Mi burro y yo. Capítulo IX
Las nubes estaban más negras que la crin de Einstein. Alguien nos dijo que no nos preocupáramos si llovía porque íbamos a entrar en la zona de los túneles y nos podríamos refugiar.
Pronto comenzó a llover débilmente y seguimos caminando, luego fue un aguacero y Einstein dijo que por ahí no pasaba. Que no se mojaba. Lo entendí, pero no quiso moverse. Ni para adelante, ni para detrás. Clavado entre medio de dos túneles, yo tirando para donde quisiera caminar y Einstein en huelga de patas clavadas. A estirones y amerados, a duras penas conseguía mover sus cerca de trescientos quilos de tozudez. Su terquedad se pronunció cuando tuvo que pasar una franja negra de alquitrán. Y es que Einstein es miedoso y asustadizo y aquello que no controla lo saca de sus casillas.
A pura fuerza, cambiando los papeles que tradicionalmente se nos han dado a burros y humanos, tiré de él hasta que logré desandar los 400 metros que nos separaban del túnel. Le quité las alforjas, lo cepillé para que se relajara y entendiera que sólo quería lo mejor para los dos y allí estuvimos un buen rato hasta que amainó, haciendo planes de dormir en el túnel si no paraba en toda la tarde.
El miedo le volvió a Einstein al cuerpo cuando pasamos un túnel que estaba iluminado. La luz cenital producía en su sombra la sensación de que su propia sombra le adelantaba. Einstein que veía cómo salía de sus patas una sombra de burro con las orejas tiesas que le adelantaba, no entendía nada y comprendía que si dejaba de andar, la sombra cedía en su intento de adelantarlo, así que como mal menor se paraba para no ser sobrepasado por ese extraño ser que tenía su misma silueta. Vuelta a intentar razonar, a tranquilizarlo, a cepillarlo y a tirar de él hasta que lo asimiló como un fenómeno no dañino de la naturaleza y aún viendo salir de sus patas más y más burros que parían continuamente a cada foco, entendió que no lo llevaba por mal camino. Menos mal, porque son unos cuantos los túneles que tuvimos que pasar hasta llegar a Bot.
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