martes, 2 de octubre de 2012


No creo que sea fotogénico. O lo sería si me acompañara el físico. Lo curioso es que los coreanos me piden posar con ellos. Pongo mi mejor sonrisa y sobrellevo la carga de la fama. Todavía no me piden la firma, pero es que sólo llevo tres días. También pido que me hagan fotografías. Nunca hacen una. No pueden. Suelen hacerte tres cuando les pides una. La que les has pedido, la de por si acaso y la que ellos creen más artística, que es cuando te hacen mover de sitio y hacen el encuadre que les parece.
He pedido hacerme unas fotos con unos vestidos de baturros coreanos y cuando nos la iban a hacer, se ha formado un corro de gente curiosa viendo la pose de un rostro pálido rodeado de pieles amarillas. Al instante han comenzado a sonar los clics de las cámaras (que también tienen el sonido) y he sido la atención de los que había por allí.

Fotografía oficial de la boda. La novia no está muy convencida
Lanzado por el corcel de mi fama, le he pedido en matrimonio a una coreana que pasaba por donde yo estaba. Sin agradarle la oferta, no ha sido capaz de decir que no y se ha ofrecido a que la llevara al altar de esta gente. Hemos posado, hemos bebido y hemos vuelto a posar un poco menos serios con mi uniforme desabrochado.


Segundos antes de pedirme el divorcio
La gente me saluda. Como casi todos son iguales y casi todos llevan el mismo modelo de gafas, no suelo distinguir si los que me saludan los he conocido en alguna sesión de fotos o corresponde a la educación coreana.
Unas chicas (muy jóvenes) me han ofrecido que cogiera un sobre entre un puñado que llevaban. Pensaba que pedían dinero y les he dicho que no. Ha sido la mayor desgracia que les podía haber ocurrido en su corta vida. Me han dejado claro que no pedían dinero. Me he disculpado, he cogido el sobre y en su interior ponía “te quiero” en media docena de idiomas, entre los que no estaba el español. El premio, no sé si para mí o para ellas, hacerme una foto con una de ellas. 

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