lunes, 1 de julio de 2024

Albania. El porompompero. Mayo 2024.



Durante todos los días que estuve en Tirana hubo actuaciones musicales, danzas, ópera y espectáculos diversos a los que asistí. Una de las actuaciones a la que asistí era de una mujer entrada en años que había sido la ídolo de la canción melódica de los albaneses. Era algo así como la Karina española, con sus años. Sus canciones eran cantadas por los presentes, sobre todo mujeres, como auténticos himnos, con pasión. Todas las canciones me eran totalmente desconocidas, me gustaba más el espectáculo de la comunión y pasión del público que la músico. De pronto, las notas musicales me resultan familiares y soy capaz de adivinar las siguientes a las que escucho. No acababa de comprender de qué canción se trataba, hay que ponerse en situación; Albania, canción melódica de una mujer mayor albanesa y el público cantando. Estaba cantando el porompompero de Manolo Escobar y la gente acompañándola con el estribillo. Fue un momento difícil de describir por las emociones que se producían en mí, por la coincidencia y sobre todo porque era capaz de unirme al coro de la gente que cantaba lo mismo que la intérprete. La sonrisa de la casualidad me duró un buen rato. Cuando me iba hacia casa estuve tarareando el porompompero, canción que posiblemente no escuchaba desde hacía años, durante un rato.
Allí no acababa la historia. Al día siguiente estaba en Berat, otra población albanesa, paseando por los restos de un castillo junto a otros muchos turistas. Iba a la mía, cuando escucho que una mujer estaba cantando el porompompero. No puede ser. Me dirigí a ella sin saber su procedencia para encontrar luz a la popularidad de la canción. Fue una casualidad. Era una madrileña que, cosas del azar, le dio por cantarla. Iba con un grupo, le conté la coincidencia, se acercaron otras madrileñas y una de ellas me pregunta; ¿qué dice este maratoniano? Después de uno o dos segundos de desconcierto caí en la cuenta de que llevaba una camiseta que en letra pequeña ponía medio maratón de Valdejalón. Su marido también era maratoniano y me contó que siempre contaba que el checoslovaco Zátopec cayó en sus brazos nada más pasar la meta en una carrera valorando más ese acontecimiento que sus marcas de menos de dos horas y media en el maratón.
Para cerrar el encuentro les comenté las actividades culturales que conocía de Tirana, que era donde estaban hospedados la expedición de jubilados. Me lo agradecieron pero no les interesaba porque por la noche les preparaban en el hotel pasodobles y bingo. Me acordé de cuando siendo profesor acompañaba a alumnos adolescentes en viajes de estudios y les daba igual estar en Grecia que en Baleares, lo único que querían era una discoteca parecida a la que tenían en su pueblo. Viajar tanto para llegar al mismo sitio.

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