jueves, 24 de octubre de 2019

Marina, mi amor ucraniano. Larga historia, pero muy jugosa. Rumanía-Moldavia. Septiembre 2019


Marina, mi amor ucraniano.  Larga historia, pero muy jugosa. Rumanía-Moldavia. Septiembre 2019

Desde Constanza hasta Chisinau, la capital moldava, me trasladé en un autobús nocturno. Doce hora de lo más entretenido en el autobús. Salí a las siete de la tarde. Cada dos horas aproximadamente paraba para que meáramos, estiráramos las piernas y compráramos algo de beber o comer.
En la segunda parada, en el restaurante autoservicio donde paramos cogí una cerveza y cuando iba a pagarla veía que otros viajeros que habían cogido otros productos se volvían a las estanterías para dejarlos. Cuando llego al mostrador me dicen que está rota la máquina registradora, que no nos podían cobrar y no podíamos comprar nada. Todos se resignaron, menos yo. Le dije a la cajera que me cobrara, que lo anotara en un papel y cuando funcionara la máquina ya lo pasaría por la máquina y así todos contentos. Tenía una actitud muy soviética y no me hizo caso. Se lo expliqué en torpe inglés a unos que lo hablaban, les pareció razonable y se lo explicaron a la mujer. La mujer seguía en su sovietismo y dijo que no. Entonces comencé a decirle en español, con gracia pero sin burla, venga que tú puedes. Los demás, aunque no entendían el español entendían mi provocación y sonreían esperando acontecimientos. Al final insistiendo le dije a la cajera, con gestos y palabras, toma, aquí te dejo el importe de la cerveza, ya lo apuntarás que me la llevo. Al principio se negaba, pero como no cambiaba mi actitud ni mi sonrisa, hizo un gesto de resignación yo entendí como “este puto maño me va a sacar de quicio, así que cuanto antes se vaya mejor” y aceptó que me llevara la cerveza. 
Marina obnubilada por mi presencia
y porque era de noche y la cámara no
daba para más.

De todo el autobús fui el único que consiguió su objetivo que era: entrar en un establecimiento donde venden cervezas, comprar una cerveza, pagarla y salir con ella. Todos me jaleaban como a un héroe y me sonreían. Los que habían salido antes y no habían visto la escena, al verme con la cerveza en la mano me decían en rumano algo así como “lo has conseguido tío”. Aquello era una fiesta en torno mío.

Entre todas las personas que me apoyaban había una chica guapa, bien hecha, de unos cuarenta años que no dejaba de hablarme entusiasmada. Yo no entendía nada, pero a ella no le importaba, continuaba hablándome animadamente. Subimos al autobús y ella seguía con sus palabras de admiración, que además no eran rumanas. Así que una vez en el autobús, deseoso de conocer el contenido de sus palabras grité ¿alguien habla español? Y allí había un moldavo que hablaba español, portugués, ruso y moldavo (todo mezclado pero con el que me podía entender bien). ¿Qué me está diciendo esta mujer?, él se las hizo repetir y me tradujo; que dice que quiere un hijo tuyo. ¿Queeeeeé? Si que quiere un hijo tuyo. La mujer me miraba con una sonrisa, una pasión y una entrega que me hicieron dar por buena la traducción. Marina, que así se llama la aspirante a ser madre de un hijo mío, en el autobús me seguía hablando sin parar, no en rumano, sino en ucraniano, porque ella es ucraniana. Yo no entendía nada, pero no le importaba, nuestra relación acababa de comenzar y tenía muchas cosas que contarme. En la siguiente parada volví a requerir el trabajo del traductor y después de hablar un rato entre ellos me dijo: “que te dice que ai lov yu, que te quiere”. La cosa se fue enredando en una conversación a tres, en la que yo apenas hablaba y no era escuchado. De vez en cuando le preguntaba, pero qué dice y sólo me contestaba, que ai lov yu. Y seguían hablando. El traductor, que había tomado una actitud de protección hacia mí, me preguntó la edad y me dijo que ella pensaba que tenía unos cincuenta y que ai lov yu. Me dijo que no me convenía, como si estuviéramos amañando nuestro matrimonio, porque seguramente querría sacarme el dinero. Siguió hablando con ella y cesaron los amoríos. Realmente no sé qué pasó, aunque por los intentos de apartarme de su amor y por la actitud posterior de Marina, le debió decir que dejara de tanto ailovyu que sólo quería abusar de un indefenso como yo y que no estaba bien. Desde ese instante la Marina que quería un hijo mío me ignoró. Ya no me dirigió la palabra y su ailovyu se lo llevará a la tumba mi amigo el protector moldavo.

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