sábado, 13 de julio de 2024

Albania. Lago Bovilla

De ayudante de camionero con buena conversación.

Cerca de Tirana está el lago Bovilla, una excursión recomendable en todas las guías y en también en este blog. En todos los lugares aparece como que sólo se va en coche o contratando una excursión. Me rebelé a las dos alternativas y busqué la mía, que me dio la impresión de que era la novedad mundial. Aventurera y con práctica de caballero andante, que es una de mis aficiones. Así que preguntando, usando el google maps y con un poco de improvisación planeé mi excursión. Con un autobús urbano debía llegar hasta Bathore, allí coger un furgón para llegar hasta Zall Herr (una curiosa población donde sólo había dos colegios, dos bares y una mezquita a la que acudían los estudiantes que vivían en una amplia zona diseminada por el campo), y después hacer una caminata de unos 8 o 10 kilómetros hasta un mirador que aparece en todas las fotografías turísticas del lago. Todo perfecto y recomendable la opción para quien quiera ir por su cuenta con un coste de 80 céntimos. Fui disfrutando del lago, de sus vista, de su vegetación, también de ver cómo vive la gente del campo donde todavía se recoge la cosecha con dalla. A falta de unos doscientos metros para la cumbre, el mirador, un señor sentado en su coche me dijo que tenía que pagar un euro para seguir. No sé si era muy legal, pero de ser ilegal fue toda mi contribución en el viaje al sustento de las mafias albano kosovares. Comencé a subir, la senda se estrechaba y el suelo se iba volviendo roca desgastada y resbaladiza por los muchos viandantes que me habían precedido y a unos 150 metros de la cumbre me entró un pánico irracional. Era incapaz de seguir subiendo. Me senté. Pasó un grupo de mujeres alemanas de unos cincuenta años. Me dije que no tenía sentido ese miedo. Miré hacia arriba, me dije: tú puedes, y me di la vuelta. No subí. Me acordé de mi amigo José Luis Campos que hubiera trepado sin ningún miramiento.
Volví a hacer los ocho o diez kilómetros de vuelta hasta donde debía salir el furgón y cuando llevaba unos dos, un coche me para y me invita a subir. Sólo gestos. Le saludé también con un gesto y le dije la población a la que iba, por si él iba a otra. No me contestó. No teníamos ninguna palabra en común, no le debía gustar el fútbol y le daba igual de dónde fuera, así que para qué esforzarse. Es un ejemplo de la amabilidad de los albaneses. Ayudan con gesto adusto y sin remilgos. Resultó ser trabajador de una cantera que estaba cerca del camino. Llegamos a la cantera, me hizo un gesto de que se había acabado el viaje y se fue él al trabajo, yo a mi senda.
Seguí caminando un kilómetro o poco más y comenzó a llover con intensidad. Aceleré el paso y aún no había hecho trescientos metros cuando me escuché el claxon de un camión cuyo conductor me invitó a subir. Éste era parlanchín y estuvimos hablando de lo divino, lo humano y de la corrupción albanesa (la palabra suena como en español), a la vez que me señalaba el camino lleno de baches por el que íbamos, él en albanés con alguna palabra en italiano; ¿bambini?, me dijo y yo interpreté que me preguntaba por mis hijos. En medio de la conversación y la pista para el camión, abre una caja y en vez de un arma para atracarme sacó unas galletas y unas chocolatinas con las que me invitó.
La experiencia vivida no está incluida en ninguna de las excursiones programadas.


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