Aquí está viviendo
un alcañizano, Fernando, que estaba en la brigada municipal de
Alcañiz. Tengo su teléfono, pero en La Habana, así que si no me lo
encuentro por la calle, cosa harto difícil, no lo voy a ver.
He llegado a Pinar
del Río con la ropa casi seca y las zapatillas poco húmedas, después de un viaje en un jeep compartido con media docena de cubanos.
Los cubanos son
amantes de las bromas. Son bromas bastante rústicas. Cuando un
extranjero les sigue con la broma, primero se asombran y luego ríen
a carcajada tendida. Esta mañana cuando he cogido un taxi colectivo
(es un taxi que sale cuando se llena y el precio está establecido y
muy barato, no llega a un euro de Viñales a Pinar del Río) me querían cobrar
el doble de su precio. Le he contestado con alguna gracia que no
recuerdo y han reído los dos que estaban y decían sin parar de
reír, este es más cubano que nosotros dos juntos. Ha sido la gracia
que han repetido varias veces durante el viaje.
La tarea de busca
alojamiento es fácil. En el primer lugar donde he entrado a
preguntar, una casa particular, he encontrado como recepcionista una
de las personas de aspecto más extraño que he visto en mi vida. Su
cara era de mujer un poco basta, su voz de mujer, sus brazos velludos
como los míos. Llevaba falda y sus piernas estaban depiladas hasta
cuatro dedos por encima de la rodilla y desde allí hasta donde se le
veía con más vello que yo. No tenía alojamiento pero me ha enviado
a casa de una amiga suya. Y aquí me alojo.
No es necesario ir con habitación reservada. Por todas partes hay gente que ofrece sus casas como hospedería. Lo peor es que siendo un país tan luminoso la mayoría de las habitaciones no tienen ventanas. No lo puedo entender. Eso me agobia, pero me voy acostumbrando.
Por unos doce euros tengo la habitación con terraza y un opulento desayuno.
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