viernes, 27 de junio de 2014

Primera etapa. Desde Alcañiz a Torre del Compte. La salida.

Mi burro y yo. Capítulo IV
Como Einstein no está acostumbrado a verme tan temprano, se mosqueó. ¿Qué pasa aquí? Te lo he dicho varias veces. Nos vamos de excursión. Pensaba que era una broma. Todavía con legañas en los ojos me iba siguiendo con mi trajín de alforjas y movimientos extraños. Cuando puse la manta sobre sus lomos, entendió que la cosa iba en serio, algo raro iba a suceder. Ponerle las alforjas por primera vez, aunque antes habíamos ensayado, no fue fácil. Me costó lo mío porque Einstein no entendía nada por muchas explicaciones que le daba. Se revolvía, se movían las alforjas y se desajustaban.

Después de media hora de sudores, con notable retraso, a las 8:15 salimos a iniciar nuestra aventura. Los primeros pasos Einstien, mi burro, los llevó bien. Todo prometía que iba a ser una buena y agradable caminata.

Los primeros problemas llegaron cuando pasamos por una senda estrecha. Las ramas le rozaban en las alforjas, Einstein no entendía qué pasaba detrás suyo, se puso nervioso y comenzó a moverse, a hacer cabriolas y dar con las alforjas en el suelo. Y así dos veces más. Una vez tiró toda la comida que había cocinado para mí, para cuatro días. Así que aunque lo propio hubiera sido hacer unas fotos, corrí a rescatar lo que pude del suelo antes de que todas las bacterias invadieran mi tortilla de patata, mis tortelinis y mi arroz.

Con un buen puñado de bacterias, de tierra y piedrecillas salvé lo que pude para tener garantizada alguna comida.

Una hora después habíamos recorrido 900 metros. La cosa prometía poco porque además yo no tenía controlado cómo ponerle las alforjas en condiciones. Estuve a punto de considerar que era un proyecto fallido y que deberíamos volver a casa para intentarlo otro día.

Entonces tuve la suerte de que pasó Paco el Andaluz, la persona que más sabe de burros y caballos de todo Aragón y parte de Andalucía. Y él me dio la clave. “La cincha la tienes que pasar por ahí, que eso está hecho para eso”, como si el cuerpo de Einstein lo hubiera hecho un carpintero con sus zonas de amarre. Y esa fue la clave. Le pasé la cincha por el sitio correcto y eso me permitió abandonar la idea de abandonar. Con mucho retraso y sin comida comenzamos la ruta pasando por un túnel oscuro que Einstein pasó sin ningún problema siguiendo la luz de la linterna delante de su hocico.  Aprétala fuerte, me dijo Paco. Y yo apreté fuerte la cincha, pero no demasiado fuerte, lo que me complicaría más adelante el camino. Hasta que la apreté fuerte, Einstein no se molestó y se acabaron los problemas de las alforjas. Pero para tenerlo solucionado pasó una mañana y una veintena de kilómetros.

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