Albania Encuentros. Mayo 2024
Recuerdo muchas veces el largo interrogatorio al que me sometió la 
policía de aduanas en Israel. Para justificar mi entrada me preguntó si 
tenía amigos en Israel. Le contesté que sí pero que aún no los conocía. 
No me entendió, no por el sentido de mi frase sino por mi mal inglés.
Cuando voy de viaje voy fundamentalmente a buscar amigos a los que 
todavía no conozco. Son amistades distintas a las habituales. Son 
encuentros intensos y generalmente breves, con intercambio de 
información escasa pero suficiente, con complicidad y sobre todo 
empatía. En la mayoría de los casos sólo queda el recuerdo por mi parte,
 ignoro si por la suya, a veces un correo electrónico que no suelo 
utilizar nunca porque no se volverán a dar las circunstancias del 
encuentro que nos hizo amigos.
Fui a pasar el día a Durres, una población costera de Albania. Paseando 
por una zona elevada, frondosa, me encontré con dos mujeres que habían 
extendido un mantel para comer sobre la hierba. Cuando las vi habían 
sacado su comida, fruta y cervezas. Yo no lo sabía, ellas tampoco, pero 
su comida, su bebida y su compañía la habían desplegado para mí. Cuando 
pasé a su altura me invitaron a comer con ellas. ¿Cómo no? Entonces se 
produjo uno de esos momentos mágicos de la comunicación. Sólo teníamos 
una palabra en común: Valencia, porque al decirles que yo era de España,
 una de ellas dijo que un hijo suyo trabajaba en Valencia. Eran dos 
amigas, una de Durres y la otra de Tirana, una de ellas había sido 
profesora de Educación Física, las dos estaban jubiladas y se habían ido
 a pasar el día al campo, dentro de la población, para comer juntas. 
Estuvimos hablando un buen rato, ¿cómo?, ¿en qué idioma? No lo sé, no lo
 podré saber porque intento reproducir la conversación con las palabras 
que pronunciamos y es imposible. Teníamos ganas de comunicarlos y lo 
hicimos. Cuando me despedí, una de ellas, resumiendo nuestro encuentro 
dijo, en no sé qué idioma, que el mundo era un pañuelo. Me reí y 
contesté; el mundo es un pañuelo y aquí nos hemos juntado tres mocos.
Unos días después, en un furgón (un microbús que sale cuando se llena), 
me estaban esperando dos buenas amigas. Viajeras, ancianas viajeras, con
 las que la comunicación fue muy fluida porque son uruguayas. Iban con 
sus bastoncitos sin darles mucha utilidad. Estos bastones son útiles 
¿sabés?, para tener preferencia en las esperas, nos dejan pasar las 
primeras, nos acompañan a los sitios, nos llevan las maletas. Son unas 
viajeras que han sabido sacar partido a los años. Todos los años viajan 
un mes y medio por una parte del mundo. Una de ellas prepara todos los 
detalles, visitas y hoteles u hostales y albergues ¿sabés?, en los 
albergues compartiendo habitación con los jóvenes aprendes mucho y haces
 muchas amistades y cambias los planes de viaje por otros mejores. Lo 
sé, lo sé, les decía a estas dos viajeras. Fuimos todo el viaje 
hablando, contando aventuras, intercambiando experiencias de grandes 
viajeros. Turistas al cabo. Llegamos a nuestro destino, miramos, nos 
orientamos, preguntamos y no, no era nuestro destino. Ellas y yo 
habíamos cometido el mismo error, habíamos subido a un furgón donde 
ponía Kruje, la población a la que íbamos, pero sin darnos cuenta que en
 realidad ponía F Kruje, que era otra población. Los ancianos viajeros 
experimentados tuvimos que tomar otro furgón que nos llevara al destino 
que queríamos. Risas. Las equivocaciones forman parte del disfrute del 
viaje.
Hubo muchas más amistades; como la de la mujer que me preparó su comida 
casera, como la del matrimonio que me preparaba la cena y el desayuno y 
me pedía que le extendiera la mano con mis monedas para coger el importe
 exacto con una sonrisa, como la de otros españoles con los que compartí
 paseo y las de otra gente con la que me veía casi todos los días, nos 
reconociamos pero no intercambiamos ninguna palabra.
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