domingo, 29 de enero de 2012

Maratón de Marrakech

Antes. Con el consabido cartel anunciador del maratón.
Día de sensaciones. Al final es lo que nos queda; las sensaciones, los sentimientos ante una obra de arte, ante el comportamiento de una persona, después de degustar una comida, o incluso antes,…
Hoy he corrido el maratón de Marrakech. El tiempo no lo sé. Más o menos sobre las tres horas y media o treinta y un minutos. Al final han sido 3 horas 30 minutos 38 segundos.  Como la salida estaba prevista a las nueve y el desayuno lo sirven a partir de las ocho, les pregunté si podía desayunar a las siete y les expliqué el motivo. Sin ningún problema. No pusieron problema, porque sólo buscaron soluciones. La camarera ha venido a trabajar una hora antes sólo por atenderme a mí. Me ha preparado el desayuno con el esmero que lo haría con su padre (es más joven que mi hija), como si en la alimentación y el cariño estuviera parte de mi éxito (en realidad es así) preguntándome si quería el pan caliente, ofreciéndome su predisposición para tener una buena alimentación. Luego, con cariño me ha deseado buena suerte en la carrera. Son esos detalles que luego se olvidan porque parecen nimios, pero son los que enternecen la parte dura de la vida.
Antes de la carrera hemos estado juntos mi peña de alemanes. Hemos deseado suerte a Martina, que salía antes a correr el medio maratón y después de las ceremonias pertinentes, de los deseos de suerte entre nosotros y una salida, que hemos sido incapaces de saber cuándo se ha producido, ha comenzado la carrera.
El día ha sido propicio para correr. Quizás un poco de calor. La carrera resulta espectacular, por lo de espectáculo.  Donde la organización había marcado los 5 km. nosotros llevábamos recorridos casi siete. Donde marcaba 7 y medio llevábamos nueve y un mosqueo impresionante porque temíamos que a ese ritmo de despropósitos íbamos a correr un maratón de más de 50 kilómetros. En el kilómetro diez el cartel estaba bien y se han comenzado a escuchar voces de alivio. It´s O.K., It´s O.K. El resto de marcadores ha ido como le vino en gana al que le dieron la responsabilidad de llevar el bote de pintura azul para marcarlos.
A la vez que los maratonianos, por la misma calzada circulaban en algunos tramos coches, bicicletas, (he adelantado a un par de burros y a una docena de dromedarios). Otros vehículos venían en contra tuya. En algunos lugares había que hacer un esfuerzo para saber por dónde continuaba la carrera. En otros momentos cuando pedías que la naturaleza te enviase oxígeno para que tus células realizaran el trabajo que les exigías, los marroquíes te lanzaban una tufarrada de gasoil mal quemado del coche que tenías delante o al lado. Espectacular.
Al final de la carrera yo iba solo. Los de delante me sacaban unos 60 metros y yo sacaba otros tantos a los que iban detrás. Vamos que era el momento de mi paso cuando dejaban cruzar a los vehículos en los cruces. Los últimos que pasaban lo hacían casi rozándome y los primeros que cruzaban después de pasar yo volvían a casi rozarme por la espalda.
Dicho esto en todo momento he llevado mi ritmo. No me ha afectado a mi carrera.
Pero ha habido más detalles como cuando no ha habido ningún puesto de agua desde el kilómetro  15 al 25. Cuando hemos visto el puesto de agua al fondo, un italiano de Como que iba junto a mí ha gritado “acqua” con la ilusión de quien ve un oasis en medio del desierto.
Pero es bonito el recorrido por parte de la ciudad, por zonas de palmerales, por zonas de chabolas, un campo de golf, incluso junto a lo que parecía una pista de hielo.
Al final momentos emotivos. En la carrera han participado una media docena de atletas que llevaban entre todos a un chico con minusvalía en una especie de carro artesanal. La entrada a la meta ha sido de saltar las lágrimas, han entrado cantando, el chico también, llenos de satisfacción por haber satisfecho la ilusión del chico. Los que estábamos, no muchos aplaudiendo y llorando a rabiar.
Después. Agotado haciendo país.
También ves a esa gente que le cuesta cerca de cinco horas y entra rota por el esfuerzo y llorando. Pero no llorando de dolor, sino de satisfacción. Vencer el muro, el de la carrera, el del entrenamiento, las condiciones físicas personales y llegar. Llegar. Eso es lo importante. 42 kilómetros y 195 metros, zancada a zancada. Llegar. Y llegaban llorando y llorabas con ellos.
Más emociones. Cuando volvía a casa, ya cerca, me he parado a comprar una botella de agua. Costaba 5 dirhams y le he pagado con un billete de cien. No tenía cambio. Me he quedado parado pensando en que no tenía fuerzas para buscar otro lugar donde comprar y necesitaba el agua embotellada (la del grifo no es potable). Antes de intentar resignarme, el tendero me ha dicho, no hay ningún problema, te la llevas y ya me la pagarás.  Le he dado doblemente las gracias, por el agua que podía llevarme y por la gran lección de humanidad. ¿Cuántos le hubiéramos dejada fiada una botella de agua a un moro desconocido?

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