viernes, 19 de octubre de 2012

El agujero del otro lado


Violeta, mi hija, siendo niña descubrió en clase que la tierra no era plana, que era una esfera y que debajo de nuestros pies, al otro lado había otros seres que vivían como nosotros. Cuando salió al recreo, en vez de jugar comenzó a cavar un agujero con la intención de conocer a esa gente tan distante, tan lejana y ajena. Quería acercarla, verla, tocarla. Ella aún no lo sabía pero había descubierto la forma de saltarse todas las barreras, todas las fronteras, todas las incomunicaciones. Por ese agujero iba a poder acceder no sólo a la gente del otro lado, podía tejer una red de agujeros por los que ir a cualquier parte del mundo al margen de permisos, visas y pasaportes.
A lo largo de mi vida, cuando he viajado he encontrado agujeros en el suelo. Algunos eran tan profundos que llegaban al interior de la oscuridad. Otros eran proyectos fallidos. Alguien se había cansado quizás cuando con la edad había topado con la piedra de la realidad, más dura que el diamante. 
Estoy en Queenstown, una población neozelandesa, al otro lado del mundo. He visto un agujero, como tantos otros. He pensado en mi hija cavando el suyo a tantos kilómetros de distancia. Me he quedado unos segundos mirándolo. Era de los que llegaba a la oscuridad. Mi vista se perdía por su camino. Quien lo hizo no desesperó pronto, me he dicho. Ya me iba a seguir con mi paseo cuando una chica me ha dicho en un inglés que no me ha sido dificultoso entender, has mirado por el agujero. Si, le he contestado, y le he contado la historia anterior para que entendiera por qué miraba de vez en cuando algún agujero de los que me encontraba. ¡Qué casualidad! ¿por qué?, porque este agujero lo comencé hace algo más de veinte años cuando estaba en el recreo. Aquí había un colegio y este era el patio. Luego trasladaron el colegio, hicieron este parque y taparon el agujero. Pensaba que mi obra había quedado enterrada, pero un día localicé el lugar exacto, quité una capa de césped y humus y estaba mi agujero intacto. La casualidad había querido que una piedra bloqueara la tierra que se introducía por él. Me hizo una ilusión tremenda recuperarlo y todos los días he ido viniendo a seguir cavando para llegar hasta el otro lado del mundo. Hoy he acabado y la providencia ha querido, siguió diciéndome ante mi estupefacción, que nada más acabarlo la primera persona que ha pasado se ha asomado por él. Yo era esa primera persona.
¿Lo has cavado tu sola? No, antes de acabar me he encontrado con una galería que ya llegaba hasta el otro lado. No es la única que me he encontrado, había otras que iban hacia otras partes pero por ellas no veía. Pero esta es limpia, es recta, se ve la luz del otro lado. ¿Será el agujero comenzado por mi hija? Es posible, me ha contestado. Puedes mirar para ver si lo que está al otro lado lo conoces. He mirado y no he visto nada. Debes tener paciencia, la vista debe recorrer muchos kilómetros y el centro de la Tierra tiene tanta fuerza que siempre intenta atraparla. Mira sin prisas.
Me he puesto largo sobre el césped que rodeaba al agujero y he mirado con paciencia. Al cabo de unos minutos, quizás una hora, he visto la luz. No lo puedo describir, ¡ver la luz al otro lado de la tierra!
Sin dejar de mirar, para no perder la comunicación con el otro lado, le he dicho a Lynda, que así se llama a chica, que había visto la luz. ¿Y qué más ves? Todavía no distingo nada, sólo alguna sombra que se mueve. Observa, me ha insistido, y dime.
He estado a punto de dar un salto por la sorpresa producida, pero la razón me ha salvado de apartar la vista del agujero, tendría que tardar otra vez en ver la luz, y quizás no volviera a verla. ¿Por qué te has sobresaltado? Este agujero es el que comunica con el que comenzó mi hija. ¿Cómo lo sabes? Porque la estoy viendo a ella y a sus compañeros de clase, pero lo más sorprendentes es que la estoy viendo de niña, como cuando comenzó a cavarlo. Es normal, me ha dicho Lynda. La imagen tarda en llegar desde el otro lado y el centro de la Tierra intenta atraparla.
Esta historia ha comenzado sobre las doce del mediodía y he estado sin despegar el ojo del agujero hasta que ha caído la noche, sobre las ocho de la tarde. Ocho horas en las que le he ido contando a Lynda lo que veía y además añadía explicaciones y porqués de las acciones.
Me disponía a irme pero no me he resistido a echarle una última ojeada. He debido esperar aproximadamente otra hora que se me ha hecho eterna. Al cabo he recuperado la imagen de mi hija jugando y la de sus amigas , pero no solo eso, también me han ido llegando imágenes de otras partes del mundo donde se comenzaron a cavar otros agujeros. Así que he visto a mujeres afganas que comenzaron a cavar hace muchos años agujeros para escapar, a mauritanos que tenían ocho años y ahora rondarán la trentena, a ingleses que hablaban que querían conocer mundo, a sudamericanos que se lamentaban de su suerte, a indios que sonreían su fortuna, he visto a un coreano que me recordaba la cara de niño del que me llamó Lucas hace unos días en la estación del metro de Seúl,…
Ahora estoy aterido de frío y de nostalgia. No sé si va a ser mi suerte o mi desgracia, ahora también estoy atrapado a la existencia de los agujeros, porque lo que tengo claro es que en todas partes del mundo ha habido niños como mi hija que comenzaron a abrir agujeros para encontrarse y esos agujeros existen. Muchos abandonaron su empeño cuando chocaron con la piedra dura de la realidad, más dura que el diamante, pero otros continuaron hasta nuestros días y siguen abriendo nuevas galerías. También hay alguno que las tapa, pero sólo hay que  quitar el manto de césped y humus.

1 comentario:

  1. Veo que has entrado de lleno en el "modo-ñoño"...

    Preciosa metáfora. Me ha encantado.

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