El
contacto con los cubanos es sumamente fácil, tanto es así que en el vuelo ya
tenía dirección y amigos donde estar cuando me acercara a Cienfuegos. Y no tuve
novia porque la rechacé, pero mi compañera de asiento me ofreció a su hermana,
convencida de que haríamos una buena pareja.
Además
como casi cualquier cosa la terminan con “mi amor” ¿qué hora es mi amor?, ¿me
pasas el cenicero mi amor?, (que en muchas zonas es mi amol) te sientes extraño por no saber tener con ellos la
misma confianza que tienen contigo.
El
cubano es tan sumamente abierto que hasta sientes cierto pudor. Luego, como
todo, lo asimilas y pasa a ser normal sin darle más importancia.
Cuando
pregunté a una cubana en el avión si sólo abrían las puertas de delante me dijo
“aquí todo lo hacemos por delante, nunca por detrás mi amor”. Ese amor desconocido iba con su marido.
Habían sido mis compañeros de viaje, él cincuentón, ella treintañera. “A él le
gustan las bebecitas como yo, mi amor”. No tenía nada de mal gusto el amor de
“mi amor”. Viven en Italia y me contaba Annie (“mi amor”) que hasta que no fue
a Italia no comprendió que estaba perdiendo el tiempo cuando estaba un hora en
una cola esperando que le atendiesen y el motivo del retraso no era otro que la
dependienta estaba hablando por teléfono con una amiga.
Y es
que los cubanos no tienen dinero, pero sí tiempo y lo derrochan a manos llenas.
Esperar un autobús supone una pérdida de tiempo incierto, pero tienen la
seguridad de que llegará y por lo tanto esperan.
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