miércoles, 10 de octubre de 2018

La misa. Serbia.


La misa. Serbia 21/9/2018

Ésta y la de abajo son dos iglesias
que están situadas en el Belgrado antiguo.
Imprescindible su visita.
Estaba paseando por la parte más antigua de Belgrado, donde estaba el Belgrado original, viendo la desembocadura del Sava en el Danubio, cuando escucho unos cánticos que me evocaron a los gregorianos. 

Sigo el sonido y llego a una iglesia donde estaban celebrando una ceremonia religiosa, una misa ortodoxa serbia. Así que entré para ver los ritos por los que complacen a Dios, y escuchar los cánticos. Los cánticos me sedujeron. Estuve a punto de pedir el ingreso en el convento. Voces de hombres que iban desde las más agudas y afeminadas hasta las más graves. 

Ésta y la de arriba son dos iglesias 
que están situadas en el Belgrado antiguo. 
Imprescindible su visita
 El interior de la iglesia era un espacio abierto con sólo unas pocas sillas en los lados junto a las paredes laterales. Entré y por estar más cómodo me senté en la primera silla que vi libre a mi izquierda. Estaban todas desocupadas porque los feligreses estaban en el espacio abierto pasando en fila a besar un cristal. No llevaría ni un minuto sentado cuando una mujer mayor gritándome me dijo en un serbio que entendí sin traductor que me fuera de allí, impío pecador y ultrajador de la religión serbia. 

Me levanté rápidamente dispuesto a irme, pero vi que con el dedo no señalaba la salida, sino las sillas del otro lado. Enseguida lo comprendí. Me había ido a sentar en la bancada de las mujeres. ¡Qué osadía! Ya en mi sitio, en compañía de seres barbados, fui haciendo lo que ellos hacían para no molestar. Se pusieron en fila mirando al centro, yo hice lo mismo y pasó un sacerdote con su incensario dándonos a cada uno nuestra ración de aroma, que es la misma que la de las iglesias católicas de España. 
Aunque no se aprecia en la fotografía
las lámparas están fabricadas con
casquillos de bala.

Con tanta devoción y misticismo alcé mis ojos al cielo del recinto y cuál fue mi sorpresa al descubrir que las lámparas que nos alumbraban estaban hechas con casquillos de balas. Imagino que habían servido para acercar a algún ser humano con presteza a Dios.

Al final de la ceremonia, en vez de repartir hostias, daban un puñado de unos cubos que los feligreses comían como si fuera un merienda. Generosos.

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