viernes, 27 de junio de 2014

Parada del Compte. Noche de lujo

Mi burro y yo. Capítulo VI
Einstein no le hizo ningún asco a la Parada del Compte, a pesar de tener sólo cuatro estrellas y él estar acostumbrado a las miles de estrellas de la noche. El chicoparatodo del hotel no paraba de llamarme caballero, sin entender que era burrero. Comenzamos a negociar y después de ofrecerle los servicios de Einstein, mi burro, para que les dejara el césped igualado, para que les desbrozara las zonas de hierbas y para que les abonara las plantas, llegamos a un acuerdo monetario y el servicio del hotel nos salió un poco más económico de lo que marcan las tarifas de oferta.
Einstein realizó todas las tareas con verdadero placer y entusiasmo, aunque alguna vez no dejó el abono en el sitio adecuado, y no contento con ello aún estuvo toda la noche organizando las mesas y las sillas de los veladores, que nunca le agradaban donde estaban. Las ponía para arriba, para abajo, de lado. Al final, desistió y las dejó todas revueltas.

A Einstein le encanta revolcarse en la tierra y las piedras. Su momento preferido es cuando acabo de pasarle el cepillo por todo el cuerpo. Se siente limpio y aseado, sólo le falta desparasitarse y se da volteretas en la tierra removida. En la Parada del Compte tuvo el lugar perfecto, pues las piedras de grava le rascaban en los lomos, así que se volteó cuantas veces quiso.

Por la mañana, con las alforjas bien puestas, contribuyendo el propio Einstein a que se las atara en condiciones, comenzamos nuestra nueva etapa con renovada alegría.

Yo no canto nunca, por decencia, para no herir. Pero como vi que Einstein estiraba las orejas cada vez que yo balbucía un intento desentonado de nota musical, fuimos haciendo camino a ritmo de vocalista blanco de jazz. Mi voz está hecha para la exquisitez de los burros.

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