De lo
muchos y preciosos parques y jardines que tiene Melburne, una mención especial
se la lleva el botánico. Una tarde de paseo por sus recovecos, repasando la
leyenda de los árboles de todas partes del mundo, por sus estanques, por sus
enormes extensiones de césped. Todo impoluto. Admirable todavía más al saber
que está abierto continuamente, que es público y que nadie se ha llevado ni una
rama de un árbol.
La
cultura del respeto está arraigada. Quizás, a diferencia de Seúl, no por la
tradición sino por la imposición. Existe un compromiso por parte de los
ciudadanos de denunciar al extorsionador, al que cobra el paro y trabaja, al
que aparca mal, al que rompe algo, al que consume más agua de la debida si hay
sequía. Si defraudas, puedes tener por seguro que alguien te va a denunciar. Y
eso puede significar, si eres extranjero, que te expulsen del país.
Como
tienen poca historia, las ciudades no tienen más de doscientos años, en sus
museos no se encuentran grandes maravillas. Además suelen ser una mezcla de
todo. A veces parece que estás en un anticuario, con sus mesas, sus porcelanas
y sus cubiertos. Además como cuando los australianos comenzaron a entrar en el
mercado del arte, lo más importante ya estaba adquirido, pues tienen pocas
cosas de valor. Pero el museo de Melburne, por su distribución, su cuidado, el
esmero en la presentación de las obras,… merece una visita.
Lo más sorprendente de lo que cuentas sobre lo bien educadicos que están, es que originalmente se supone que eran maleantes británicos que enviaban para allí...
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