lunes, 7 de mayo de 2012

Más Malta


Son tantas las vistas espectaculares que pueden disfrutarse
en Malta que uno acaba acostumbrándose y considerando
normal la abundancia de piedra en la construcción.
No hay güisqui maltés.  Parece ser que lo que hay son halcones, pero no he visto ninguno. Estoy estudiando inglés, que ya es decir. Le pongo voluntad pero mi neurona no da abasto yendo de un lugar a otro por el disco duro de mi cerebro intentando traducir simultáneamente las palabras que escucha. Pero no puede. Se agota, se rinde y deja que las palabras inglesas vayan fluyendo mientras mi cara va intentando poner la expresión que dé a entender que comprendo. Pero mi interlocutor sabe que es una mueca.  Aún me quedan días.

Estoy viviendo en una casa maltesa, con una familia de dos miembros, madre e hija. La hija pasa de mí, pero la madre me da la impresión de que necesita un hijo mayor, de mi edad. Como hoy era mi primer día de clase estaba empeñada en acompañarme hasta la puerta de la escuela  como cualquier madre a su hijo que por primera vez va a ser independiente, como si tuviera que presentarse conmigo ante los profesores. Le he dicho que no, que sabía ir solo, pero me ha insistido una y otra vez. Al final, no me ha acompañado, no estaba dispuesto a tanto.  Ayer noche me dijo a qué hora tenía que levantarme, tenía que desayunar y tenía que partir a clase para no llegar tarde. No tengo problemas para calcular tiempos y para llegar puntual. Al final quedamos que a las 8:15 tomaría el desayuno para que me diera tiempo a llegar a las 9 a clase. La escuela está a 7 minutos. A las ocho menos cuarto ya he oído que se levantaba a preparar el desayuno. A las 8:10 no ha podido esperar y me ha llamado pensando que pudiera haberme quedado dormido, ¡qué vergüenza! A las nueve menos cuarto he pensado, me va a venir a llamar. Me ha llamado. Por fin me he ido mientras deseaba que pasara un buen primer día de clase. Ya en la calle, no me he girado, pero la he imaginado en el balcón viendo cómo se alejaba su hijo estudiante.

Cuando he salido de compras para proveerme de mi ración de frutas, he escuchado a dos mujeres que negociaban la compra de plátanos. De Zaragoza. El mundo es un pañuelo.

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