domingo, 9 de noviembre de 2014

Cuba. De viaje a La Habana, mi amol.


El contacto con los cubanos es sumamente fácil, tanto es así que en el vuelo ya tenía dirección y amigos donde estar cuando me acercara a Cienfuegos. Y no tuve novia porque la rechacé, pero mi compañera de asiento me ofreció a su hermana, convencida de que haríamos una buena pareja.
Además como casi cualquier cosa la terminan con “mi amor” ¿qué hora es mi amor?, ¿me pasas el cenicero mi amor?, (que en muchas zonas es mi amol) te sientes extraño por no saber tener con ellos la misma confianza que tienen contigo.

El cubano es tan sumamente abierto que hasta sientes cierto pudor. Luego, como todo, lo asimilas y pasa a ser normal sin darle más importancia.

Este amol ha ido demasiado lejos. Las leyendas en las paredes
cubanas, ya sean del régimen o de los particulares son merecedoras
de un detenido reportaje fotográfico, incluidas recomendaciones
sobre no cagar o mear en la calle.
Cuando pregunté a una cubana en el avión si sólo abrían las puertas de delante me dijo “aquí todo lo hacemos por delante, nunca por detrás mi amor”.  Ese amor desconocido iba con su marido. Habían sido mis compañeros de viaje, él cincuentón, ella treintañera. “A él le gustan las bebecitas como yo, mi amor”. No tenía nada de mal gusto el amor de “mi amor”. Viven en Italia y me contaba Annie (“mi amor”) que hasta que no fue a Italia no comprendió que estaba perdiendo el tiempo cuando estaba un hora en una cola esperando que le atendiesen y el motivo del retraso no era otro que la dependienta estaba hablando por teléfono con una amiga.


Y es que los cubanos no tienen dinero, pero sí tiempo y lo derrochan a manos llenas. Esperar un autobús supone una pérdida de tiempo incierto, pero tienen la seguridad de que llegará y por lo tanto esperan.

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