lunes, 30 de junio de 2014

La Vía de la Plata. Llegada a Sevilla. (2)
Después de 58 años sobre la tierra, unas cuantas aventuras y una vuelta al mundo, me conmueve mi padre dándome consejos sentidos cada vez que me voy de viaje sobre precauciones que debo tomar o cómo superar dificultades.

De las dos de la tarde a las dos de la mañana estuve hablando y escuchando historias que podían haber estado truncadas. Pero eso es otra historia.

En el viaje en AVE me di cuenta de lo absurdo que resulta a veces la tecnología. Una puerta, la de toda la vida, si no abre bien, empujas con fuerza y a otra cosa. Pero es mucho más complicado abrir una puerta automática, cuando no se abre. Le pasó a un pasajero. La puerta, no lo detectó y no se abrió cuando pretendía pasar de un vagón a otro. No era posible el empujón, así que el pasajero, iba hacia delante, hacia detrás, para que el detector lo reconociera y se abriese la puerta, pero no había reconocimiento. Luego viene eso de bracear, como si saludaras al enanito que está metido dentro del detector diciéndole, que estoy aquí, que quiero pasar. Y el enanito de siesta. Buscando detectores por otras partes, a la altura de las rodillas, coordinando brazos, manos y piernas a un ritmo de música inexistente. Y la puerta cerrada. Le salvó que el enanito del otro lado de la puerta estaba despierto y le abrió a uno que venía en sentido contrario y así pudieron pasar los dos. 

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