miércoles, 16 de julio de 2014

Los placeres inigualables de la bicicleta. Ciclismo del bueno.


En Calzada de Béjar me paro a comer, una población donde hay más plazas hosteleras que habitantes, donde el bar anuncia menú y cierra a la hora de comer. En el albergue me sirven pasta y huevos fritos. Todavía mantengo alguna duda de si seguir o quedarme, porque no ando bien. Tres peregrinas han decidido quedarse y me invitan a que me quede con ellas con el argumento de que son tres mujeres y no tienen a ningún hombre. La decisión está tomada, voy a seguir porque acumulan simpatía, muchos pellejos y demasiados años. Estando descansando llegan tres ciclistas, dos catalanes y un brasileño, bien pertrechados con sus bicicletas ultramodernas, con sus gepeeses, con sus treinta años, con sus mochilas con agua con tubillo hasta la boca, con su ropa perfectamente adecuada al recorrido, con sus frenos de disco y amortiguadores que cuando vieron mi bicicleta antigua, sin amortiguadores, con sus zapatas desgastadas, con su sillín roído, con guasa, pero amigablemente, me dijeron que llevaban grasa para mis amortiguadores. Si van a continuar, les espero. Me cuentan lo  bien que suben, lo mucho que corren, los muchos kilómetros que hacen.
Salimos juntos en dirección a Fuenterroble de Salvatierra. Pronto uno de ellos marca el ritmo y el liderazgo. Le sigo a duras penas, los otros dos enseguida se quedan. Cuando hay algún repecho acelera, me deja atrás y tengo que recuperar. No lo voy a poder seguir. Acelera en distancias cortas y luego baja el ritmo para esperarme. Comienza la subida que nos llevará hasta Valdelacasa. La iniciamos los dos juntos. Acelera sin consideración al pobre anciano que le sigue. A duras penas consigo no perder el contacto, llega una zona donde la subida es más suave y veo que afloja, necesitaba descansar, iba de farol. Yo no renuncio a ninguna pedalada y sigo al mismo ritmo. Se queda clavado y me crezco. En lo alto le saco más de cinco minutos. Le espero. Luego en otra subida, vuelve a intentarlo, pero dejo bien claro que la fortaleza está en mis piernas y en la vieja bicicleta sin amortiguadores, ni frenos de disco, ni ná. Como diría mi amigo el Colo

mbiano, se pudo ver ciclismo del bueno.


En Fuenterroble nos agrupamos los cuatro e intentamos preparar la cena para compartir, pero es domingo y la única tienda está cerrada. Nos deparaba una agradable sorpresa.

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