martes, 18 de noviembre de 2014

Cuba. Había que ir a una peluquería.


Cuando se planea un viaje, quedan al margen temas como entrar en una peluquería, salvo que se vaya a un lugar de moda.

Yo siempre suelo cortarme el pelo antes de salir de viaje, menos peso por el pelo y no necesito peine. Pero en esta ocasión pensé que no estaría de más estar en una peluquería y hablar con el peluquero si tiene el mismo comportamiento que en España. Pude comprobar que sí lo tenía. Le dio a la húmeda más que a las tijeras, y eso que casi me deja sin pelos. 

¡Cuesta tan poco la felicidad! con unos 80 céntimos de euro
tuve conversación, corte de pelo, entretenimiento y la pequeña
aventurilla de la persecución de mis pelos.
Entré en una peluquería. ¿Cómo lo quiere? Nunca sé cómo lo quiero, como lo llevo pero más corto. Así que le dije que como el suyo pero un poco más largo. Con una maestría tremenda comenzó a pasarme la máquina por los pelos por un lado y por otro, de adelante a atrás. Luego sacó las tijeras y con igual maestría escuchaba, que no veía, que me iba perfilando la forma de mi cabeza. Pero en un momento se apartó de mis cabellos y buscó denodadamente todos mis pelos. Ante mi sorpresa comenzó a cortar pelos de mis cejas, sin que me diera tiempo ni a comprender ni a reaccionar. No había salido de mi asombro y comenzó a cortarme pelos de la nariz, sin tiempo a protestar escucho el tijeretazo en mi pabellón auditivo, también tenía allí algún pelo que le molestaba al peluquero, no a mí. De pronto veo pasar las tijeras por delante de mis ojos y pienso: este va a por mis pestañas, pero no, bajó, iba a por mi bigote y pude reaccionar y decirle NO. Se paró sin comprender. No sé a qué estaba dispuesto. Sin salir de su sorpresa me pidió permiso para cortar los pelos que sobraban de mi nuca. Se lo di y actuó con timidez.


Además de las tijeras también manejó con semejante maestría la verbalización de su hartazgo de los Castro. Me sorprendió su crítica tan directa al régimen y le pregunté que si no temía a que le detuvieran hablando así, me dijo que le podían detener, pero que no le importaba a sus cincuenta años ya estaba desesperado y le daba igual una cosa que otra. 

Conversación, corte de pelo y persecución por toda mi cara de los pelos que me sobresalían me salió por unos 80 céntimos de euro.

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