Nadie entienda que
no soy un turista. Vuelvo a insistir en la frase de mi amigo José
Luis Pueyo, de que soy un aprendiz de viajero. Pero soy turista a mi
modo. Prefiero ver formas de vida que monumentos.
Excelente batido de chocolate en una fábrica cerca de La Habana
colonial. Si estás por allí no dejes de visitarla.
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Mi casero no lo
puede entender. El primer día me hizo una relación de los lugares
que no podía dejar de visitar en La Habana. Llevo cuatro días y no he
visto casi ninguno. Por las mañanas me pregunta qué he visto y me
echa la bronca porque no he cumplido con el papel que espera de mí.
El afilador por las calles de La Habana |
Está empeñado en
que vea un cañonazo que tiran unos cubanos disfrazados de soldados
españoles (creo que va a fracasar) y en que tome un chocolate en la
fábrica de chocolates situada en La Habana colonial. Para pasar el
examen de mañana, aunque sea con un cinco raspado he decidido tomar
el chocolate. Ha sido un verdadero acierto. Fabuloso, recomendable.
Existen varias posibilidades de bombones, batidos calientes,… yo me
he tomado el chocolate batido frío. Espectacular.
También ha
resultado gratificante la visita a La Habana colonial. Pareces
trasladado a un pueblo español. Además es de las pocas zonas bien
cuidadas de La Habana. Eso sí sales dos metros y vuelve La Habana descuidada y abandonada de la gente que tiene que pasar el mes con 20 euros.
Parque de atracciones con cochecitos de la misma época que
los "almendrones" que son esos Chevrolet que circulan por
La Habana anteriores a la dictadura castrista.
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Entre los recursos
que utilizo para divertirme, me lo estoy pasando muy bien con una
cajita mágica. La venden en muchos establecimientos y si no sabes el
truco, a pesar de no tener ningún mecanismo y ser una simple caja de
madera no la puedes abrir. En el primer establecimiento donde me la
ofrecieron me enseñaron a abrirla. Cuando ahora me la quieren vender en
otros lugares me hago el tonto aparentando no conocer el truco y
diciendo que no tiene que ser difícil abrirla. Enseguida entran en
el juego y todos apuestan a que si la abro me la regalan y si no la
abro la compro. Yo acepto la apuesta (en una tienda hasta buscaron
testigos para la apuesta). Al principio hago lo que hace todo el mundo,
tardo, les veo sonreír con la venta asegurada y con la torpeza de mi
apuesta, hasta que “tachán” la abro y pasan a admirarme, a
decirse entre ellos que he sido capaz y aceptan su derrota y miran
con duelo que llevo lo que iba a ser su venta. Alguno insiste luego
en que al menos le compre algo para mitigar su pérdida. Yo me hago
el duro y digo que el juego es el juego y me voy. A los treinta
segundos vuelvo y se las devuelvo y como todos nos reímos, nos hemos
divertido con un final feliz para todos.
La noche de mi
cuarto día, estamos a 18 de noviembre de 2014, ha finalizado con una cena compartida con seis enfermeras
españolas que he encontrado cuando iba a comer una pizza. Hemos
hablado de las bondades y maldades del régimen con una navarrica
(Miriam) empeñada en lo bueno que era para los cubanos cobrar sus 20
dólares mensuales. La tozudez en la defensa de las ideas por encima de las personas tiene estas cosas.
Cosas del destino. Diez días después me encontré a Miriam en Cienfuegos, a unos de 350 kilómetros de La Habana.
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