lunes, 1 de julio de 2024

Albania Encuentros. Mayo 2024

Recuerdo muchas veces el largo interrogatorio al que me sometió la policía de aduanas en Israel. Para justificar mi entrada me preguntó si tenía amigos en Israel. Le contesté que sí pero que aún no los conocía. No me entendió, no por el sentido de mi frase sino por mi mal inglés.
Cuando voy de viaje voy fundamentalmente a buscar amigos a los que todavía no conozco. Son amistades distintas a las habituales. Son encuentros intensos y generalmente breves, con intercambio de información escasa pero suficiente, con complicidad y sobre todo empatía. En la mayoría de los casos sólo queda el recuerdo por mi parte, ignoro si por la suya, a veces un correo electrónico que no suelo utilizar nunca porque no se volverán a dar las circunstancias del encuentro que nos hizo amigos.
Fui a pasar el día a Durres, una población costera de Albania. Paseando por una zona elevada, frondosa, me encontré con dos mujeres que habían extendido un mantel para comer sobre la hierba. Cuando las vi habían sacado su comida, fruta y cervezas. Yo no lo sabía, ellas tampoco, pero su comida, su bebida y su compañía la habían desplegado para mí. Cuando pasé a su altura me invitaron a comer con ellas. ¿Cómo no? Entonces se produjo uno de esos momentos mágicos de la comunicación. Sólo teníamos una palabra en común: Valencia, porque al decirles que yo era de España, una de ellas dijo que un hijo suyo trabajaba en Valencia. Eran dos amigas, una de Durres y la otra de Tirana, una de ellas había sido profesora de Educación Física, las dos estaban jubiladas y se habían ido a pasar el día al campo, dentro de la población, para comer juntas. Estuvimos hablando un buen rato, ¿cómo?, ¿en qué idioma? No lo sé, no lo podré saber porque intento reproducir la conversación con las palabras que pronunciamos y es imposible. Teníamos ganas de comunicarlos y lo hicimos. Cuando me despedí, una de ellas, resumiendo nuestro encuentro dijo, en no sé qué idioma, que el mundo era un pañuelo. Me reí y contesté; el mundo es un pañuelo y aquí nos hemos juntado tres mocos.
Unos días después, en un furgón (un microbús que sale cuando se llena), me estaban esperando dos buenas amigas. Viajeras, ancianas viajeras, con las que la comunicación fue muy fluida porque son uruguayas. Iban con sus bastoncitos sin darles mucha utilidad. Estos bastones son útiles ¿sabés?, para tener preferencia en las esperas, nos dejan pasar las primeras, nos acompañan a los sitios, nos llevan las maletas. Son unas viajeras que han sabido sacar partido a los años. Todos los años viajan un mes y medio por una parte del mundo. Una de ellas prepara todos los detalles, visitas y hoteles u hostales y albergues ¿sabés?, en los albergues compartiendo habitación con los jóvenes aprendes mucho y haces muchas amistades y cambias los planes de viaje por otros mejores. Lo sé, lo sé, les decía a estas dos viajeras. Fuimos todo el viaje hablando, contando aventuras, intercambiando experiencias de grandes viajeros. Turistas al cabo. Llegamos a nuestro destino, miramos, nos orientamos, preguntamos y no, no era nuestro destino. Ellas y yo habíamos cometido el mismo error, habíamos subido a un furgón donde ponía Kruje, la población a la que íbamos, pero sin darnos cuenta que en realidad ponía F Kruje, que era otra población. Los ancianos viajeros experimentados tuvimos que tomar otro furgón que nos llevara al destino que queríamos. Risas. Las equivocaciones forman parte del disfrute del viaje.
Hubo muchas más amistades; como la de la mujer que me preparó su comida casera, como la del matrimonio que me preparaba la cena y el desayuno y me pedía que le extendiera la mano con mis monedas para coger el importe exacto con una sonrisa, como la de otros españoles con los que compartí paseo y las de otra gente con la que me veía casi todos los días, nos reconociamos pero no intercambiamos ninguna palabra.

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