Son
muchas las películas que se han filmado con calles desiertas, edificios
semidestruídos y una atmósfera gris difusa. Por las calles que podían ser una
imagen de un futuro de destrucción o de un pasado destruido, pasea sin que
nadie le moleste protagonista.
Esa es
la sensación que he tenido yo. No había nadie para preguntar, sólo algún coche,
he tenido que parar a uno para que me indicara dónde estaba la parada de un
autobús.
El
único ruido que se escuchaba era el de algún pájaro ajeno a la destrucción y el
de algún coche que circulaba despacio como un fantasma. Los semáforos estaban
en ámbar por todas partes incapaces de controlar ninguna circulación. Ir de una
calle a la de enfrente, que se veía a pocos metros, podía ser un mal juego de
laberintos, porque muchas calles están cortadas por miedo a los
desprendemientos.
He
sentido el horror contenido de las víctimas que hubo en el terremoto. Me he
sentido en una película, en una realidad imposible. Encima el día estaba
terriblemente triste. Lloviendo.
Son
sensaciones que no había sentido nunca y por lo tanto difíciles de transcribir.
Seguro que me servirán para interpretar de otra forma los terremotos y otras
desgracias que los creadores de este mundo se empeñan en enviarnos. No son sólo
imágenes en televisión o en la prensa.
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