En
Calzada de Béjar me paro a comer, una población donde hay más plazas hosteleras
que habitantes, donde el bar anuncia menú y cierra a la hora de comer. En el
albergue me sirven pasta y huevos fritos. Todavía mantengo alguna duda de si
seguir o quedarme, porque no ando bien. Tres peregrinas han decidido quedarse y
me invitan a que me quede con ellas con el argumento de que son tres mujeres y
no tienen a ningún hombre. La decisión está tomada, voy a seguir porque
acumulan simpatía, muchos pellejos y demasiados años. Estando descansando
llegan tres ciclistas, dos catalanes y un brasileño, bien pertrechados con sus
bicicletas ultramodernas, con sus gepeeses, con sus treinta años, con sus
mochilas con agua con tubillo hasta la boca, con su ropa perfectamente adecuada
al recorrido, con sus frenos de disco y amortiguadores que cuando vieron mi
bicicleta antigua, sin amortiguadores, con sus zapatas desgastadas, con su
sillín roído, con guasa, pero amigablemente, me dijeron que llevaban grasa para
mis amortiguadores. Si van a continuar, les espero. Me cuentan lo bien que suben, lo mucho que corren, los
muchos kilómetros que hacen.
mbiano, se pudo ver ciclismo del bueno.
En
Fuenterroble nos agrupamos los cuatro e intentamos preparar la cena para
compartir, pero es domingo y la única tienda está cerrada. Nos deparaba una
agradable sorpresa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario