Marina, mi amor
ucraniano. Larga historia, pero muy
jugosa. Rumanía-Moldavia. Septiembre 2019
Desde Constanza hasta
Chisinau, la capital moldava, me trasladé en un autobús nocturno. Doce hora de
lo más entretenido en el autobús. Salí a las siete de la tarde. Cada dos horas
aproximadamente paraba para que meáramos, estiráramos las piernas y compráramos
algo de beber o comer.
En la segunda parada, en el
restaurante autoservicio donde paramos cogí una cerveza y cuando iba a pagarla
veía que otros viajeros que habían cogido otros productos se volvían a las
estanterías para dejarlos. Cuando llego al mostrador me dicen que está rota la
máquina registradora, que no nos podían cobrar y no podíamos comprar nada.
Todos se resignaron, menos yo. Le dije a la cajera que me cobrara, que lo
anotara en un papel y cuando funcionara la máquina ya lo pasaría por la máquina
y así todos contentos. Tenía una actitud muy soviética y no me hizo caso. Se lo
expliqué en torpe inglés a unos que lo hablaban, les pareció razonable y se lo
explicaron a la mujer. La mujer seguía en su sovietismo y dijo que no. Entonces
comencé a decirle en español, con gracia pero sin burla, venga que tú puedes.
Los demás, aunque no entendían el español entendían mi provocación y sonreían
esperando acontecimientos. Al final insistiendo le dije a la cajera, con gestos
y palabras, toma, aquí te dejo el importe de la cerveza, ya lo apuntarás que me
la llevo. Al principio se negaba, pero como no cambiaba mi actitud ni mi
sonrisa, hizo un gesto de resignación yo entendí como “este puto maño me va a
sacar de quicio, así que cuanto antes se vaya mejor” y aceptó que me llevara la
cerveza.
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Marina obnubilada por mi presencia y porque era de noche y la cámara no daba para más. |
De todo el autobús fui el único que consiguió su objetivo que era:
entrar en un establecimiento donde venden cervezas, comprar una cerveza,
pagarla y salir con ella. Todos me jaleaban como a un héroe y me sonreían. Los
que habían salido antes y no habían visto la escena, al verme con la cerveza en
la mano me decían en rumano algo así como “lo has conseguido tío”. Aquello era
una fiesta en torno mío.
Entre todas las personas
que me apoyaban había una chica guapa, bien hecha, de unos cuarenta años que no
dejaba de hablarme entusiasmada. Yo no entendía nada, pero a ella no le
importaba, continuaba hablándome animadamente. Subimos al autobús y ella seguía
con sus palabras de admiración, que además no eran rumanas. Así que una vez en
el autobús, deseoso de conocer el contenido de sus palabras grité ¿alguien
habla español? Y allí había un moldavo que hablaba español, portugués, ruso y
moldavo (todo mezclado pero con el que me podía entender bien). ¿Qué me está
diciendo esta mujer?, él se las hizo repetir y me tradujo; que dice que quiere
un hijo tuyo. ¿Queeeeeé? Si que quiere un hijo tuyo. La mujer me miraba con una
sonrisa, una pasión y una entrega que me hicieron dar por buena la traducción.
Marina, que así se llama la aspirante a ser madre de un hijo mío, en el autobús
me seguía hablando sin parar, no en rumano, sino en ucraniano, porque ella es
ucraniana. Yo no entendía nada, pero no le importaba, nuestra relación acababa
de comenzar y tenía muchas cosas que contarme. En la siguiente parada volví a
requerir el trabajo del traductor y después de hablar un rato entre ellos me
dijo: “que te dice que ai lov yu, que te quiere”. La cosa se fue enredando en
una conversación a tres, en la que yo apenas hablaba y no era escuchado. De vez
en cuando le preguntaba, pero qué dice y sólo me contestaba, que ai lov yu. Y
seguían hablando. El traductor, que había tomado una actitud de protección
hacia mí, me preguntó la edad y me dijo que ella pensaba que tenía unos
cincuenta y que ai lov yu. Me dijo que no me convenía, como si estuviéramos
amañando nuestro matrimonio, porque seguramente querría sacarme el dinero.
Siguió hablando con ella y cesaron los amoríos. Realmente no sé qué pasó,
aunque por los intentos de apartarme de su amor y por la actitud posterior de
Marina, le debió decir que dejara de tanto ailovyu que sólo quería abusar de un
indefenso como yo y que no estaba bien. Desde ese instante la Marina que quería
un hijo mío me ignoró. Ya no me dirigió la palabra y su ailovyu se lo llevará a
la tumba mi amigo el protector moldavo.