Me
gusta ser cubano en Cuba, ruso en Rusia, sobre todo neoyorquino en Nueva York y
ciudadano del mundo en España. Así que
debía ir en autobús desde el aeropuerto hasta La Habana. Para los cubanos era
algo imposible. Sólo puede ir en taxi, me decían. Pero la carrera de taxi
cuesta lo mismo que el salario de todo un mes de un trabajador bien pagado. Así que tenía que
haber otro sistema.
Discutiendo con un cubano de que tenía que haber otro
sistema le argumenté que él no volvía todos los días del aeropuerto a su casa
en taxi. Claro que sí, me dijo. Seguro de que no me iba a engañar dije que era
imposible porque era el salario de todo el mes. Pero yo vuelvo todos los días
en taxi a mi casa. Después de una pausa en la que le iba a decir que no hacía
falta hablar me remató; “soy taxista”. Todos los de alrededor rieron, yo
también, pero aún faltaba la puntilla; “cómo te la he metido” (no hubo mi amor
final).
Aunque
sabía que había autobús, todos lo negaban. A uno le dije que sabía que había
uno donde montaban los trabajadores y con el gracioso acento cubano me dijo
“usté viene aprendido”. Después de mucho
esperar y platicar con los taxistas que me explicaron que el taxi es del
gobierno y ellos cobran lo mismo tanto si hacen dos viajes como cien, les
pregunté que aliciente tenían y me contestaron que “la matraca”, de engañar al
turista, cobrarle de más, llevarlo a un restaurante o un alojamiento del que
cobraban comisión. Eso es la matraca, la economía sumergida. Finalmente
accedieron a informarme de dónde salía la “guagua”, pero como me cansé tomé un
taxi hasta la parada del autobús urbano. Y allí vuelta a esperar, a hablar
con quien llevaba toda la tarde esperando, hasta que finalmente pude tomar el autobús
hasta mi nueva casa.
El autobús inmundo. Es la igualdad de la miseria. Luego te
das cuenta que hay miles y miles de cubanos sin hacer nada y son incapaces de
tener limpio un autobús que utilizan todos los días. Como la dirección de mi nueva casa parecía
una partida de juego de esas de hundir los barcos (D 502 e/21 23) estaba todo
el tiempo preguntando para asegurarme de que iba a llegar sin pasarme
demasiado. Además la noche se estaba cerrando demasiado y la luminaria
callejera no es muy espléndida. Luego surgió la discusión, unos me aconsejaban
bajar en un sitio, otros en otro, hasta que un cubano me dijo que bajara con él
justo cuando se abrían las puertas del autobús y sin tiempo a reaccionar me fui
detrás de él sin saber donde me llevaba. Él tampoco lo sabía. Sabía más o menos
dónde estaba, pero ni el lugar exacto, ni el abecedario. Las avenidas tienen
números y las calles transversales letras. Sabiéndolo es muy fácil ir a un
punto determinado (yo no lo sabía) mi guía iba preguntando en cada intersección
cuál era la calle siguiente. Finalmente llegamos después de caminar muchísimo,
lo que me aseguraba que no había elegido al mejor guía disponible. Trabajaba de
enfermero, pero se me ofreció para acompañarme por La Habana al día siguiente,
justo el día que tenía fiesta. Luego me dijeron que muchos cubanos, al ver la
posibilidad de sacar unos pesos a un guiri no tenían ningún inconveniente en
dejar de ir a trabajar al día siguiente. Le dije que no sabía a qué hora me
levantaría y aunque fue más tozudo que maño cuando se le lleva la contraria, me
dejó. Por supuesto la persona que debía alojarme, no me esperaba. Me quedé a
cuadros, de noche, lloviendo y con ganas de tener una casa. Pero no importa, se
espere aquí quince minutos. Me plantó en la puerta y un poco antes de que
venciera el plazo me dijo ya puede pasar. Ya tenía casa en La Habana. Llevaba
unas treinta y cinco horas sin dormir salvo alguna cabezada en el autobús o en el
avión.
Esta es una forma de completar el exiguo salario que cobran los cubanos, hacerse fotos con los yumas (guiris) por un peso. |
Como buen garufa tenía que rematar la noche. Así que sin cambiarme, con
mi sudor trabajado de tantas horas de viaje me lancé a ver cómo eran las calles
de La Habana. Eran oscuras y silenciosas. Encontré un lugar donde tomar algo y
aunque no soy muy del agrado de comer cadáveres, sólo tenía dos opciones
perrito caliente o jamón. ¿Jamón?, ¿qué clase de jamón? Jamón normal mi amor.
Le dije que me lo mostrara para ver cómo era el jamón normal y entonces
descubrí que en España al jamón normal, al de toda la vida le llamamos
mortadela. Vaya error.
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