domingo, 28 de junio de 2015

Camino de Santiago en bicicleta.

Por qué en bicicleta

Hacer el Camino caminando lleva un ritmo que no se adapta a mi forma de vivir. Es demasiado lento, la capacidad de reacción es escasa. Si no puedes quedarte en un lugar debes caminar al menos durante un par de horas para encontrar otro. Además la gente con la que te comunicas suele ser la misma, porque todos llevan un ritmo semejante. Son demasiados días haciendo lo mismo y yo necesito vivir algo más deprisa.

La bicicleta da un ritmo vivo a las visiones, te permite parar en cada rincón, puedes ir en muchos casos por los mismos lugares que los peatones, puedes ir casi por los mismos que los coches, puedes desviarte de la ruta sin que suponga una penalización en horas. Puedes utilizar la bicicleta para desplazarte por las ciudades en busca de cualquier cosa que necesites, desde un restaurante o supermercado a un museo o una cita.

En estas fechas han sido pocos los que piensan lo mismo, pues en muchos albergues he sido yo el único ciclista y los que me he ido encontrado a lo largo del Camino han sido pocos, pero de ellos hablaré en su momento.


Mi bicicleta es vieja, ya debe estar dentro de los vehículos históricos. He encontrado a otros ciclistas observándola con interés viendo como carecía de los cambios atómicos, de cualquier tipo de amortiguación. Mis frenos son las zapatas de toda la vida, el cuadro pesa lo suyo, las alforjas van sujetas con unos pulpos,... Entre los dos se produce cierta complicidad que a veces me hace confundirla con un animal doméstico. Es lo que tiene la continua convivencia en soledad. Creo que ya he escrito que el precio que hay que pagar por la libertad es la soledad. Pero es un precio que pago muy a gusto, aunque ello me lleve a hablar alguna vez a mi bicicleta


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