El tren. Rumanía. Septiembre 2019
De Sibiu a Bucarest me desplacé en un tren nocturno con
literas. Lo había encontrado en internet. En la estación nadie sabía que
existiera. En realidad no existía, porque era un tren que salía de Sibiu y
luego había que hacer trasbordo en Media a las doce de la noche y a la una de
la mañana, que con el retraso se convirtieron en las dos pasadas, subías al
tren con litera. Todo muy cutre. Cuando llegué a mi litera una mujer venía ya
supuestamente dormida de un destino anterior. Me oyó, pese a mis pasos
cuidadosos para no molestar, se levantó y me ayudó a hacer la cama. Entre los
dos a oscuras preparando las sábanas. Cuando acabamos golpeamos nuestras manos
como jugadores de baloncesto y se echó unas risas con otra viajera que estaba
en otra litera.
Un de mis compañeras de viaje. |
De Bucarest a Constanza también cogí el tren, menos cutre y un poco más puntual. La escena del tren era la que recordaba de mi infancia cuando viajaba con mi abuela. Yo estaba rodeado de abuelas, nada más subir al tren sacaron sus bocadillos, que nos ofrecieron educadamente a los que estábamos allí y comenzó una conversación con todos los desconocidos, por lo que deduje hablando de enfermedades y achaques, sin que pudiera participar en la conversación. A parte de estos recuerdos del pasado hubo un dato que me llamó la atención. Van con sus bocadillos y sus formas a la antigua usanza, pero con el móvil en la mano y llamando a hijos, nietos y demás familia diciendo que están en el tren para ir a Constanza y si en España los jubilados hacen cola para entrar los primeros en los autobuses, aquí corren para conectar sus móviles en los enchufes del tren.
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