botón que permitiera abrir el depósito. Llegando al destino me he tenido que saltar la mediana para no tener que ver venir a todos los coches de frente.
Y es que Nueva Zelanda es el país del deporte aventura por excelencia.  Cuando he podido verlo, he comprobado que el paisaje es espectacular. 

1 comentario:

  1. También veo que ahí no hay policía. Aquí te habrían empapelado a multas...

    Lo de los coches automáticos es peligrosísimo. Lo pero para mí es cuando el pie izquierdo no sabe estar ocioso y se lanza en busca del embrague cuando cree que deberías cambiar de marcha, y se encuentra con el freno... Vaya sustos que te metes.
    Yo me tuve que atar los cordones del zapato a la pata del asiento para que el pie se estuviera quietecito.

    ¿Pero cuántos kilómetros tienes que hacer? ¿El sistema se llama "driveaway"?

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