Salgo
temprano aprovechando las primeras luces y el poco de fresco que ofrece la
mañana. Mucho caló, pero mucho, mucho. Para salir del pueblo voy preguntando a
los más madrugadores. Poco después me encuentro a Diana que iba a salir a las
cinco y es evidente que no ha madrugado tanto. ¿Qué ha pasado?, le pregunto y
contestándome con ¡Buaf! entiendo que se estaba muy bien en la cama. Con el
ruego de que me guarde una entrada para la ópera de Berlín borramos nuestras
imágenes que nunca volveremos a ver. Más adelante alcanzo a dos bicigrinas que
sí habían madrugado. El camino es agradable y entretenido, el ritmo el adecuado
para disfrutar cuando uno se siente fuerte. Disfruto más de pedalear que de
andar viendo piedras. Los pueblos uno tras otro los voy dejando atrás sin
apreciar su belleza o sus bellezas.
Efímero paso por Mérida en un día tórrido. |
En
Villafranca de los Barros me aprovisiono de fruta. Me meto con la bici en el
mercado y una frutera rumana me provee de mi ración necesaria de plátanos y
manzanas. Después del almuerzo frugívoro y un poco de descanso me voy a Mérida.
Pocos compañeros de camino y poco aprecio que hago a una ciudad que se muestra
hermosa y cuidada. Parte de la culpa es del calor y otra parte de la condena
del bicigrino, mi condena, que voy más preocupado de andar haciendo kilómetros
y me voy diciendo que ya veré con calma en otra ocasión la ciudad, que con la
bici del manillar tampoco se pueden apreciar muchas cosas.
El
calor, no obstante, es determinante, pues cuando llego a la presa romana de
Proserpina, me merecía un baño y era lo lógico, pero tenía ganas de llegar a un
lugar a cubierto y descansar a la sombra. No obstante puedo llegar a la
conclusión de que no estaban tan locos estos romanos. Así que después de una
rápida admiración de la presa, por un camino mal señalizado llego hasta Aljucén,
con la vaga idea de hacer algún kilómetro a última hora de la tarde. Pero
enseguida me hacen desistir. Me enseñan el pronóstico de las temperaturas y me
hacen saber que el mucho caló no era una sensación mía, sino que correspondía a
una realidad que el gobierno había calificado de alerta roja.
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