domingo, 9 de noviembre de 2014

Cuba. Comenzando a ser cubano (4/10/2014)


Me gusta ser cubano en Cuba, ruso en Rusia, sobre todo neoyorquino en Nueva York y ciudadano del mundo en España.  Así que debía ir en autobús desde el aeropuerto hasta La Habana. Para los cubanos era algo imposible. Sólo puede ir en taxi, me decían. Pero la carrera de taxi cuesta lo mismo que el salario de todo un mes de un trabajador bien pagado. Así que tenía que haber otro sistema. 

Discutiendo con un cubano de que tenía que haber otro sistema le argumenté que él no volvía todos los días del aeropuerto a su casa en taxi. Claro que sí, me dijo. Seguro de que no me iba a engañar dije que era imposible porque era el salario de todo el mes. Pero yo vuelvo todos los días en taxi a mi casa. Después de una pausa en la que le iba a decir que no hacía falta hablar me remató; “soy taxista”. Todos los de alrededor rieron, yo también, pero aún faltaba la puntilla; “cómo te la he metido” (no hubo mi amor final).


A pesar de haber visto multitud de veces estos coches en documentales
sobre Cuba, la realidad sorprende. Son viejísimos y casi todos vetustos
sin faros, sin manillas en las puertas y cien deficiencias más. Suelen
utilizarse como taxis colectivos y los denominan almendrones
Aunque sabía que había autobús, todos lo negaban. A uno le dije que sabía que había uno donde montaban los trabajadores y con el gracioso acento cubano me dijo “usté viene aprendido”.  Después de mucho esperar y platicar con los taxistas que me explicaron que el taxi es del gobierno y ellos cobran lo mismo tanto si hacen dos viajes como cien, les pregunté que aliciente tenían y me contestaron que “la matraca”, de engañar al turista, cobrarle de más, llevarlo a un restaurante o un alojamiento del que cobraban comisión. Eso es la matraca, la economía sumergida. Finalmente accedieron a informarme de dónde salía la “guagua”, pero como me cansé tomé un taxi hasta la parada del autobús urbano. Y allí vuelta a esperar, a hablar con quien llevaba toda la tarde esperando, hasta que finalmente pude tomar el autobús hasta mi nueva casa. 

El autobús inmundo. Es la igualdad de la miseria. Luego te das cuenta que hay miles y miles de cubanos sin hacer nada y son incapaces de tener limpio un autobús que utilizan todos los días.  Como la dirección de mi nueva casa parecía una partida de juego de esas de hundir los barcos (D 502 e/21 23) estaba todo el tiempo preguntando para asegurarme de que iba a llegar sin pasarme demasiado. Además la noche se estaba cerrando demasiado y la luminaria callejera no es muy espléndida. Luego surgió la discusión, unos me aconsejaban bajar en un sitio, otros en otro, hasta que un cubano me dijo que bajara con él justo cuando se abrían las puertas del autobús y sin tiempo a reaccionar me fui detrás de él sin saber donde me llevaba. Él tampoco lo sabía. Sabía más o menos dónde estaba, pero ni el lugar exacto, ni el abecedario. Las avenidas tienen números y las calles transversales letras. Sabiéndolo es muy fácil ir a un punto determinado (yo no lo sabía) mi guía iba preguntando en cada intersección cuál era la calle siguiente. Finalmente llegamos después de caminar muchísimo, lo que me aseguraba que no había elegido al mejor guía disponible. Trabajaba de enfermero, pero se me ofreció para acompañarme por La Habana al día siguiente, justo el día que tenía fiesta. Luego me dijeron que muchos cubanos, al ver la posibilidad de sacar unos pesos a un guiri no tenían ningún inconveniente en dejar de ir a trabajar al día siguiente. Le dije que no sabía a qué hora me levantaría y aunque fue más tozudo que maño cuando se le lleva la contraria, me dejó. Por supuesto la persona que debía alojarme, no me esperaba. Me quedé a cuadros, de noche, lloviendo y con ganas de tener una casa. Pero no importa, se espere aquí quince minutos. Me plantó en la puerta y un poco antes de que venciera el plazo me dijo ya puede pasar. Ya tenía casa en La Habana. Llevaba unas treinta y cinco horas sin dormir salvo alguna cabezada en el autobús o en el avión. 


Esta es una forma de completar el exiguo salario que cobran
los cubanos, hacerse fotos con los yumas (guiris) por un peso.
Como buen garufa tenía que rematar la noche. Así que sin cambiarme, con mi sudor trabajado de tantas horas de viaje me lancé a ver cómo eran las calles de La Habana. Eran oscuras y silenciosas. Encontré un lugar donde tomar algo y aunque no soy muy del agrado de comer cadáveres, sólo tenía dos opciones perrito caliente o jamón. ¿Jamón?, ¿qué clase de jamón? Jamón normal mi amor. Le dije que me lo mostrara para ver cómo era el jamón normal y entonces descubrí que en España al jamón normal, al de toda la vida le llamamos mortadela. Vaya error.

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