domingo, 25 de enero de 2015

Trinidad (Cuba). Subida a Tapones.


Había oído que ir a Tapones era una excursión interesante. He buscado una bicicleta de alquiler, pero al decir que era para subir a Tapones, todos me han dicho que estaba loco y que era imposible. Claro y eso es lo que hace falta que alguien me diga para intentarlo.
Con mis amigos "hidratantes" cubanos. La sudada es evidente.

Me han traído una bicicleta, que se suponía que era lo mejor que tenían para tamaña aventura. Era como la primera bicicleta que tuve a los doce años, pero con toda la carga del tiempo y del óxido pasado. No he querido ni montarme en ella. He estado buscando sin suerte, todas eran parecidas, o las que tenían cierto aspecto saludable no tenían frenos. Me he dado por vencido y me he dispuesto a pasar el día en Trinidad. Pero veo a un chico con una bicicleta más o menos en condiciones, se la he pedido, aquí todo es posible, no era suya y me ha llevado a hablar con el dueño, que se dedicaba a alquilarlas, y me la ha alquilado.

Manglares junto a la playa caribeña.
Era tarde y el sol estaba dando de lleno cuando he comenzado la ascensión, realmente dura. No he llegado hasta el final. Me he parado en una zona denominada “El Mirador” habiendo tenido que ir a pie los últimos metros. Quizás pudiera haber subido hasta el final de haber comenzado a primera hora de la mañana, pero con el calor que hacía y sin agua me ha resultado una misión suicida.

Estando descansando en El Mirador, ha llegado un grupo de cubanos que inmediatamente se han puesto de acuerdo en calificar de locura el haber llegado hasta allí en bicicleta. Uno de ellos llevaba una caja de zumo en la mano y con la otra me ha ofrecido un vaso lleno, que yo creía de zumo, me lo he bebido con cierta avidez y casi reviento era casi todo ron. No lo había hecho para gastarme una broma, sino que era lo que ellos estaban tomando. Luego me han dado zumo sin ron.

Para completar la jornada en bicicleta me he ido hasta una zona de playa con manglares en sus inmediaciones, muy bonita. La llaman

península del Ancón. El guardia de turno me ha pedido un dólar para tener derecho a amarrar la bicicleta a un árbol. Me he echado un baño y me he vuelto a casa. Estaba cansado. He bebido varios litros de líquido y creo que aún me falta alguno más.


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