lunes, 1 de julio de 2024

Albania. Monte Dajt. Mayo 2024


Desde las afueras de Tirana se coge un teleférico que tras un largo y precioso recorrido, aproximadamente media hora, llega al monte Dajt.  En la cabina coincidí con una griega que se conocía mucho mejor que yo el fútbol español y un ucraniano que había salido de Ucrania cuatro días para visitar cuatro países, al día siguiente volvía a su país en guerra. Después de unos titubeos sobre qué hacer en el monte, dónde ir o hacia dónde, cada uno tomamos sendas distintas y yo me adentré en el bosque a lo largo de varios kilómetros. Me volvió a invadir esa magnífica sensación de la soledad que en muchos viajes he disfrutado; estar sólo, sin ninguna persona posiblemente en kilómetros y sin que nadie en el mundo supiera dónde estoy y, por supuesto, sin móvil. Caminé adentrándome en el bosque. Precioso, magnífico, pleno de sensación de ser libre. Solo. ¿Solo? El bosque más que a mí pertenece a los animales que no turistean por él, que desconocen el sentido del senderismo. Me salió a lo lejos lo que identifiqué, sin mucha certeza, como un corzo y luego comencé a escuchar “voces” de animales distintos. Son muy majos pero al recordar que había leído que había osos comencé a preocuparme. Me acordé de los consejos de mi hija, que es una experta en el comportamiento con los osos, que si me salía uno debía quedarme quieto y levantar las manos, no para rendirme sino para aumentar mi envergadura. Más tranquilo pensando que había solución me dediqué a pensar por dónde podría salir corriendo y a qué árbol subirme y lo de las manos en alto lo iba a dejar para los atracos. No hubo oso. Otra solución hubiera sido meterme en alguno de los búnkeres que me encontré.


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