miércoles, 16 de julio de 2014

De Grimaldo a Fuenterroble de Salvatierra. 115 kms.


Me levanto tan temprano que tengo que hacer tiempo en la calle para no tener que pedalear de noche, aún así escasean las luces. Pedaleo con una alegría sin sentido. ¿Por qué? Pues entre sueños y entre veras he pensado que hoy podría tener un accidente en mi marcha solitaria y podría ser el último día de mi vida. En vez asustarme decidí vivirlo con la intensidad de que podía ser el último día de mi vida y a las seis y media de la mañana, en medio de un desierto humano pedaleo con ganas mientras canto Fito y Fitipaldis “es poco lo que tengo/ el oro de mi tiempo/ la flor de mis neuronas/ y por supuesto la luna”.

Saliendo con las primeras luces
Tortuta tan perdida como yo
En Galisteo, que es el primer pueblo que me encuentro, doy con un tabernero con el que me confundo ¡cuánto madrugas! Aún no se había acostado. Me indicó por dónde debía continuar el camino sin acordarse muy bien si debía girar donde había dos eucaliptos y una casa o dos casas y un eucalipto. Se le había caído en el gaznate algo de la ginebra servida durante la noche.

Uno que estaba harto de perderse y llevaba un rotulador a mano.
El camino, precioso, transcurre por caminos, sendas y alcornocales entre medio de vacas negras que me parecen miuras dispuestos a embestirme. En la guía que llevaba ponía que era un trazado en el que debería abrir muchas cancelas. Yo no paraba de abrir y cerrar cancelas, así que me dije “voy por el buen camino”. Pero el camino equivocado también tenía cancelas. Llegué a un punto donde tenía dos y en ninguna de ellas había un signo de que fuera el camino bueno. Me he pasado de cancelas me dije. Tuve la suerte de que un ganadero salió en mi ayuda y me indicó el camino que tenía que deshacer y dónde tomar el correcto. No era el único perdido, también una hermosa y polvorienta tortuga estaba por allí fuera de todo olor a agua.




Retomo una senda, estrecha pero preciosa, disfrutando de la bici. Aunque a media mañana comienzan a flaquear las fuerzas. No había tantas como derrochaba. Voy encontrando caminantes con los que voy hablando y hasta con el alcalde de Aldeanueva del Camino intercambio algunas palabras sobre la calidad del agua de su pueblo y él me aconseja el recorrido para subir el puerto de Béjar que me espera. Por lo cansado que estoy, por el calor y por los kilómetros que llevo encima, se me hace más largo y empinado de lo que debe ser. 

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