domingo, 6 de mayo de 2012

Malta. Un país diminuto.

Malta es un país diminuto, tanto que cabría dentro del término municipal de Alcañiz y sobraría un buen pellizco. Pero en tan reducido espacio tienen de todo, su universidad, su sistema sanitario, su ejército, sus partidos políticos, su gobierno y oposición su televisión nacional,... Y además no tienen paro. Encontrar un trabajo no te lleva más de tres o cuatro días. Por la calle se pueden ver carteles buscando a dependientas, camareros, gente para la dirección,...

A pesar de su pequeñez geográfica los malteses tienen una fuerte conciencia de estado que lo llevan a los temas más insignificantes. Las distancias no pueden ser grandes como es lógico, pero nadie sabe los kilómetros que separan una población de otra. Hablan de los del sur, que están a quince kilómetros, como pescadores rudos que sólo hablan el moltís que es la lengua local y no el inglés.
Hoy he salido a correr. Cuando he dicho dónde iba (unos nueve kilómetros de distancia) se han llevado las manos a la cabeza. Algo así como si hubiera dicho en Alcañiz que me iba corriendo hasta Cáceres. Estoy viviendo en el centro, en Mosta, e iba a un pueblo costero. En el recorrido he tenido que preguntar a un par de personas por la dirección correcta. Para ir en autobús ¿no?  Me preguntaban. No. No lo podían entender.
Por la tarde he estado en Valeta, la capital. Recordando algún paseo que había hecho hace tres años. Algunos cambios importantes, el primero que la enorme circunferencia de autobuses amarillos que estaba a la entrada ha desaparecido. Se han diseminado las paradas y han comparado autobuses nuevos que son verdes. Los viejos autobuses amarillos no los he encontrado ni en las ventas de recuerdos. Otro cambio son las obras que están haciendo una vez entras en la ciudad vieja. Un enorme edificio que imagino habrá tenido controversia, y si no, es porque yo no estaba aquí.

Por la tarde, leyendo en un banco, han venido a compartirlo conmigo (el banco, no la lectura) una pareja de personas mayores, un poco más viejos que yo. Para amenizar mi lectura han puesto en marcha un transistor, de los que también era más viejo que yo, con su antena telescópica y todo. Como buena tarde de domingo han puesto sus partidos de fútbol en moltís y cuando descansaban en las crónicas los periodistas y ponían música, cantaban el estribillo.  Muy agradables. En cuanto han visto otro banco vacío se han ido allí.
Al final los domingos son muy parecidos en todas partes. Un amigo mío merengue decía: “Las tardes de los domingos no me las alegra ni un cinco cero del Real Madrid.”

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